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El aliento de Jesús

Estimadas y estimados, desde hace ocho días celebramos la Pascua. De hecho, para ser exactos en nuestra afirmación, tendríamos que decir que hace toda una vida que celebramos la Pascua. La celebramos porque sabemos que es el centro de nuestra fe. Y en este domingo de la Octava, también llamado de la Misericordia, envueltos todavía por la luz gloriosa de la resurrección, y cuando nuestros pueblos y villas celebran encuentros, fiestas y romerías de alegría, recibimos la noticia de la más profunda esperanza cristiana: el aliento de Jesús (Jn 20,22). Por la esperanza sabemos que la fuerza que nos hace actuar, el espíritu que nos empuja y la ilusión que nos acompaña, están garantizados por la Resurrección del Señor y por la memoria que nosotros, como comunidad de seguidores, hacemos de este acontecimiento central. Sabemos que la memoria es la capacidad humana que nos ayuda a retener un hecho, un concepto o una circunstancia, y es gracias a la memoria que podemos hermanar en el presente aquello que es pasado. Pero he aquí que los cristianos aplicamos un concepto diferente y este es el de «memorial». Se trata de un concepto, el de «memorial», que va mucho más allá del recuerdo porque hace presente y vivo un acontecimiento que ha sucedido. Por eso, no es osado decir que el aliento de Jesús a los discípulos el domingo después de la resurrección nos llega a nosotros hoy, en el presente.

¿Cómo responderemos cuando nos hagan la pregunta de qué efecto tiene ese aliento de Jesús en nosotros? Pues diciendo que el aliento de Dios, es decir el Espíritu Santo, nos mantiene en conexión y compromiso con la vida de Dios y nos evita tener que hacer lo que explica el evangelio de hoy sobre Santo Tomás. El aliento de Jesús, que es el aliento del Espíritu de Dios, nos propone el compromiso cristiano. Un compromiso ejercido en nuestras comunidades eclesiales que son ahora más pascuales que nunca. Así me gusta captarlo en las diversas jornadas que ya llevo de la Visita Pastoral y que me ha llevado a celebrar la misma noche de alegría con vosotros. Reitero la idea que religa el aliento del Señor con nuestro compromiso cristiano: creer en Dios que ha probado la humanidad en Jesús y que lo ha resucitado.

El aliento del Espíritu del Señor nos disipará las indiferencias, porque la indiferencia es el paso previo al desastre. Del mal que ocasiona la indiferencia he hablado varias veces en este mismo espacio y hablaré todavía la próxima semana. La indiferencia nos borra la esperanza, las ganas de plegaria y la necesidad de vivir comunitariamente. Este domingo en el que anticipamos Pentecostés, barremos, con el aliento de Jesús, toda indiferencia ante el hecho íntimamente incuestionable del aliento que se pasea por nuestros corazones.

Vuestro,

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