Católicos y científicos: Alexis Carrel, por Alfonso V. Carrascosa, científico del CSIC
Cuando algo nos parece digno de contemplación decimos que es admirable. Un milagro es un hecho histórico admirable, que se escapa de las leyes naturales y de la explicación científica que excluya a Dios, una acción de Dios para darse a conocer al hombre Sabemos de multitud de hechos milagrosos por la Escritura. El libro del Génesis nos narra como Moisés quedó absorto contemplando una zarza que ardía –algo frecuente en climas desérticos- pero sin llegar a consumirse, desde donde Dios le habló. Aun cuando no sean dogmas de fe, profesamos creer en Dios todopoderoso, para el que…nada es imposible. Los apóstoles también los realizaron para que, a modo de zarza ardiente que no se consume, no tanto curasen tal o cual enfermedad o arreglasen la vida de alguien, si no más bien permitiesen que se diera otro milagro mucho más difícil: el milagro moral de la conversión de un hombre.
Un rasgo común de los milagros es que creemos que forman parte del pasado, y no los consideramos importantes. Además, al hablar de milagros –si somos sinceros- surge en nosotros, como una mueca, un …si pero…, que manifiesta cierta incredulidad. Y es que los milagros, los milagros físicos, son difíciles de creer incluso estando delante de ellos. Muchos vieron a Jesús hacer milagros, prodigios y signos, y no creyeron ni en sus milagros ni en Él: hace falta además recibir el don de la fe. Pero…¿ocurren hoy milagros y sirven para algo?, ¿tiene algo que ver los milagros y la ciencia?, ¿puede algún científico creer en milagros? y ¿de qué va lo de Lourdes?. Veamos.
En 1875 a Peter van Rudder le volvió a crecer parte de un hueso perdido por traumatismo severo, por intercesión de la Virgen de Lourdes, en un santuario a su memoria ubicado en Flandes. Es el caso 24 de los 66 milagros físicos absolutamente admitidos como hechos extraordinarios por científicos incluso ateos, ocurridos en la gruta francesa, y propuestos por la Iglesia a la contemplación libre del creyente y de todo hombre de buena voluntad, como una acción de Dios. Este milagro comportó algo mucho más difícil, que fue la conversión al catolicismo del Vizconde Alberich du Bus, patrón de Peter y destacado masón. El milagro físico produjo el denominado milagro moral: la conversión de un hombre.
El 28 de mayo de 1902 Marie Bailly, enferma de peritonitis tuberculosa, moribunda, era una peregrina más al santuario de la Virgen de Lourdes. Cuando se introdujo en el agua quedó instantáneamente curada. A partir de aquí se inició un proceso habitual y perfectamente establecido, que inicia el Bureau Medical de Lourdes, creado en 1884 como organismo científico integrado por especialistas creyentes, agnósticos y ateos, y que estudia si una curación va técnicamente o no en contra de las leyes de la medicina. En 1947 su capacidad de estudio se reforzó con la aparición de la Comission Médicale Internationale. Establecida la realidad de la enfermedad, la curación, la imposibilidad de dar una explicación natural y la ausencia de recaída, algo que ocurre en no más de un 10% de los casos presentados, una comisión canónica designada al efecto por la Iglesia dictamina si el hecho debe ser considerado o no milagro, entre otras cosas porque haya ocurrido en relación a circunstancias religiosas tales como la oración ferviente. Para los procesos de canonización, el comité médico se llama Consulta Médica y su modus operandi es bastante similar.
Nada más (ni nada menos) habría ocurrido aquel 28 de mayo si no hubiese estado cerca del acontecimiento admirable un joven médico francés llamado Alexis Carrel, que estudió la enfermedad de la moribunda Marie y presenció su curación. Había estudiado en los jesuitas de Lyon, pero ya en 1902 era más que escéptico frente a temas religiosos. Acompañó la peregrinación a Lourdes de Marie, como médico de oficio, habiendo declarado poco antes que …el milagro es un absurdo, es cierto; pero si en condiciones bien concretas se llega a comprobar con certeza, es preciso admitirlo…En un libro que escribiría años más tarde, titulado Mi viaje a Lourdes, narró la experiencia y cómo por ella se convirtió al catolicismo: el milagro físico dio como fruto el milagro moral de su conversión. Su “defecto” fue contarlo en un artículo para una reunión con médicos de ideología adversa, que no dudaron en decirle que con tales ideas la Universidad de Lyon no le abriría jamás sus puertas, por lo que emigró a los Estados Unidos, donde trabajó primero en el Laboratorio de Fisiología de la Universidad de Chicago, y desde 1906 en el prestigioso Instituto Rockefeller de Investigación Médica, actualmente en funcionamiento.
Alexis Carrel fue el primero en coser con éxito vasos sanguíneos -desarrollando una técnica que impedía la coagulación de la sangre- y en llevar a cabo transfusiones de sangre. Desarrolló las primeras técnicas de cultivo de tejidos y órganos separados del cuerpo, que le permitieron comenzar a trabajar en el transplante de órganos, siendo pionero en este campo hoy tan conocido. Por estos exitosos estudios le fue concedido el Premio Nobel en Fisiología o Medicina en 1912… ¡a un agnóstico convertido al catolicismo que creía en los milagros de Lourdes!. Su fecunda actividad científica no terminó aquí, si no que continuó intensamente en años posteriores. Durante la 1ª Guerra Mundial descubrió una sustancia que evitaba la infección de las heridas de los combatientes: la solución Carrel-Dankin. Más tarde y en colaboración con el primer aviador que cruzaría el Atlántico, Charles A. Lindbergh, fabricó un corazón artificial para mantener vivos fuera del donante los órganos a transplantar.
Poco antes de fallecer, en 1944, después de haber sufrido el rechazo y el odio que le llegó a acusar de colaborar con los nazis, seguramente por quienes pensaban como los que hoy acusan de lo mismo y sin ningún fundamento a Pio XII, escribió estas palabras: Quiero creer y creo todo lo que la Iglesia Católica quiere que creamos. Y no experimento en ello ninguna dificultad, ya que no encuentro ninguna oposición con los datos reales de la ciencia. Salvando las distancias, yo suscribo lo mismo, y me alegro de tener fe.