Con seis kilos en la espalda —tres mudas, los Evangelios y dos botellas para rellenar de agua— y una cuenta de Instagram recién creada. Carlota se fue al fin del mundo —Finisterre— para llegar al principio, a Jerusalén, la Tierra Santa. Donde nació y resucitó —nació para siempre— la razón de su viaje y de su vida.
Solo conocía un antecedente, Egeria, hispanorromana del siglo IV, que también había llegado a Israel desde Galicia y lo había recogido en un diario escrito en latín vulgar que luego ha servido a los investigadores. Carlota también ha contado sus etapas, aunque ha cambiado el papel por las redes sociales. Entre enero y febrero recorrió el norte de España. En marzo y abril el sur de Francia. A principios de mayo entraba en Italia. Aunque Roma no le pillaba de camino, decidió hacer un «pequeño desvío de tres meses» para pedirle al Papa su bendición. Por insistente lo consiguió. A finales de julio, cruzó a Eslovenia y, tras pasar por Croacia, Montenegro y Albania en octubre, atravesó la frontera de Grecia. El itinerario no estaba decidido previamente, Carlota se dejó llevar por la Providencia y por todos los amigos que fue conociendo por el camino. Los seguidores no dejaron de aumentar y los medios de comunicación empezaron a llamar a su teléfono. Entre todos los mensajes que recibía, se encontró con el de Claudio, un gaditano que le ofrecía llevarla en velero a Israel tras haber escuchado su aventura en la radio. A principios de noviembre, Carlota estaba embarcando con Claudio en Chipre.
Diez meses después de la salida de Finisterre, con el cuarto par de zapatillas en los pies, Carlota vio por primera vez la costa israelita. Al fin iba a pisar la tierra que Jesús había pisado. Pero antes de llegar al Santo Sepulcro, tenía que empaparse del país, entenderlo, vivirlo. Así que decidió pasar primero por Nazaret, por el mar de Galilea, pasar dos sabbat con familias judías ortodoxas.
A esas alturas, Carlota seguía contando con la mayor parte de los ahorros que llevaba y es que una característica esencial del peregrinaje es la hospitalidad. Una cultura que le llamó especialmente la atención al cruzar Albania, donde «tenía que elegir casa en cada pueblo, porque todas estaban abiertas para mí». Ni una sola noche durmió al raso. De hecho, calcula que le ha dado las gracias a 330 personas por acogerla. Dos de ellas son Golan Rice y Yael Tarasiuk, con los que compartió las últimas etapas hasta llegar a Jerusalén. Se convirtió así en la primera peregrina del Camino de Peregrinación a Jerusalén, que están montando estos dos amigos tras haber peregrinado a Santiago en varias ocasiones. Se trata de un proyecto de reconstrucción de las antiguas rutas de a la ciudad santa, pensado para personas de todas las religiones.
Carlota Valenzuela tuvo que volver a Granada —su tierra— el 25 de noviembre pasado, el mismo día que visitó el Santo Sepulcro. Allí descubrió que el fin del viaje era precisamente ese, acompañar a su abuela en los últimos días de su enfermedad. En definitiva, experimentar que el objetivo de su vida es responder una y otra vez a la llamada de Dios, que la quiso de peregrinación un año, y la quiso también acompañando a su abuela en el final de ese otro peregrinaje que es la vida. «Yo tenía claro que quería hacer su voluntad, y, por pedir, me contestó», confiesa.