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China y la Santa Sede, tan lejos y tan cerca


Las autoridades del gigante asiático reconocieron este verano a un obispo fiel a Roma 42 años después de su consagración episcopal

Los avances, pequeños y grandes, de la relación entre China y la Santa Sede se han traducido este verano en el anuncio de que, después de 42 años de consagración episcopal, las autoridades chinas reconocen a un obispo que, por tanto, durante todo este tiempo ha pertenecido a la llamada «comunidad clandestina». Melchor Shi Hongzhen, de 94 años, tras cuatro décadas como obispo de Tianjin, ha obtenido el reconocimiento oficial como tal a efectos civiles. La Santa Sede dio a conocer la noticia a través de un comunicado, explicando la satisfacción por «esta medida, que constituye un fruto positivo del diálogo puesto en marcha a lo largo de los años entre la Santa Sede y el gobierno chino».

El obispo nació el 7 de octubre de 1929 y fue ordenado sacerdote el 4 de julio de 1954. Recibió la consagración episcopal como obispo coadjutor de la diócesis de Tianjin en 1982. En 2019, tras la muerte del titular, Esteban Li Side, de 93 años, Shi Hongzhen se convirtió en su sucesor. Ambos obispos se negaron siempre a formar parte de la llamada Iglesia patriótica, la que controlan y reconocen las autoridades chinas.

La comunidad en Tianjin es relativamente pequeña, si la comparamos a la población china. Cuenta con alrededor de 56.000 fieles, distribuidos en 21 parroquias, atendidos por 62 sacerdotes y «un buen número de religiosas», como indicaba la nota de la Santa Sede.

Este reconocimiento de las autoridades chinas se celebró en Tianjin con una ceremonia a la que también asistió el arzobispo de Pekín, José Li Shan, como presidente de la Asociación Patriótica y vicepresidente del Consejo de Obispos Chinos, un órgano colegiado no reconocido oficialmente por la Santa Sede. Fue significativo que la ceremonia no tuviera lugar en la catedral, sino en una sala de un hotel de la ciudad. Melchor Shi Hongzhen quiso subrayar así que se trata de un reconocimiento civil, puesto que él es canónicamente obispo desde hace 42 años. Según recogen distintos medios, el nuevo obispo reconocido manifestó en esta celebración su voluntad de amar a la patria y a la Iglesia. Ya lo dijo el papa Francisco en Mongolia, al concluir su viaje con la Misa en Ulán Bator, cuando pidió a los católicos chinos que fueran «buenos cristianos y buenos ciudadanos». Y eso que el Gobierno chino impidió que los católicos viajaran al país vecino para acompañar al Papa.

En cualquier caso, con este paso se sana una vieja herida en el cuerpo de la Iglesia en China. El reconocimiento llega pocos meses después de los tres nombramientos de obispos que tuvieron lugar en enero y del traslado a Hangzhou de uno de los dos obispos chinos que participaron en los trabajos del Sínodo. 

Renovación del acuerdo

También se produce unas semanas antes de la renovación del acuerdo provisional entre Roma y Pekín. La renovación provisional de dos años expirará a finales de octubre. A principios de verano, el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, confirmó que se volverá a suscribir el acuerdo, que se mantiene secreto en la mayor parte de sus puntos en virtud de este carácter provisional, salvo en la cuestión del nombramiento conjunto de los obispos. Queda por ver, precisamente, si el acuerdo volverá a firmarse por otros dos años, es decir, hasta 2026, o ese plazo se ampliará, así como los términos.

Colaboración internacional

Resulta curioso que mientras China y la Santa Sede intentan remendar sus relaciones rotas desde 1951, se ocupen conjuntamente de otros asuntos de interés internacional. En agosto, el cardenal Matteo Zuppi departió telefónicamente con Li Hui, representante del Gobierno chino para los Asuntos Euroasiáticos, sobre la cuestión ucraniana tras la incursión de Kiev en territorio ruso. El también presidente de la Conferencia Episcopal Italiana se había reunido con este alto funcionario chino en el verano de 2023 como parte de la misión de mediación para Ucrania que le ha encomendado el Papa.

Mientras se concreta la renovación del acuerdo, la Santa Sede, y no solo Francisco, sigue con los ojos puestos en el gigante asiático. En mayo, en la Universidad Urbaniana se celebró un gran congreso para conmemorar los 100 años del primer y único Concilio de los obispos chinos. El evento contó con la participación del obispo de Shanghái, José Shen Bin, y el Santo Padre participó con un mensaje. En él, Francisco destacó que el camino de la Iglesia no está exento de «tiempos de paciencia y de prueba» y que «el Señor en China ha guardado la fe del pueblo de Dios a lo largo del camino». Otro importante evento fue la presentación en Roma del documental sobre el misionero español Diego de Pantoja. Tal fue la importancia de este jesuita que, en 2018, el gobierno chino decretó «el año de Diego de Pantoja». Francisco envió una carta al director del documental, el padre Jesús Folgado, en la que define al misionero como «el embajador de la cultura china en Occidente».

Francisco no se resigna a no seguir las huellas de jesuitas como Diego de Pantoja o Matteo Ricci en China. Así lo ha vuelto a asegurar en una entrevista que se hizo pública hace unas semanas y que concedió a los jesuitas chinos el 24 de mayo, el día de María Auxiliadora, a la que tanta devoción tienen los católicos de este país. «Tengo ganas (de ir a China)», respondió el Pontífice rápidamente al ser preguntado si deseaba viajar a Pekín.

Confesaba Francisco que lo primero que haría sería visitar a la madre en el santuario de She Shan, en Shanghái. Una vez más, habló de la paciencia del rebaño chino, «un pueblo fiel que ha pasado por muchas cosas y siempre ha mantenido la fidelidad». «Un pueblo que es maestro en esperar», decía. Francisco no pierde la esperanza de visitar China continental a la que, cada vez más, se acerca con destinos como los visitados recientemente con esta gira en Asia y Oceanía o sus viajes a Mongolia, Japón o Corea del Sur. 

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