Trump ha arrasado en las elecciones. Uno de los grupos que le ha prestado apoyo más unánime es el de los católicos, especialmente los católicos practicantes. Aquí voy a abordar algunos puntos que explican esta opción muy mayoritaria, a pesar de otros puntos ante los que la sensibilidad católica más mediterránea puede sentir rechazo.
Es obvio que Trump no es católico. Que en su vida personal —al menos en el pasado— no ha vivido la moral católica con ejemplaridad. Que sus maneras son con frecuencia ofensivas. Que no es un conservador moral clásico —no es provida en sentido fuerte—, ni tampoco un tradicionalista posliberal. Pero Trump ha apelado de modo explícito a este grupo de votantes, mientras que Harris ha tenido gestos de distanciamiento, enfatizando puntos de desacuerdo como el aborto. Trump fue a la cena Al Smith que convoca el cardenal de Nueva York, mientras que Harris lo boicoteó, por primera vez desde que se organiza. Trump felicitó por su cumpleaños a la Virgen María con una estampa de la Virgen de Guadalupe en sus redes.
Si alguien es entusiasta de Trump, lo será por alguna cuestión identitaria —que son las que suscitan entusiasmo político—: la de los cristianos agraviados por lo woke, por ejemplo. Pero, ciertamente, no será una respuesta sesuda ante un candidato satisfactorio en contenido y forma. Como suele suceder en política, es probable que la gente vote a Trump más como alguien instrumental al servicio de un bien posible que se considera prioritario —lo cual siempre implica votar con la nariz tapada— o por exclusión o castigo a la alternativa —en una lógica que es propia de la democracia: poder echar al que lo hace mal—.
En esta línea, es verdad que Trump cumplió con la corriente del conservadurismo más religioso, al nombrar para la Corte Suprema a candidatos contrarios al aborto, según lo que había prometido. Pero después del ruido que generó la decisión de la Corte Suprema al respecto —que devolvía la soberanía de los Estados—, Trump no ha vuelto a hacer muchos gestos provida ni ha sido un tema de campaña. En todo caso, los datos apuntan a que los temas propios del «conservadurismo moral», que son tan sensibles para los católicos americanos, no han pesado en esta elección. Se está dando un giro hacia temas más vinculados a las condiciones materiales de vida
—inflación, trabajo, seguridad, etc.—.
Incluso su vicepresidente, J. D. Vance, converso reciente al catolicismo, tampoco ha hecho de estos temas su bandera. Vance es más una historia de superación personal, que enfatiza temas muy básicos para la clase trabajadora y —ciertamente, también— la importancia de la familia. Pero sin entrar demasiado a los modelos. Entre los otros nombramientos conocidos hasta ahora hay algunos fervientes católicos. Pero también personajes con un fondo ideológico problemático, como el nuevo secretario de Sanidad, muy favorable al aborto; o el libertario Elon Musk. Resulta ridículo ver a Trump como una marioneta de un supuesto ultracatolicismo, como se ha dicho.
Como explicó en una ocasión Benedicto XVI, las preocupaciones cristianas por la moralidad pública están escindidas por la dinámica política. Junto a los temas tradicionalmente «conservadores» hay otros más «progresistas» que no pueden olvidarse y que el papa Francisco ha enfatizado mucho: la acogida, la ecología, la paz y la reducción de la violencia —pena de muerte—, etc. En estos últimos asuntos, Trump parece al otro lado del espectro y provoca preocupación. En realidad, no debemos confundir el tono con el contenido. Al menos en una cuestión como la pacificación de los conflictos internacionales, Trump puede estar más alineado con la preocupación del Vaticano, a pesar de que su lenguaje sea muy distinto. En materia de inmigración e inclusión pueden preocupar algunos excesos verbales y medidas drásticas. Pero el hecho es que Trump ha ganado mucho terreno entre los votantes hispanos y negros.
Estados Unidos es otro mundo. Es importante aceptarlo antes de hacer balances y juicios. También el catolicismo americano, que sin ser hegemónico, será una fuerza influyente en los próximos cuatro años. Me parece muy desacertado el empeño por demonizarlo que ha ocupado a tantos vaticanistas italianos estos últimos años.
Es poco sensato esperar la salvación y la sanación de nuestra cultura de una victoria política. También lo es considerar una corriente política tan compleja y con tantos elementos positivos como el gran enemigo. Seguirá creciendo la cizaña con el trigo. Pero no debemos apresurarnos a arrancar la cizaña y echarla al fuego. Ni siquiera cuando se llama Trump.