Propone un intercambio de prisioneros entre Rusia y Ucrania y reclama que las hostilidades en Tierra Santa no afecten a la población civil, especialmente a los niños
El mensaje de Pascua del papa Francisco tuvo un fuerte componente de súplica por la paz y por todos los que sufren en el mundo por la guerra, las crisis, las violaciones de derechos humanos o el tráfico de personas. Lacras, todas ellas, que identificó con la roca que cubría la tumba de Jesús y que nadie pensó que se movería.
«A través de ese sepulcro vacío pasa el camino nuevo, aquel que ninguno de nosotros, solo Dios pudo abrir: el camino de la vida en medio de la muerte, el camino de la paz en medio de la guerra, el camino de la reconciliación en medio del odio, el camino de la fraternidad en medio de la enemistad», añadió en el discurso.
Dicho esto, dirigió su mirada y pensamiento a los lugares donde el sufrimiento es más evidente, a Tierra Santa y Ucrania, fundamentalmente. «Que Cristo resucitado abra un camino de paz para las martirizadas poblaciones de esas regiones», subrayó.
En concreto, pidió que haya un intercambio general de prisioneros entre Rusia y Ucrania y que se garantice la posibilidad de acceso de ayudas humanitarias, la liberación de los rehenes secuestrados el 7 de octubre y un inmediato alto el fuego.
Y añadió: «No permitamos que las hostilidades en curso continúen afectando gravemente a la población civil, ya de por sí extenuada, y principalmente a los niños. Cuánto sufrimiento vemos en los ojos de los niños: ¡han olvidaron de sonreír esos niños en aquellas tierras de guerra! Con su mirada nos preguntan: ¿por qué? ¿Por qué tanta muerte? ¿Por qué tanta destrucción? La guerra es siempre un absurdo, la guerra es siempre una derrota».
En su mensaje, también tuvo un recuerdo para Siria, que lleva trece años de guerra; para Líbano, «afectado desde hace tiempo por un bloque institucional y una crisis económica y social»; para la región de los Balcanes, «donde están dando pasos significativos hacia la integración en el proyecto europeo»; y para Armenia y Azerbaiyán, para que sigan el diálogo. África, Haití o la crisis de los rohinyás también preocupan al papa Francisco.
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Finalmente, se refirió a la situación de los migrantes, de las víctimas de trata, de los que sufren precariedad económica, de los niños que no pueden nacer, de los que mueren de hambre, son víctimas de abusos o sus vidas se compran y se venden por el creciente comercio de seres humanos.
«Que la luz de la resurrección ilumine nuestras mentes y convierta nuestros corazones, haciéndonos conscientes del valor de toda vida humana, que debe ser acogida, protegida y amada», concluyó.
Tras la lectura del mensaje, el Pontífice impartió la tradicional bendición Urbi et Orbi.