Suena a grito de guerra, y sin embargo es una jaculatoria, una invocación religiosa. Es la confesión valiente y llena de entusiasmo de Cristo como Señor, como dueño de la vida y de la historia, como Señor de vivos y muertos. Es el grito con el que han muerto miles de hombres y mujeres, expresando un amor más grande que la muerte. Un amor a Cristo y a los mismos asesinos a los que perdonaban en el instante de su ejecución. Se ha convertido en santo y seña de los mártires del siglo XX por todos los lugares de la tierra.
San Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales plantea la elección entre el Rey eternal y el rey terrenal. Este, el rey terrenal, te ofrece éxitos, aplausos, placeres, poder y riqueza; pero todo se acaba y se esfuma, dejando disgusto y decepción, poniendo incluso en peligro tu salvación eterna. Por el contrario, el Rey eternal es Jesucristo, que te ofrece oprobios y menosprecios, cruces y desprendimientos; y por ese camino en su seguimiento, la vida eterna y feliz para siempre. Esta sabiduría que viene de lo alto no todos la han entendido, pero quienes la entienden, aciertan con el sentido profundo de la vida, de su propia vida.
La fiesta de Cristo Rey es el último domingo del año, es el colofón del Año litúrgico, en el que año tras año celebramos el misterio de Cristo, cuyo final será recapitular todo en Cristo, para que él presente su Reino al Padre, es decir la conquista de los corazones por la vía del amor. Celebrar un año más esta gran fiesta nos sitúa en la elección de seguir a Cristo de manera eficiente, por el camino que él ha recorrido para reinar con él para siempre.
El título de rey no se lo damos nosotros a Jesús, sino que es Jesús mismo el que se proclama como tal en el momento supremo de su juicio y condena a muerte en la cruz. Conque tú eres rey? -le preguntó Pilato. Y Jesús respondió: “Tú lo dices, yo soy Rey. Yo para eso he nacido y para eso he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha su voz”.
Había evitado Jesús que lo consideraran rey, sobre todo para no inducir a confusión, porque le hubieran aclamado rey temporal y político. Pero en este momento final de su vida en la tierra recibió la aclamación de los niños hebreos que salieron a su encuentro con ramos de olivo y aclamaban: “Hosanna al Hijo de David”, expresando de esta manera la condición regia de Jesús. Y él se dejó aclamar en este tono real. Verdaderamente, Jesús es rey. No al estilo de los príncipes de este mundo, sino rey por el camino del amor. Jesús es rey porque ha venido para llevarnos con él, y su conquista no es por la fuerza ni el engaño, sino por el camino del amor y de la verdad.
Jesús es rey, porque se ha abajado como nadie hasta nuestra altura, ha recibido de nosotros desprecios de todo tipo, hasta la misma muerte en cruz. Y sin embargo, sigue mostrándonos su amor, su perdón, su misericordia. Jesús es rey y sigue ejerciendo como tal desde la cátedra de la cruz, convertida así en cátedra de amor verdadero. Su reino es un reino eterno y universal, como proclama la liturgia de este día. Es el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz.
Nosotros queremos militar en este reinado, seguir la bandera de este Rey eternal, difundir por el mundo entero el reinado de Cristo, que es un reino de amor fundado en la verdad, un reino que acoge la gracia y la misericordia, un reino que busca la justicia y la paz. Fiesta de Cristo Rey, para aclamar con nuestras voces y con nuestro corazón al Rey eternal, que ha conquistado nuestros corazones con el amor de su Corazón.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández. Obispo de Córdoba