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«El Príncipe de la Paz sigue siendo rechazado por la lógica perdedora de la guerra»

«Mientras el emperador contabiliza los habitantes del mundo, Dios entra en él casi a escondidas; mientras el que manda intenta convertirse en uno de los grandes de la historia, el Rey de la historia elige el camino de la pequeñez. Ninguno de los poderosos se percata de Él, solo algunos pastores, relegados a los márgenes de la vida social», así comenzó su homilía el papa Francisco en la Eucaristía de Nochebuena y la Natividad del Señor.

El Pontífice puso el énfasis en la lógica a través de la que se muestra Dios, que no es la del poder, la del beneficio, la de imponerse al otro, la de la violencia o la guerra. De hecho, recordó los conflictos que asolan la tierra donde nació el Niño Dios.

«Nuestro corazón esta noche está en Belén, donde el Príncipe de la Paz sigue siendo rechazado por la lógica perdedora de la guerra, con el rugir de las armas que también hoy le impiden encontrar una posada en el mundo», afirmó.

Tomando la imagen del censo, el Papa puso frente a frente el mundo que busca el poder, la fama y la gloria y el camino de Jesús, que viene a buscarnos a través de la encarnación. «No combate las injusticias desde lo alto con la fuerza, sino desde abajo con el amor; no irrumpe con un poder sin límites, sino que desciende a nuestros límites; no evita nuestras fragilidades, sino que las asume», añadió.

Así, interpeló a los presentes: «¿En qué Dios creemos? ¿En el Dios de la encarnación o en el del beneficio?». E hizo estas preguntas porque «existe el riesgo de vivir la Navidad con una idea pagana de Dios, como si fuera un amo poderoso, que se alía con el poder, con el éxito mundano y la idolatría del consumismo».

Frente a esta idea, agregó: «Él ha nacido para todos, durante el censo de toda la tierra». Así, pidió que se mire al Niño, «el signo que revela el rostro de Dios, que es compasión y misericordia, omnipotente siempre y solo en el amor. Se hace cercano, tierno y compasivo, este es el modo de ser de Dios: cercanía, compasión, ternura».

«Sí, Cristo no mira números, sino rostros. Pero, entre las tantas cosas y las locas carreras de un mundo siempre ocupado e indiferente, ¿quién lo mira a Él? ¿quién lo mira? En Belén, mientras mucha gente, llevada por la euforia del censo, iba y venía, llenaba los albergues y las posadas hablando de todo un poco, solo algunos estuvieron cerca de Jesús: María y José, los pastores, y luego los magos. Aprendamos de ellos. Permanecen con la mirada fija en Jesús, con el corazón dirigido hacia Él. No hablan, sino adoran. Esta noche, hermanos y hermanas, es el tiempo de la adoración: adorar», concluyó.

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