El Papa dedicó la catequesis de la audiencia general a reflexionar sobre el efecto del Espíritu Santo, difundido por Jesús a toda su Iglesia.
En medio de tantas tribulaciones que apestan el mundo, el Papa Francisco recordó en su audiencia la necesidad de que los cristianos puedan perfumarlo con benevolencia y paz. El gran recurso para tal tarea es el Espíritu Santo, que protagonizó la catequesis de ayer.
Ante unos 5.000 participantes en la Sala Pablo VI, Francisco recordó el bautismo de Jesús. «A orillas del Jordán, el Espíritu Santo desciende en forma de paloma sobre Jesús. La página del Evangelio de Marcos (Mc 1,9-11) describe la escena en la que resuena una voz del cielo que dice: ‘Tú eres mi Hijo, el amado: en ti he puesto mi complacencia’», dijo, en palabras recogidas por el departamento de prensa de El Vaticano.
El Papa insistió en la relevancia de este pasaje del Evangelio: «Toda la Trinidad se reunió, en aquel momento, a orillas del Jordán. Está el Padre que se hace presente con su voz; está el Espíritu Santo que desciende sobre Jesús en forma de paloma; y está aquel a quien el Padre proclama Hijo amado. Es un momento muy importante del Apocalipsis, es un momento muy importante de la historia de la salvación. Jesús difunde el Espíritu a todo su cuerpo, la Iglesia».
Jesús comunica el Espíritu Santo a todo su cuerpo, la Iglesia
De hecho, el mismo Jesús hablaría de ese momento poco después en Nazaret, afirmando: «El Espíritu del Señor está sobre mí; por eso me ha ungido». Pero no se trata solo de una gracia personal, matizó el Papa: «Jesús comunicará a todo su cuerpo, la Iglesia, el Espíritu Santo que ha recibido».
Si «Cristo es la cabeza, nuestro Sumo Sacerdote», continuó el Santo Padre, «el Espíritu Santo es el óleo perfumado y la Iglesia es el cuerpo de Cristo en el que se difunde». Por eso, «una persona que vive con alegría su unción perfuma la Iglesia, perfuma la comunidad, perfuma la familia con esta fragancia espiritual».
Francisco es consciente de las dificultades: «Sabemos que, por desgracia, a veces los cristianos no esparcen la fragancia de Cristo, sino el mal olor de su propio pecado». En concreto, recordó que el diablo «suele entrar por los bolsillos». Pero esto «no debe distraernos de nuestro compromiso de realizar, en la medida de nuestras posibilidades y cada uno en su ambiente, esta sublime vocación de ser el buen olor de Cristo en el mundo».
En definitiva, concluyó, la clave reside en vivir los frutos del Espíritu, «que son el amor, la alegría, la paz, la magnanimidad, la amabilidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre, el dominio de sí mismo». El resultado vale la pena: «Qué bonito es encontrar a una persona que tenga estas virtudes, una persona con amor, una persona alegre, una persona que crea paz, una persona magnánima, una persona benevolente que acoge a todo el mundo, una buena persona”.