Católicos y científicos: Menéndez Pelayo, por Alfonso V. Carrascosa, científico del CSIC
Dicen que de chiquitito, en vez de jugar leía. Con doce añitos se había ventilado ya “El Criterio”, de Jaime Balmes, y otros 34 libracos que guardaba en su cuarto, en un armario ropero.
Entonces no había e-books ni e-mail, sólo sólido material bibliográfico ( a su muerte legó una biblioteca de 40.000 volúmenes). Con dieciséis primaveras pues claro, normal, tradujo las tragedias de Séneca, y dio un discurso en el Ateneo de Barcelona sobre “Cervantes considerado como poeta”: se veía venir. Comenzó Filosofía y Letras en la Facultad de Letras de Barcelona , se licenció con 17 años en la de Valladolid , y antes de cumplir los veinte años se doctoró en la Universidad Central de Madrid con premio extraordinario, presentando “La novela entre los latinos” (Santander, 1875). Desde los 22 años , esta criaturita fue catedrático de la Universidad de Madrid, entonces el más joven de la historia.
En un dejarse ir –eso que hace Usain Bolt para batir récords y ganar medallas de oro corriendo los cien metros- pues fue elegido miembro de la Real Academia Española (1880), diputado a Cortes (1884–1892), Director de la Biblioteca Nacional de España (1898 y 1912) –donde se conserva una escultura en su honor en cuya placa dice “Los católicos españoles por iniciativa de la Junta Central de Acción Católica”-, propuesto para el Premio Nobel en 1905, y elegido miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (1889), de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1892) y director de la Real Academia de la Historia (1909), siendo así el único español de la época que perteneció a las cuatro Academias.
Le tocó a don Marcelino vivir una época de crisis patriótica, proponiendo la restauración de la cultura española con obras suyas muy famosas tales como “La ciencia española” (1876) o “Historia de los heterodoxos españoles” (1880-82). Polígrafo y erudito dedicado a la investigación científica sobre la historia de las ideas, la literatura y filología españolas, encontró tiempo para la política, la poesía, la traducción y la filosofía, y su obra completa, editada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) –al que sirvió de inspiración en los momentos de su puesta en marcha, y quien le dedicó un patronato con su nombre- se publicó entre 1940 y 1974, suponiendo un total de 67 tomos.
Pero por encima de todo don Marcelino fue católico, apostólico y romano, creencias que compaginó con posiciones políticas liberales, como muchos en su época. Enemigo del laicismo, defendió como nadie la complementación entre ciencia y religión, razón y fé, con bastante vehemencia en su juventud, algo que le enfrentó con los krausistas de la época. Ya en su madurez su discurso se aplacaría bastante, reconciliándose con intelectuales otrora víctimas de su crítica tales como Benito Pérez Galdós. De esta época son las siguientes palabras:
“…Pero es tal mi respeto a la dignidad ajena; me inspira tanta repugnancia lo que tiende a zaherir, mortificar, a atribular a un alma humana, hecha a semejanza de Dios y rescatada por El con el precio inestimable de la sangre de su Hijo, que aun la misma censura literaria, cuando es descocada y brutal, cínica y grosera, me parece un crimen de lesa humanidad, indigno de quien se precie del título de hombre civilizado y del augusto nombre de cristiano…”. Inspiró y mucho a Ibáñez Martin en la fundación del CSIC.
El cardenal Ángel Herrera Oria, paisano de él, que se consideraba su discípulo, comentaría tras su muerte: «Consagró su vida a su patria. Quiso poner a su patria al servicio de Dios».