Una vez más, fiel al sueño de Dios de que todos los seres humanos tengamos una vida digna, la Asociación Católica Manos Unidas llama a nuestra puerta; desea sumarnos a la legión de voluntarios que luchan contra la pobreza, el hambre, la enfermedad… Usa para ello herramientas educativas en orden al desarrollo y promueve el apoyo a proyectos de cooperación con ese mismo fin, trabajando codo a codo con socios locales y con las comunidades a las que acompaña.
Esta organización eclesial celebra su día más significativo el 11 de febrero, y lo hace bajo el lema “El efecto ser humano. La única especie capaz de cambiar el planeta”. La correspondiente campaña tiene como objetivo reflexionar y actuar contra la injusticia climática originada por el cambio climático que, a su vez, deriva de una feroz y voraz explotación de los recursos naturales y de la contaminación de las basuras y del aire, particularmente en los países desarrollados, y que provoca un éxodo masivo de pobladores de los países pobres en busca de medios de vida que les permitan vivir con dignidad. Lo denuncia con fuerza el Papa Francisco: “Es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental (LS 25).
Los datos no dejan lugar a la duda: El 10 % de la población más rica consume alrededor del 39% de toda la energía que se produce en el mundo y emite casi el 48% de las emisiones globales. Mientras el 10% más pobre se conforma con un 2% de la energía total y emite el 12% de las emisiones globales. Es más, el 1% de la población mundial con mayor riqueza, genera más emisiones de gases de efecto invernadero que el 50% más pobre.
Ciertamente, muchos de los problemas medioambientales tienen su origen en la actividad humana. El consumismo exagerado que hunde sus raíces en un desenfocado deseo de felicidad y la cultura del descarte que se alimenta de la indiferencia ante el otro y ante la naturaleza, provocan el deterioro del planeta y la crisis humana y social que lo acompañan. El daño al planeta está ocasionado principalmente por la actividad económica de los países desarrollados, mientras que las consecuencias las sufren de modo especial los países pobres.
Un ejemplo claro nos lo ofrece Marineli. Esta niña nació en un pueblo de Honduras, donde no podían beber el agua por estar contaminada a causa de los vertidos de una fábrica textil. Afortunadamente, con la ayuda de Manos Unidas y la mediación de la asociación vecinal, se consiguió que la fábrica tratara los residuos industriales y se recuperara el manantial. Desgraciadamente, no corren la misma suerte muchos niños que mueren por ingerir agua o comer pescado contaminado con mercurio procedente de explotaciones sin control en América latina.
Aunque todavía hay muchos negacionistas, el cambio climático es una realidad. Lo confirman los largos episodios de sequía que afectan a amplias zonas del planeta, con la consiguiente desertización. También, aunque parezca contradictorio, las lluvias torrenciales que provocan inundaciones destructivas. Lo confirma también el ascenso de la temperatura global, lo que causa el deshielo de los casquetes polares, la subida del nivel del mar y la liberación de anhídrido carbónico por la descomposición de la materia orgánica una vez liberada de la congelación.
Mientras una parte de la humanidad tiene muchas posibilidades de hacer frente a las adversidades climáticas, cerca de la mitad de la población mundial vive en contextos considerados “altamente vulnerables” al cambio climático. Estamos ante una grave injusticia que nos ha de hacer pensar puesto que, como dice el salmista, “de Yahvé es la tierra y cuanto contiene” (Sal 24,1). Es preciso, pues, cultivar una espiritualidad que aliente la austeridad y el reciclado evitando el consumismo; también el uso de energías renovables. Y, sobre todo, que promueva la solidaridad. La Campaña que promueve Manos Unidas, nos ofrece la ocasión. Le agradecemos su compromiso.