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Iglesia Católica y cultura científica, por Alfonso V. Carrascosa, científico del CSIC

Iglesia Católica y cultura científica, por Alfonso V. Carrascosa, científico del CSIC

Juan Pablo II, en su discurso a la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para la Cultura (10-1-1992), dejaba entrever su confianza en que la cultura científica podría ser un lugar de diálogo entre fe y razón, o ciencia y religión, al decir: “Espero que prosigáis el diálogo iniciado en el curso de estos últimos años con los representantes de la cultura científica, de la ciencias exactas y de las ciencias del hombre.

Los progresos de la ciencia y de la técnica reclaman una conciencia renovada y una exigencia ética al corazón de la cultura, que los hombres de todas las culturas puedan beneficiarse de ellas con equidad, en un esfuerzo perseverante de solidaridad”. ¿Se trata de una ingerencia más de la Iglesia Católica en lo que no le importa? Veamos que no.

Galileo Galilei (1564-1642), astrónomo, matemático y físico considerado como el padre de la ciencia incluso por ateos y laicistas, es probablemente el científico católico más importante de todos los tiempos. Su libro “Sidereus Nuncius” (Mensajero Sideral) publicado en 1611 inaugura lo que actualmente se conoce como divulgación científica, cimiento de la denominada cultura científica. En 1623 escribió otra parte de sus hallazgos en un tono capaz de llegar al gran público y ser entendido, inaugurando de este modo con sus “Diálogos sobre los Dos Grandes Sistemas del Mundo”, donde los personajes Sagredo, Salviati y Simplicio departen en italiano sobre el candente problema del centro del universo. Pero no es ésta la única manera de conocer que la cultura científica es un fenómeno creado por la Iglesia Católica.

Y es que fue también en el siglo XVII, cuando se forman y consolidan las sociedades científicas. La primera de ellas, la Academia dei Lincei, es fundada en Roma el año 1603, siendo su actividad el someter temas a debate entre críticos expertos, favorecer el intercambio de ideas y publicar libros y artículos, proporcionando y propagando ideas científicas entre la ciudadanía de la época. Supone la institucionalización de la cultura científica, y en ella fue determinante la actuación de la institución promotora de la ciencia más importante de la época: la Iglesia Católica. Al frente de dicha academia y con el aliento del Papa Clemente VIII, se puso al también científico católico Federico Cesi. Sería más tarde, en 1660, cuando se fundase la Royal Society , y seis años después la Académie Royale des Sciences.

A ella ingresó en 1611 Galileo Galilei, que llegó a aseverar en carta dirigida a Benetto Castelli el 21 de diciembre de 1613 que “…la Escritura Santa y la naturaleza, al provenir ambas del verbo divino, la primera en cuanto dictada por el Espíritu Santo, y la segunda en cuanto ejecutora fidelísima de las órdenes de Dios, no pueden contradecirse jamás”. Con el paso del tiempo dicha academia ha llegado a ser la Academia Pontificia de Ciencias, y su cometido lo reflejaba el propio

Que en la actualidad intente presentarse por los políticos a la cultura científica como algo nuevo, y que por inspiración laicista no se haga mención alguna a la relación que la Iglesia Católica ha tenido y tiene con la ciencia es algo carente de rigor científico, lo cual debilita la credibilidad de los que así actúan: cuando Galileo creó la cultura científica, y el papa Clemente VIII la institucionalizó al fundar la Academia dei Lincei, ninguno de los que en la actualidad se presentan como padres y madres de la cultura científica habían nacido.

 

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