Los familiares de las víctimas de la explosión que dejó 235 muertos en la capital libanesa hace cuatro años fueron recibidos ayer en audiencia por el Papa Francisco, que mostró su dolor por la violencia en Oriente Medio.
El Líbano vuelve al punto de mira internacional. Los ataques cruzados entre la guerrilla de Hizbulá y el ejército israelí hacen temer que la escalada bélica en Oriente Media vuelva a tener como escenario uno de los países más maltratados por la geopolítica contemporánea. En ese contexto, el Papa Francisco recibió ayer a los familiares de las víctimas del trágico accidente ocurrido en su capital hace cuatro años, ejemplo paradigmático de la situación de constante tensión e injusticia a la que se ven sometidos los libaneses.
El 4 de agosto de 2020, una explosión en el puerto de Beirut destrozó parte de la ciudad. Hubo 235 muertos, 6.500 heridos, 300.000 desplazados y unos 3.000 millones de dólares en daños materiales. Pero, sobre todo, quedó flotando en el ambiente una sensación de injusticia y opacidad. La versión oficial habla de un incendio en un almacén con fertilizante de nitrato de amonio, pero la asociación de familiares de las víctimas denuncia que el poder político obstruye la investigación.
En su audiencia, el Papa clamó: «El pueblo tiene derecho a palabras y hechos que demuestren responsabilidad y transparencia». Y, en palabras recogidas por el departamento de prensa del Vaticano, abogó por el fin de la guerra en Oriente Medio y para que el «país de los cedros» siga siendo fiel a su vocación de tierra donde «las diferentes religiones y confesiones se encuentran en la fraternidad».
«La carita de la pequeña Alexandra»
En primer lugar, el Santo Padre mostró su cercanía con el sufrimiento concreto de los terribles hechos de 2020, personalizando su dolor en un caso muy especial: «El Padre del Cielo conoce sus rostros, uno a uno, están ante Él; pienso en la carita de la pequeña Alexandra [una víctima moral de solo tres años]. Desde el Cielo ven su angustia y rezan para que termine».
A continuación, prudente pero riguroso, denunció la prolongación de ese sufrimiento en la opacidad de quienes deberían esclarecer los hechos: «Con ustedes pido la verdad y la justicia, que no han llegado: verdad y justicia. Todos sabemos que el asunto es complicado y espinoso, y que pesan sobre él poderes e intereses contrapuestos. Pero la verdad y la justicia deben prevalecer por encima de todo. Han pasado cuatro años; el pueblo libanés, y usted en primer lugar, tiene derecho a palabras y hechos que demuestren responsabilidad y transparencia».
Por último, se refirió a la complicada situación actual. Citando un pasaje de la encíclica “Fratelli tutti,” que ha inspirado el tema de la Jornada Mundial de la Paz 2025, expresó su dolor de «de seguir viendo, cada día, morir a tantos inocentes, a causa de la guerra en su región, en Palestina, en Israel, y el Líbano paga el precio. Cada guerra deja al mundo peor de lo que lo encontró. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal».
«El Líbano es un mensaje de un proyecto de paz».
Para expresar la importancia capital del Líbano en esta maraña de sufrimiento que asola Oriente Medio, citó el hermoso “Messaggio a tutti i Vescovi della Chiesa Cattolica sulla situazione nel Libano” de Juan Pablo II en 1989: «El Líbano es un mensaje, y este mensaje es un proyecto de paz». Porque, explicó Francisco, «la vocación del Líbano es ser una tierra en la que convivan comunidades diversas anteponiendo el bien común a las ventajas particulares, en la que las diferentes religiones y confesiones se encuentren en fraternidad».
En ese sentido, el Papa apeló poéticamente a «la dignidad y la nobleza del cedro, símbolo de su país. Los cedros nos invitan a levantar la mirada, al Cielo: en Dios está nuestra esperanza, la esperanza que no defrauda». Y, para finalizar la audiencia, pidió para los presentes y para todo el pueblo libanés la intercesión de «la Virgen María, desde su Santuario de Harissa».