Reafirma la necesidad de abordar la cuestión migratoria en todas sus dimensiones y denuncia el movimiento globalista que utiliza los flujos migratorios y las políticas de salud reproductiva al servicio de un capitalismo moralista y uniformador
El Congreso de los Diputados aborda el próximo martes el primer trámite de la Iniciativa Legislativa Popular para una regularización extraordinaria de migrantes. La propuesta, que cuenta con más de 700.000 apoyos ciudadanos, se juega ser tramitada o no, debatida o no.
En estos momentos, la pelota está en el tejado de PP y PSOE. De estos dos grupos parlamentarios, mayoritarios en la Cámara Baja, depende que, al menos, se pueda debatir y, por ello, la Iglesia, a través de un comunicado conjunto de diversas entidades (CEE, CONFER, Redes y Cáritas) emitieron el viernes un comunicado para advertir esta posibilidad.
En esta alerta también se ha implicado el presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Luis Argüello. El también arzobispo de Valladolid ya manifestó en la red social X su apoyo a la ILP y este domingo, a través de una carta, lo reafirma.
Argüello pone el foco en la situación de casi 500.000 personas «que ya viven —malviven entre nosotros— trabajan y participan de nuestra sociedad». «Regularizar es hacer normal en el Estado lo que ya es normal, aunque con las limitaciones de la ilegalidad, en nuestra sociedad», subraya.
Dicho esto, como ya manifestó en la larga entrevista con ECCLESIA, cree que es necesario abordar el fenómeno desde una perspectiva global, esto es, abordando las causas económicas y políticas de las migraciones al servicio de un modelo, siendo conscientes de la actividad de las mafias, que «deben ser denunciadas y combatidas».
También subraya la necesidad de la acogida y la integración, aunque es consciente de que «una sociedad no puede acoger, acompañar, promover e integrar a todos los que llegan; sí debe promover una respuesta internacional para todos».
Aborto y migraciones, dos caras de una política
En su opinión, es importante la cuestión demográfica, pues Europa, por ejemplo, «rechaza a los inmigrantes y aprueba el aborto como derecho humano». «Ambas decisiones suponen un desprecio de la dignidad humana. Nuestro invierno es cultivado y los migrantes son reclamados y rechazados», agrega.
Finalmente, recalca que hay que cuestionar «las raíces culturales y políticas que dominan el globalismo actual, que utiliza los flujos migratorios y las políticas de salud reproductiva al servicio de un capitalismo moralista y uniformador que juega con los reemplazos poblacionales como forma salvaje de biopolítica».
Y concluye: «Es hora de superar una polarización provocada por intereses politiqueros y abordar conjuntamente cuestiones nucleares para el bien común desde la escucha de todos, el diálogo y el pacto que asegure el respeto a la dignidad humana y el acercamiento al bien común nacional y global».