Trabajó en banca antes de ser sacerdote. Su abuelo es beato, es el obispo responsable de los jóvenes y acompaña a un agente que se infiltró en ETA
La llegada de Arturo Ros a Santander estuvo marcada por el dolor. Entre el nombramiento y la toma de posesión acompañó en la enfermedad hasta la muerte a su madre Consuelo. A ella, entre otras personas, le debe la fe, cultivada desde pequeño y bendecida con el testimonio de un abuelo mártir.
Trabajó en la banca antes de ser sacerdote…
La semilla de la fe siempre estuvo sembrada por Dios y por mi familia. A medida que crecía, fui sintiendo deseos de entregarme más y apareció el planteamiento del sacerdocio. Al principio, rehuí la llamada porque pensaba que no era lo mío. Estuve trabajando, pero, al final, entré en el seminario y ya no me arrepentí.
Su abuelo es beato, mártir por odio a la fe. ¿Tuvo algo que ver?
Siempre tuvo, tiene y tendrá que ver, por su testimonio de vida como cristiano. Su vida y entrega fue una lección. Pero el hecho de dar la vida por el Evangelio no fue solo un ejemplo, sino también una exigencia personal y familiar.
Su lema episcopal —Apresuraos a perdonar— tiene como clave el perdón. Su abuelo mártir perdonó y su abuela también. ¿Necesita la sociedad el perdón?
Es triste ver cómo abunda el rencor y la ira. No tiene sentido vivir así. Nuestra misión, entre otras cosas, es ser testigos de la reconciliación. No solo proclamarla con la palabra, sino con el modo de vivir: ser personas que perdonan, acogen y buscan la reconciliación, la concordia y la paz. El mundo lo necesita con urgencia.
Va camino del medio año en la diócesis de Santander, ¿qué quiere aportar como pastor?
El pastor tiene que aportar la vida entera. Deseo estar muy cerca de mis sacerdotes, escucharlos y animarlos, y también del pueblo de Dios en todas las circunstancias para hablarles de Jesús, del Evangelio, que es la respuesta para el presente y el futuro.
¿Y cómo llevar esta buena noticia a aquellos que se mantienen indiferentes?
No hay fórmulas mágicas. En este tiempo, tenemos que ser muy cercanos y anunciar la alegría del Evangelio. Hay muchas personas que tienen inquietudes, que no saben exteriorizarlas o no encuentran respuestas. Hay que estar cerca de ellas. Es el reto pastoral presente. Hay otras cosas, pero hay imposibles que se transforman en milagro porque la cercanía, la palabra y el calor del Evangelio tocan el corazón.
¿Y a los jóvenes?
El mundo los bombardea con cosas que no les hacen bien, quiere seducirlos y engañarlos. Nosotros tenemos la misión de anunciarles la verdad o de animarlos a que la busquen. Y la única verdad es Jesucristo.
Y para terminar, quería preguntarle por una persona, Mikel Lejarza, El Lobo, el agente que se infiltró en ETA.
Desde que me lo presentó una tercera persona, hemos mantenido algunos encuentros personales. Hemos rezado juntos y lo acompaño espiritualmente. Tiene un corazón inmenso y es un cristiano convencido. No perdió la fe ni en los momentos más difíciles. Y tiene una especial devoción a la Virgen María. Es un regalo grande formar parte de la vida de alguien que es protagonista principal de una etapa importante en la historia de España.