Madrid acoge del 16 al 19 de junio la reunión de secretarios generales de los episcopados que integran el Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE). Hablamos con el anfitrión, el secretario general de la CEE
La reunión anual de secretarios generales de los episcopados integrados en el Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) vuelve a España. Lo hace 16 años después de la última ocasión, cuando estuvieron reunidos en Covadonga, de la mano del entonces secretario general de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Juan Antonio Martínez Camino. Ahora será en Madrid, del 16 al 19 de junio, después de la propuesta del actual secretario general, Francisco César García Magán, en la reunión del año pasado en Tirana.
Así, en torno a 35 personas, entre secretarios generales de países que van desde Portugal a Rusia, y personal de la CCEE y la COMECE (Comisión de las Conferencias Episcopales de la Unión Europea), vendrán a nuestro país para reflexionar sobre El servicio de Conferencias Episcopales de Europa en el dinamismo entre unidad y diversidad. Un tema vinculado al Sínodo sobre la sinodalidad. Sobre esta cuestión disertará, en una de las ponencias, el decano de la Facultad de Teología de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, Gabriel Richi Alberti. También habrá tiempo para la reflexión sobre la cuestión ecuménica, de la mano de la consagrada de la Comunidad Chemin Neuf Estelle Mical Sogbou.
Después de estas intervenciones, se trabajará por grupos lingüísticos —italiano e inglés— y se procederá a la comunicación de las informaciones de las distintas comisiones —Evangelización y Cultura, Pastoral Social, Jóvenes, Familia y Vida— de la CCEE. Del mismo modo, intervendrá el secretario general de la COMECE, Manuel Barrios, mientras que los secretarios generales de las dos conferencias episcopales de Ucrania —la grecocatólica y la latina— ofrecerán información sobre la situación de su país, todavía en guerra. Asimismo, se presentarán los secretarios generales que han iniciado su servicio en el último año, mientras que el secretario anfitrión dará cuenta de la situación de la Iglesia en nuestro país. Al margen de los trabajos, habrá un encuentro con la Iglesia local de Madrid, con una Eucaristía en la catedral de la Almudena. También una excursión a Toledo, donde podrán participar en una Eucaristía en rito hispano-mozárabe y en encuentros institucionales y culturales.
Para analizar esta importante reunión —en la que se harán presentes el presidente de la CEE, Luis Argüello, y el nuncio del Papa en España, Bernardito Auza— y el papel del cristianismo en la Europa de hoy, nos atiende, precisamente, Francisco César García Magán.
Desde Reino Unido a Rusia. La diversidad, incluso de ritos, en los miembros de la CCEE es más que evidente. Y, precisamente, la diversidad es parte del tema de este año…
El encuentro tiene como trasfondo el Sínodo sobre la sinodalidad. Pero, al margen de las ponencias y del trabajo, es muy interesante el diálogo informal que se establece entre los participantes en los descansos, entre las ponencias y en las comidas. Es muy enriquecedor.
Por su participación en otras reuniones y su propia percepción, ¿cuáles son los desafíos que afronta la Iglesia en Europa?
En las informaciones de las comisiones de la CCEE se aprecian variantes y matices entre países, pero el desafío de la familia es común. También el de la iniciación cristiana, en un momento en el que cae la práctica religiosa. Está el reto de los jóvenes, muy vinculado a las vocaciones. Al hablar de esto último, no me refiero solo al sacerdocio o a la vida consagrada, sino también a la vocación matrimonial. Sin esta última, las otras no están. Las migraciones o la guerra son también asuntos importantes. En este sentido, cabe destacar que estos desafíos, ya sean pastorales o sociales, no son solo de una diócesis o una conferencia episcopal. Los desafíos no se circunscriben a un territorio, pues no entienden de fronteras.
¿Cómo responder ante ellos de forma conjunta?
Se hace camino al andar, como diría el poeta. Es cierto que en Europa llevamos algunos años de retraso con respecto a otros continentes. Pienso, por ejemplo, en América Latina, donde viví cinco años. Allí, el Consejo del Episcopado Latinoamericano (CELAM) tiene un gran peso. Es cierto que en Europa tenemos la fragmentación del idioma y de la propia historia, y no es fácil. En América Latina están más acostumbrados a este trabajo y, de hecho, las grandes conferencias del episcopado latinoamericano han dado grandes frutos, y ahora influyen en toda la Iglesia. Hay aspectos del Papa que vienen de allí. En Europa no hemos llegado a eso.
Además, aquí se pone en cuestión el cristianismo.
Merece la pena recordar que la matriz de Europa es la unión de la filosofía griega, el derecho romano y la tradición judeocristiana. Volviendo a la época contemporánea, hay que decir que, tras las dos grandes guerras, lo que vincula a Europa es el cristianismo. Los padres de Europa eran cristianos y tenían un compromiso, principios y valores cristianos. El cristianismo ha forjado Europa. Lo hizo cuando cayó el Imperio Romano, en el Renacimiento, en la Revolución Francesa y la Ilustración. Estos son hijos que no quieren reconocer a sus padres, pero son hijos del cristianismo. La libertad, la igualdad y la fraternidad son valores evangélicos. En otras civilizaciones no cristianas no se han producido acontecimientos como el Renacimiento o la Ilustración. Aquí hay una filosofía cristiana, un humanismo cristiano, que reconoce los derechos fundamentales del hombre, que no son graciosas concesiones del Estado, sino algo que dimana de la propia dignidad del ser humano y que para los cristianos es el resultado de la encarnación de Dios.
En un reciente encuentro en la Fundación Pablo VI sobre Europa, el filósofo Tomáš Halík decía, precisamente, que la secularización era un hijo pródigo del cristianismo…
Es el hijo que ha renunciado a sus raíces, que ha roto con sus padres, pero los genes los tiene. La sociedad europea puede renunciar a la Iglesia, pero ha nacido de ella.
Y en este cambio de época que vivimos. ¿Cómo puede el cristianismo volver a forjar Europa, como hizo en el pasado?
Es uno de los desafíos. Como ya dijo Joseph Ratzinger, hay que olvidarse de esas Iglesias de cristiandad, donde había una identificación entre lo social y lo religioso, donde pueblo, municipio y parroquia se identificaban, lo mismo que la Iglesia y el Estado. Caminamos hacia una Iglesia que será minoría desde el punto de vista cuantitativo, es decir, no mayoritaria sociológicamente. Pero, sin embargo, hay que poner la carne en el asador y ser mayoría cualitativa. El gran reto de hoy es hacer cristianos convencidos y testigos. La Iglesia primitiva no lo tenía más fácil que nosotros. La cultura grecorromana tenía valores cristianos, pero también la esclavitud o cuestiones reprobables en materia de moral personal. Y, sin embargo, aquellas comunidades se fueron extendiendo por todo el mundo conocido, fueron capaces de transformar a las sociedades, de ser germen. Y lo fueron, porque estaban convencidos, porque eran testigos y creían lo que vivían.
Menos cantidad, pero más calidad…
La minoría cristiana en Europa tendrá que apuntar a la calidad. Una minoría, no para quedarse encerrados, no para hacer una Iglesia de guetos, esperando a que pase el chaparrón y salir cuando lleguen tiempos mejores. Si nos quedamos encerrados, seríamos infieles al mandamiento del Señor de ir y hacer discípulos. La Iglesia existe para el anuncio, por y para la evangelización, no para quedarnos juntitos y a gusto. Los apóstoles no se quedaron encerrados. Si lo hubieran hecho, no estaríamos nosotros aquí. Una Iglesia de minorías, sí; una Iglesia encerrada o guetizada, no. Minorías que estén presentes, sean fermento y anuncien el Evangelio.
El propio Halík, del que hablábamos antes, sostiene que rechazar la cultura de hoy es exculturar la fe. ¿Sería la consecuencia de encerrarse?
Tenemos que inculturar la fe y evangelizar la cultura, porque el Verbo se hizo carne en unas coordenadas espacio temporales determinadas, en una cultura determinada. El reto que tenemos es que el Evangelio sea buena nueva para todos los hombres y todas las mujeres de todos los tiempos y culturas. Como no fue necesario hacerse judío para ser cristiano en los inicios del cristianismo, hoy no es necesario hacerse europeo o latino para ser cristiano. No hay que asumir nuestras categorías ni la expresión conceptual, litúrgica y devocional de la fe. Hay que distinguir entre lo que es esencial del mensaje y del ropaje cultural. Esto último puede cambiar.