No hay excusa. Los largos días de agosto dejan tiempo más que suficiente para esas horas de lectura con las que hemos soñado durante el resto del año. La literatura es una buena opción. Proporciona un placer diferente, amplio y… muy útil. Una carta del Papa Francisco insiste en el valor de la literatura para la formación personal.
Francisco, con su habitual cercanía, reconoce que, en realidad, su primera idea al escribir esta carta era «un título que se refiriera a la formación sacerdotal». Sin embargo, la reflexión le llevó a pensar que «estas cosas pueden decirse de la formación de todos los agentes de pastoral, así como de cualquier cristiano». Con «estas cosas» se está refiriendo a «la importancia que tiene la lectura de novelas y poemas en el camino de la maduración personal».
Un tema que, como se desprende del contenido, largo aliento y rigor del texto, no le es en absoluto ajeno, al contrario. De hecho, en la carta, el Santo Padre comparte la incidencia de la literatura en su experiencia vital, que incluye una etapa de profesor de esa materia en un colegio jesuita entre 1964 y 1965, con 28 años.
En momentos complicados, sostiene el Papa, una lectura bien elegida puede «abrir en nosotros nuevos espacios de interiorización que eviten que nos encerremos en esas anómalas ideas obsesivas que nos acechan irremediablemente». Recuerda que, «antes la llegada omnipresente de los medios de comunicación, redes sociales, teléfonos móviles y otros dispositivos, la lectura era una experiencia frecuente». Y asegura: «No es algo pasado de moda».
Porque, «a diferencia de los medios audiovisuales, donde el contenido en sí es más completo, y el margen y el tiempo para ‘enriquecer’ la narración o interpretarla suelen ser reducidos, en la lectura de un libro, el lector es mucho más activo. En cierta forma él reescribe la obra, la amplía con su imaginación, crea su mundo, utiliza sus habilidades, su memoria, sus sueños, su propia historia llena de dramatismo y simbolismo, y de este modo lo que resulta es una obra muy distinta de la que el autor pretendía escribir». Al leer, «el lector se enriquece con lo que recibe del autor, pero esto le permite al mismo tiempo hacer brotar la riqueza de su propia persona, de modo que cada nueva obra que lee renueva y amplía su universo personal».
Pasión por los «artistas trágicos»
Lo puede hacer en una vasta densidad de perspectivas: en el vasto océano que ofrece la literatura, «el corazón sigue buscando, y cada uno encuentra su propio camino». Francisco lo ilustra con su propio caso: «A mí, por ejemplo, me encantan los artistas trágicos, porque todos podríamos sentir sus obras como propias, como expresión de nuestros propios dramas. Llorando por el destino de los personajes, lloramos en el fondo por nosotros mismos y nuestro propio vacío, nuestras propias carencias, nuestra propia soledad».
Aunque matiza: «Por supuesto, no les pido que lean lo mismo que yo he leído». Porque, entre otras cosas, «no hay nada más contraproducente que leer algo por obligación, haciendo un esfuerzo considerable solo porque otros han dicho que es imprescindible. No, debemos seleccionar nuestras lecturas con disponibilidad, sorpresa, flexibilidad, dejándonos aconsejar, pero también con sinceridad, tratando de encontrar lo que necesitamos en cada momento de nuestra vida».
En cualquier caso, el placer lector también tiene un costado de responsabilidad intelectual y moral. «Para un creyente que quiera sinceramente entrar en diálogo con la cultura de su tiempo, o simplemente con la vida de personas concretas, la literatura se hace indispensable», recuerda el Papa, que cita el Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, cuando afirma que «la literatura y el arte […] se proponen expresar la naturaleza propia del hombre» y «presentar claramente las miserias y las alegrías de los hombres, sus necesidades y sus capacidades».
La carta de Francisco, una magnífica pieza de literatura en sí misma, se alarga en interesantes digresiones que abarcan diferentes ángulos del tema, con recursos bibliográficos que demuestran una notable erudición: desde citas sobre el tratamiento de la literatura en el cristianismo primitivo, se extiende a lo largo de toda la historia, con parada, por ejemplo, en uno de sus compatriotas más célebres. «Jorge Luis Borges decía a sus estudiantes: ‘Lo más importante es leer, entrar en contacto directo con la literatura, sumergirse en el texto vivo que tenemos delante, más que fijarse en las ideas y en los comentarios críticos’».
No suena mal lugar para sumergirse, un buen libre, entre chapuzón y chapuzón.