Pese a contar con el precedente del cuatrienio 2017-2021, la victoria electoral del magnate hotelero trae nuevas incertidumbres en el plano de la moralidad
Las recientes elecciones en Estados Unidos han devuelto a Donald Trump a la Casa Blanca, tras cuatro años como presidente del católico Joe Biden. Pese a contar con el precedente del cuatrienio 2017-2021, existen numerosas incertidumbres sobre las reformas que acometerá el nuevo Gobierno, habida cuenta de que el magnate hotelero regresa al poder después de la polémica electoral de los pasados comicios, el avance de lo políticamente correcto en el país y, especialmente, animado por la certeza de que este será su último mandato. Ya no tendrá que hacer cálculos ni contentar a la opinión pública buscando la reelección.
Como no podía ser de otra forma, la Conferencia Episcopal Estadounidense (USCCB, por sus siglas en inglés) ha felicitado a Donald Trump por su victoria, dejando claro que la Iglesia «no está alineada con ningún partido político». Los obispos norteamericanos mantuvieron en Baltimore su encuentro anual de otoño tan solo una semana después de las elecciones, por lo que sus deliberaciones no pudieron quedarse al margen del terremoto político a nivel mundial. Entre tanta expectación, el presidente de la USCCB, Timothy P. Broglio, se vio incluso impelido a recordar lo obvio: «Las enseñanzas de la Iglesia permanecen inalteradas, y nosotros, los obispos, esperamos trabajar con los representantes electos del pueblo para promover el bien común». Y lo hizo con una llamada a la acción: «Ahora es el momento de pasar de la campaña al gobierno», un tiempo en el que la Iglesia alienta a los ciudadanos a «tratarnos unos a otros con caridad, respeto y civismo, incluso aunque no estemos de acuerdo en política».
Cuestiones ideológicas al margen, parece claro que la comunidad católica ha respaldado la candidatura del Partido Republicano, al menos, tanto como entre otros sectores minoritarios de la población, ya sean inmigrantes procedentes de Hispanoamérica o afroamericanos. Porque la realidad es que Trump ha vencido con claridad, y las encuestas se limitan a recoger y registrar lo que ha supuesto el paso de un huracán electoral por diferentes segmentos de la ciudadanía.
Según los sondeos a pie de urna, el 56 % de los autodenominados católicos eligieron la papeleta conservadora, frente al 41 % que se inclinó por la de Kamala Harris. Los datos coinciden con el estudio de VoteCast para la agencia Associated Press, que, sin embargo, permiten desentrañar una clave entre la maraña estadística: mientras que el grueso del considerado «votante religioso» ha mantenido su apoyo a Trump desde su derrota de 2020 frente a Biden —ocho de cada diez cristianos evangélicos de raza blanca—, es entre la comunidad católica donde se ha producido el más fuerte ascenso de su opción política. Cabe preguntarse a qué se debe esta vigorosa tendencia.
Para Pablo Kay, editor jefe de Angelus News, periódico de la archidiócesis de Los Ángeles, «es cierto que hay pruebas de que los católicos más jóvenes están abandonando la preferencia por los demócratas en favor de candidatos más centrados en la legislación provida y la libertad religiosa», si bien, «pese a que muchos comentaristas están destacando la importancia del voto católico, la Iglesia también está sufriendo una profunda crisis de fe en los Estados Unidos, donde sus enseñanzas ya no contribuyen a las decisiones de la mayoría de bautizados. El adjetivo católico ya no dice mucho sobre la mentalidad de una persona».
La ambivalencia entre el catolicismo que vive en verdad y el uso de la fe como marketing político tiene una notable relevancia en los Estados Unidos, donde las creencias religiosas pueden sumar votos y, por tanto, no se esconden, como en muchos países de la más secularizada Europa. Como es obvio, esto conlleva el riesgo de la instrumentalización de la fe. El presidente saliente, Joe Biden, y el vicepresidente electo, J. D. Vance, se autodenominan católicos. Del primero puede constatarse que su religión, cuando menos, ha tenido poco peso en sus decisiones, eludiéndola como argumento para el cuidado medioambiental, la lucha contra la pobreza y la cobertura sanitaria, la gestión de los flujos migratorios y otros temas de la agenda progresista. Cuando no han ido abiertamente en contra de la moral de la Iglesia, como en el caso de la ideología de género y, sobre todo, el aborto. Materias políticas al margen, la sucesora de Biden, Kamala Harris, ofendió a millones de votantes al excluir al Partido Demócrata de la cena Al Smith por primera vez en la historia y ridiculizar los sentimientos religiosos reaccionando al grito de «¡Jesús es el Señor!» por parte de sus seguidores diciendo: «Os habéis equivocado de mitin».
Ante una invocación parecida, Donald Trump paró uno de sus discursos y proclamó: «Sí, Jesús es el Señor, Jesús es rey de reyes». Más allá de lo que suceda en el ámbito privado de Biden, Harris o Trump, la forma de conducirse públicamente con respecto a la fe y la secularización importa para el votante norteamericano. Y el ya presidente electo lo sabe, pues no ha dejado de comentar en sus intervenciones la forma en que Jesucristo ha cambiado su vida y de lanzar alabanzas a Dios. Haya sinceridad o no en sus palabras —cosa que aquí no corresponde valorar—, el magnate hotelero ha construido una historia de redención sobre sí mismo, respondiendo a sus escándalos —entre los que se incluye una condena por abuso sexual— con un «todos tenemos pecados» y, sobre todo, aventando la idea de que la Providencia desvió el disparo que iba a asesinarlo en un atentado. «Trump es el nuevo Moisés», ha declarado en tono de broma Jim Caviezel, el actor que dio vida a Jesús en La pasión de Cristo. Una especie de enviado de Dios para salvar el mundo. «Me gustaría pensar que Dios me salvó con un propósito: hacer que nuestro país sea más grande que nunca», afirmó el presidente en Carolina del Norte.
Mestizaje
Trump es protestante presbiteriano; su hija Ivanka, conversa al judaísmo; y su esposa, Melania, católica. Al igual que J. D. Vance, su vicepresidente electo, quien ha abrazado reciente y fervorosamente la fe de la Iglesia, como ha dado muestra durante toda la campaña, y cuya mujer, Usha, es hindú. Un mestizaje que refleja la naturaleza de un país tejido en la diversidad y la libertad, y en el que la separación entre credos y Estado ha figurado siempre como una máxima.
Cabe preguntarse, llegados a este punto, por cómo serán las relaciones entre la Iglesia católica y el Gobierno de los Estados Unidos tras el relevo en la Casa Blanca. Para Kay, «existen áreas de acuerdo obvio, que no han existido durante la Administración Biden. Por ejemplo, Trump ha apoyado la protección de la libertad religiosa para las escuelas y hospitales católicos que están enfrentando presiones en materia de aborto, anticoncepción e ideología de género». En este sentido, ha quedado acreditado que el presidente electo ha conseguido un nuevo y entusiasta apoyo de los votantes —especialmente varones— que sienten que las políticas identitarias se han vuelto demasiado agresivas. En las últimas semanas —tenemos el caso paradigmático de Alexandria Ocasio-Cortez, quien ha eliminado los pronombres de sus redes sociales—, algunos progresistas han dado síntomas de agotamiento y de haber entendido el mensaje de las urnas. Sin embargo, y pese a que se espera que Trump revierta numerosas políticas federales de «diversidad e inclusión» implementadas por Biden, el impacto cultural de estas medidas «es difícil de predecir, pues los principales medios de noticias y entretenimiento siguen siendo los defensores más poderosos del pensamiento woke».
No es preciso ser un fino analista para descubrir que existen profundos desacuerdos entre las posiciones de la Iglesia católica y la Administración republicana en temas como, por ejemplo, la pena de muerte —castigo que el presidente electo ha defendido extender— o el cuidado del medio ambiente. En cuanto al aborto, se espera que Trump refuerce el poder de cada Estado para decidir sobre esta cuestión, evitando cualquier legislación a nivel federal. Durante la campaña electoral, el candidato republicano adoptó una posición calculada sobre determinados supuestos y plazos, si bien se sigue recordando que cumplió su promesa de nombrar jueces provida para el Tribunal Supremo, lo cual ha acabado poniendo fin al derecho federal al aborto. Debido a ello, ha calado entre la ciudadanía la sensación de que Trump cumple sus promesas.
Vicepresidente católico
En cuanto a J. D. Vance, Kay explica que, en su calidad de senador de Ohio, «ha apoyado un mandato de seguro federal para la fertilización in vitro y un mayor acceso a las píldoras abortivas. Esto le pone en desacuerdo con las enseñanzas de su propia fe, de manera similar a como lo hizo el apoyo de Biden al aborto legal».
Mención especial merecen, asimismo, los esfuerzos del presidente electo por detener las guerras en Ucrania y Tierra Santa, reforzados por la estabilidad y ausencia de conflictos globales durante su primer mandato. Y acaso sea este el punto donde aparece más clara la diferencia entre el Trump presidencial que dejó un buen regusto en cierta parte de la ciudadanía que ahora le ha permitido volver al poder, y el Trump extravagante que utiliza los medios y redes sociales para lanzar mensajes agresivos y divisorios.
Sin embargo, a nadie se le escapa que la confrontación más probable correrá a cuenta de la inmigración. A lo largo de la campaña, el republicano prometió hasta en tres ocasiones «la operación de deportación más grande en la historia de EE. UU.», lo que ha llevado al obispo Mark Seitz, de El Paso, Texas, a reconocerse «muy preocupado por el impacto de todas estas medidas», ya que es testigo del «miedo con el que viven todos los días» los migrantes que llegan huyendo de la violencia.
«Hay mucha incertidumbre sobre lo que significan las promesas de campaña de Trump», explica Pablo Kay. «Ciertamente, podemos esperar que refuerce la seguridad en la frontera con México y que entren muchos menos inmigrantes al país. ¿Pero realmente ejecutará deportaciones masivas de indocumentados? ¿Los refugiados de Haití o Venezuela serán enviados de regreso a sus países de origen o a un país intermedio como México? Estas cosas son más fáciles de decir que de hacer», agrega, dando cuenta, de nuevo, de esa doble cara entre el Trump estadista y el Trump antipolítica con que se juega en su equipo de comunicación.
«En resumen —sentencia el periodista—, la Iglesia puede esperar tener más libertad como institución con Trump, pero la posibilidad de una confrontación directa con los obispos es probablemente mayor que con Biden».