Católicos y científicos: Buenaventura Andreu, por Alfonso V. Carrascosa, científico del CSIC
Se cumplen 75 años de la creación del CSIC. Hay quien cree que su fundación acabó con la ciencia, pero lo cierto es que no fue así, sino más bien todo lo contrario: la creación del CSIC fue de gran utilidad para que no desapareciese la actividad científica después de la guerra civil.
Y a la no desaparición contribuyeron mucho personas de fe. Traerlas ahora a colación tiene interés por la pretendida incompatibilidad entre ciencia y fe, defendida por los mismos que propugnan el fin de la ciencia con la creación del CSIC. Buenaventura Andreu (1920-2001) es un ejemplo de la compatibilidad de ambas realidades, ciencia y religión, razón y fe.
“¡Quién me iba a decir a mí que llegaría a los 79 años! doy gracias a Dios por ello”, dijo nuestro personaje, admirado de haber vivido tanto, porque los médicos le dieron poca vida al nacer. Pronto quedaría huérfano de padre. Se licenció en magisterio y ciencias naturales. Gracias a los esfuerzos de Albareda, secretario general fundador del CSIC y miembro del Opus Dei, la investigación en biología cobró gran importancia en el mismo. El e Ibáñez-Martín, presidente del CSIC y miembro de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, promovieron la aparición en dicha institución de la investigación pesquera primero y oceanográfica después, creándose el Instituto de Investigaciones Pesqueras del que sería director muchos años, y que fue origen de otros institutos del CSIC activos en la actualidad, como el Instituto de Acuicultura Torre la Sal de Castellón, o el propio Instituto de Investigaciones Marinas de Vigo (en la foto). Sus estudios sobre sardinas, ostras y mejillones permitieron importantes avances en el sector. Trabajó con el también científico católico Ramón Margalef, a quien he dedicado un artículo en esta página: el ecólogo más importante de la historia de España.
Con ocasión de una reunión de la FAO en Roma, a la que asistía como experto, tuvo la oportunidad de estar con don José María Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei, al que perteneció desde 1955 como socio supernumerario. Aquella entrevista reafirmó su vocación matrimonial, su dedicación al trabajo bien hecho, su servicio a los demás, y su visión amplia, positiva y abierta de las personas. Hombre de convicciones religiosas arraigadas, el continuo contacto con esta institución le ha ayudado, entre otras cosas, a conjugar la fe con la ciencia.
Recibió numerosos reconocimientos y distinciones, entre otras: el premio “Ramón Mourente” de periodismo por un artículo publicado en el Faro de Vigo sobre la crisis de la sardina en Galicia; el premio “Suances” de Investigación Técnica por sus aportaciones científicas; el premio Nacional de Investigación “Francisco Franco”, otorgado por el CSIC, por sus aportaciones al estudio de biología y cultivo del mejillón. Se encuentra, además, en posesión de la encomienda de Alfonso X el Sabio recibida en 1954. Miembro de varias sociedades científicas nacionales e internacionales, recientemente (febrero de 1999) ha sido nombrado Académico correspondiente de la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona. En 1999 fue nombrado Académico Correspondiente de la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona.
Ventura falleció cristianamente el 14 de mayo de 2001 a la edad de 81 años. Con motivo de ese acontecimiento, Antonio Figueras Monfort, quien tan estrechamente trabajó con Andreu por desarrollar el cultivo de la ostra y del mejillón en Galicia, escribió «no sé si esta nota servirá para recordar la deuda de gratitud que la ciudad, la ría de Vigo, y Galicia en general, tienen para con un aragonés de Albalate del Cinca, que hizo la carrera de Ciencias en la Universidad de Barcelona y participó de forma muy notable en el avance de la Ciencia del Mar en España».
Su hija Pilar decía de él: “Tuvo siempre una gran preocupación por su familia, y por la formación se sus hijos. Todos hemos obtenidos títulos universitarios, entre otras cosas, gracias al hábito de estudio que nos inculcó desde muy pequeños. Lo recuerdo como una persona muy amigo de sus amigos, generosa y piadosa sin beaterías. En nuestro hogar, por el ejemplo de nuestros padres, aprendimos muchas virtudes humanas y a querer a Dios, a la Virgen María y a la Iglesia”. Además del testimonio de la hija, la información facilitada por Angel Guerra, científico también del CSIC que fuera compañero de Buenaventura, ha sido la base del presente artículo. Los científicos han dejado de creer en Dios no porque sean científicos, si no por otras causas: la ciencia no quita la fe. Soy testigo de ello.