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800 años de tradición belenista

«Para que algo cumpla tantos años tiene que estar vivo», explica a ECCLESIA María Antonia Martorell, presidenta de la Federación Española de Belenistas

La Nochebuena de 1223, san Francisco de Asís celebró la Eucaristía en un establo de Greccio. Mantuvo el buey y la mula, y el heno del que pastaban, en su hogar, y puso un bebé del pueblo en el pesebre en memoria de la encarnación de Dios Hijo. Nacía el primer Nacimiento, el belén, «una gran obra de evangelización» que, en palabras del papa Francisco, «puede ser también hoy ocasión de suscitar asombro y admiración». La tradición hizo fortuna en el seno de cada hogar de generación en generación, hasta el punto de que este 2023 celebra su 800 aniversario. «Así, lo que san Francisco comenzó con la sencillez de aquel signo persiste hasta nuestros días, como forma genuina de la belleza de nuestra fe», detalla el Pontífice en El Belén del papa Francisco (Romana Editorial).

«Es una cifra a la que llegan muy pocas cosas. Para que algo cumpla 800 años tiene que estar vivo, tiene que haber inquietud en las personas para que se siga manteniendo, preservando y difundiendo», explica a ECCLESIA María Antonia Martorell, presidenta de la Federación Española de Belenistas, que agrupa a 80 entidades, algunas con más de 600 socios. España es hoy una potencia en este arte a nivel mundial, pues cuatro de las veinte asociaciones que forman la Federación Internacional son de nuestro país. Por si fuera poco, Andalucía acaba de acoger el 22 Congreso Internacional de Belenismo, con la presencia de más de 500 personas de 25 países de todo el globo. Uno de los escenarios itinerantes tuvo lugar en Mollina (Málaga), sede de uno de los principales museos especializados de todo el mundo, y que ha sido agraciado con la medalla de oro del belenismo internacional, que se otorga cada cuatro años. España también se llevó otra medalla de oro para la artesana Montserrat Ribes.

«Vivimos un momento muy importante, ahora que la Federación Española cumple 60 años», señala Martorell. «El año pasado, nuestra actividad fue declarada Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial, algo que ya se consideraba en Austria y Eslovenia, y ahora estamos trabajando para que el belenismo sea declarado Patrimonio de la Humanidad», agrega.

Dioramas, belenes monumentales, con la Giralda o las montañas de la Garrocha como escenario… todo sirve para conservar y actualizar «el misterio cristiano que ama esconderse en lo infinitamente pequeño», en la afortunada expresión de Francisco. 800 años dan para mucha evolución y mucha innovación, como las corrientes del llamado Belén social, que tienen como pasaje favorito la huida a Egipto. Así, con un enfoque u otro, «salvaguardar el espíritu del pesebre se convierte en una sana inmersión en la presencia de Dios que se manifiesta en las pequeñas cosas cotidianas», en palabras del Papa. 

El musgo, el papel aluminio y el cartón que forman parte de nuestras raíces van, poco a poco, dejando paso a las impresoras 3D. «Nosotros no hacemos maquetas, que es algo frío, transmitimos emoción y vivencias», explica Martorell. Una opinión en la que coincide con Francisco: «Asombro y maravilla son los dos sentimientos que conmueven a pequeños y grandes ante el Belén, que es como un Evangelio vivo que desborda la Sagrada Escritura. No importa cómo esté montado. Lo que importa es que hable a la vida».  

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