Un ejemplo de ello, afirma el presidente de la COMECE a ECCLESIA, es la propuesta de incluir el aborto entre los derechos fundamentales de la Unión Europea
Mariano Crociata, presidente de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Unión Europea (COMECE), responde a la revista ECCLESIA a pocas semanas de la celebración de las elecciones europeas que tendrán lugar del 6 al 9 de junio. La COMECE ha pedido a los ciudadanos de la Unión Europea que se preparen y voten con responsabilidad, eligiendo opciones que promuevan los valores cristianos y el proyecto europeo. Sin embargo, no es una petición fácil en una Europa que ha aprobado incluir el aborto en la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE, aunque sea una resolución no vinculante. Crociata asegura que es necesaria «una gran capacidad de diálogo y debate con argumentos y testimonios» cuando están en juego los valores de la condición humana. Como dificultades para la UE, diagnostica la desafección —«incluso hostilidad»— hacia ese proyecto europeo. También de parte de los católicos, entre otras cosas, por «la forma en que se ignoran o maltratan valores que constituyen el patrimonio original y compartido de la UE y que no solo son importantes para la tradición cristiana», explica. El presidente de la COMECE estuvo recientemente en Madrid para participar en la jornada internacional Hacia una ciudadanía europea participativa, organizada por la Fundación Pablo VI y el Istituto Paolo VI. «La secularización no es el fin de la religión. El cristianismo se convertirá en una religión elegida», sostuvo.
¿Cuál es el mensaje de la COMECE para las elecciones?
La declaración que hicieron pública los obispos delegados subraya la importancia de la próxima cita electoral, no solamente como una fecha para examinar el estado de salud de la democracia en la Unión Europea, sino también como una ocasión para diagnosticar los problemas que la aquejan, tanto por el contexto político dentro de Europa como fuera de ella. Ese contexto está marcado por dos guerras tremendamente dramáticas, además de peligrosas para los pueblos vecinos y para el equilibrio global.
¿Cuáles son los temas europeos que más preocupan y en los que la COMECE está trabajando con mayor empeño en este momento?
Internamente, la Unión Europea debe afrontar una tendencia hacia la desafección, incluso diría hostilidad, hacia el proyecto europeo. Esta corriente se manifiesta en movimientos de opinión pública que conducen a expresiones políticas de carácter nacionalista, soberanista o populista, o como se quieran llamar. No hay que olvidar que el nacionalismo estuvo en el origen de los conflictos más sangrientos de Europa. Este fenómeno produce también un debilitamiento de la UE en su capacidad de expresar su liderazgo en el gobierno de la comunidad de naciones que la integran y en el contexto geopolítico actual. Pero no menos preocupante es la forma en que se ignoran o maltratan valores que constituyen el patrimonio original y compartido de la UE y que no solo son importantes para la tradición cristiana. La propuesta de incluir el aborto entre los derechos fundamentales de la Unión es un ejemplo.
A su juicio, ¿cuáles son los retos que tendrán que afrontar nuestros representantes políticos tras las elecciones europeas?
Los informes solicitados a Mario Draghi y Enrico Letta por la Comisión y el Consejo Europeo ponen de relieve los puntos más delicados de la situación actual, que se caracteriza por la falta de unidad ante los desafíos que presenta el actual momento histórico. Por eso, hablan, por un lado, de una política exterior, de mercado y fiscal compartida y más fuerte y, por otro, de una defensa común. Estos serían los elementos necesarios para reforzar la integración europea y para alcanzar una capacidad de iniciativa y de decisión sin la cual la Unión Europea no haría más que multiplicar el número de europeos decepcionados. Y hay otro problema de fondo. Hace falta trabajar para crear una opinión pública europea y una ciudadanía europea. Y para ello, los ciudadanos deben sentirse más cerca de las instituciones y más atentos a lo que se ve solo como una burocracia anónima y autorreferencial.
¿Cómo puede la Iglesia ayudar a la política a afrontar los desafíos poselectorales?
Hay dos ámbitos fundamentales de acción de la Iglesia, uno más institucional y otro pastoral. En el primero, la Iglesia mantiene un diálogo constante con las instituciones europeas, evaluando y juzgando situaciones y decisiones con la mirada de la doctrina social de la Iglesia. Esto es lo que hace la COMECE, por ejemplo. En el segundo campo, se pretende alumbrar una mentalidad y una práctica de los creyentes que aumente una conciencia coherente con el anuncio del Evangelio y un sentido de comunidad que, además de realizar la Iglesia que el Señor quiere, posibilite el fermento de una sociedad renovada según el espíritu del Evangelio.
Volvemos a ser testigos del nacimiento de movimientos populistas de todos los signos políticos, ¿considera que los europeos han olvidado su historia reciente, los acontecimientos de hace apenas 80 años?
Como apuntábamos, se trata de fenómenos que preocupan a todos aquellos que somos conscientes de lo que la historia nos ha mostrado en el último siglo y de lo que nos puede deparar el presente si no tomamos medidas lo antes posible. En este caso, el mayor peligro es precisamente el olvidar las causas que propiciaron dos guerras mundiales en nuestro continente y que podrían repetirse una y otra vez en la total inconsciencia de los peligros a los que nos enfrentamos. Hay que señalar un cierto modo de hacer política, pero también apuntar el hecho de que hay muchas personas que crecieron en una completa ignorancia e incluso indiferencia hacia todo lo que no concierne a su interés inmediato y a la satisfacción de sus propias necesidades, sin preocuparse por nadie ni por nada más.
La guerra está en nuestro continente y cada vez se habla más del riesgo de que el conflicto se extienda. ¿Qué ha pasado? ¿Ha fracasado la diplomacia y ahora solo predomina el lenguaje de las armas?
En el caso de la guerra contra Ucrania, los efectos de una actitud y voluntad nacionalista e imperial son evidentes. El diálogo en determinadas situaciones es difícil. Pero no debemos rendirnos. Estamos convencidos de que aún no se han explorado todas las vías que permite la diplomacia. Esperemos que así sea. Lo cierto es que dejar que las armas sean la solución a una situación tan compleja y deteriorada sería una muy mala señal para todos.
¿Por qué Europa no actúa unida ante la tragedia de los migrantes en el Mediterráneo?
La UE no está unida por las divisiones y el egoísmo de los distintos países que sufren presiones o utilizan, de manera populista, los miedos y el descontento de muchas personas, convirtiendo a los inmigrantes en chivos expiatorios de cada dificultad o problema social. Resulta patética la contradicción que implica que, por un lado, los inmigrantes sean apreciados cuando vienen a realizar trabajos que otros no quieren hacer y a producir riqueza en beneficio del país en el que ahora residen, sin mencionar la contribución que hacen a la solución del problema demográfico, mientras que, por otro lado, muchos pintan a los inmigrantes como los portadores de todo lo peor que nuestras sociedades occidentales conocen, aunque la responsabilidad pueda ser nuestra, de nosotros, los ciudadanos europeos.
¿Se puede afirmar que la voz de los católicos en Europa se ha debilitado?
Creo que podemos ver una debilidad en muchos niveles, sin ignorar los signos y los frutos de la fe. Sin embargo, debemos tener cuidado de no confundir las cosas. No se trata tanto de alzar la voz y hacer proclamas y protestas cuando sea necesario. Para hacer oír la propia voz, es necesario tener algo que decir y el valor para hacerlo. Pero esto requiere de la coherencia de vida y de una comunidad unida y fuerte que después suponga un respaldo a quienes asumen el compromiso directo con la acción política y, sobre todo, con la acción parlamentaria. Esta cuestión requeriría de una discusión más pormenorizada sobre qué es hoy la acción política y cómo llevarla a cabo.
Han aumentado, incluso entre los católicos, los que ven a la Unión Europea con escepticismo. Muchas veces no se percibe la utilidad de la Unión o se la considera un factor de intromisión en la soberanía de los Estados. ¿Qué dicen la Iglesia y los obispos de la COMECE a este respecto?
Existe un problema de comunicación, pero también hay un problema de eficiencia y entendimiento efectivo entre las instituciones europeas y los pueblos europeos. Los ámbitos en los que la Unión Europea está llamada a ejercer su autoridad política y de toma de decisiones están creciendo naturalmente debido a la propia evolución y complejidad de las sociedades actuales. Lo que falta es la capacidad de tener en cuenta las diferentes sensibilidades, la necesidad de disponer de tiempo suficiente para madurar la participación de todos los ciudadanos en decisiones que, sin una preparación adecuada, corren el riesgo de producir efectos que parecen en contra y no a favor de los ciudadanos. Podemos hablar de una necesidad insatisfecha, tanto de información como de debate e intercambio, que los parlamentarios son los primeros que deberían intentar satisfacer. Sin embargo, hay que añadir que hay materias en las que la UE no tiene competencia, de acuerdo con lo que establecen los tratados. La tendencia a influir en las vidas y sensibilidades de los pueblos más allá de los límites de la competencia europea debe contrarrestarse con medidas y con la actitud de los líderes europeos, que deberían ser escrupulosos a la hora de respetar y escuchar las voces de los pueblos.
Europa ha legislado contra la vida humana, consagrando la eutanasia y el aborto como derechos. ¿No se trata de una triste paradoja en una situación de invierno demográfico?
Afortunadamente, no se trata de normas definidas y operativas, pero es cierto que son más que explícitas la intención y las iniciativas encaminadas a introducir la voluntad humana dentro de los límites extremos de la vida, es decir, la concepción y la muerte. Lo que se requiere es una gran capacidad de diálogo y debate, aportando siempre mejores argumentos y testimonios, así como un esfuerzo de comprensión mutua. Hoy no puede haber otro camino que el diálogo razonado para hacer reflexionar y hacer valer una cuidada reflexión cuando están en juego los valores límite de la persona y de la condición humana.
¿Qué balance hace de estos meses al frente de la COMECE?
Es una experiencia muy significativa, que enriquece y exige mucho para llevar adelante los objetivos eclesiales e institucionales de un organismo que tiene la posibilidad de crear un impacto mucho más allá de sus propios instrumentos materiales. Espero que la COMECE sea cada vez más y mejor conocida como signo de un crecimiento de la conciencia europea entre los católicos y entre todos los ciudadanos de las naciones europeas para, que conozcan lo que significa ser ciudadanos europeos y se enorgullezcan de ello, de pertenecer a una Europa cada vez más unificada. No puedo dejar de agradecer el compromiso de los obispos delegados de los distintos episcopados nacionales de la Unión Europea y el trabajo que el personal del Secretariado realiza con gran dedicación y profesionalidad. Lo que necesitamos cada vez más es que crezca entre todos los pastores y fieles la conciencia de la responsabilidad social que nace de la fe y la convicción de que la Unión Europea no es un complemento superfluo a la presunta autosuficiencia de las distintas naciones, sino parte integrante y dimensión esencial de un progreso y desarrollo que sin ella nadie podría conocer y alcanzar. Todos necesitamos ir más allá de los horizontes habituales en los que nos encierra la vida cotidiana, ampliar nuestra mirada más allá de las fronteras, como nos pide esencialmente la fe.