Los titulares esconden a veces dramas profundos y estructurales. Si uno es capaz de introducirse en las inmediaciones de la noticia, podrá advertir causas que trascienden la eventualidad. Tras la página de sucesos se esconden infortunios generacionales.
Los rótulos que uno lee sobre el cisma de Belorado, tratado frecuentemente con una superficialidad pasmosa, son solo el fogonazo mediático de un drama escondido y silencioso que desgarra una parte neural de la Iglesia: la vida contemplativa.
Sin ser predestinacionista, digo que lo de Belorado tarde o temprano tenía que pasar. O algo semejante. La herejía o el cisma son siempre síntomas de insatisfacción y frustración. Y, en unas condiciones de la existencia eclesial tan desalentadoras, no es de extrañar que de cualquier mato salte un conejo.
La vida religiosa está en crisis. Y, aunque podemos contar insignes excepciones, la vida contemplativa en España se debilita. No lo digo yo, lo dice la ciencia: la estadística y la medicina. ¿Desde cuándo no ve usted en el convento de su pueblo una vocación nativa? Y la falta de vocaciones, como puede intuir, no es solo un problema demográfico, sino que imprime en toda la estructura eclesial una incapacidad para escuchar y responder a las demandas espirituales del tiempo presente, y a las inquietudes más extrañas de los jóvenes que, según resulta ahora, van por lo tradicional y lo dogmático.
En fin, este es el contexto en términos generales: desencanto inherente a una vida monástica sin relevo, exposición poco discernida a las redes sociales, falta de vocaciones verdaderamente teológicas, ideologización y polarización crecientes, desestima por el derecho canónico, aislamiento y soledad de las comunidades, asunción de categorías teológicas caducas, cierre paulatino y desesperante de presencias, superávit patrimonial y déficit económico.
Para una monja, dejar su monasterio es abandonar el planeta tierra. ¿Sorprende lo de Belorado? Al menos, su frustración es legítima, especialmente cuando han tenido que luchar contra la guerra de los estilos que desangra la vida religiosa. Su decisión es perversa y peligrosa. Sí, quién lo niega. Pero, ¡a las causas! Vayamos a la raíz. Y si no, solo tendremos que esperar, porque habrá más Belorados.