Nuestro cuerpo, la vida corporal, forma parte necesaria, y muy importante, de nuestra vida cotidiana. Nos preguntamos si nuestro cuerpo también es sacramento de la presencia de Dios.
Es oportuno plantearnos esta pregunta, ya que con los días del verano, el cuerpo adquiere un protagonismo extraordinario. Si durante el año el cuerpo merece la atención de nuestra cultura y mediante el vestido se puede cubrir, disimular o embellecer según los casos, llegado el verano, “toca exhibirlo como tal”. Y esto provoca obsesiones, la explosión del mercado de la estética corporal, la oferta y demanda de productos, establecimientos, propaganda seductora, etc.
Cualquiera mínimamente versado en la fe cristiana sabe que el cuerpo es para nosotros un elemento fundamental. A lo largo de la historia, filosofías, religiones, culturas, ideologías han hablado del cuerpo, sea para minusvalorarlo, incluso despreciarlo como algo negativo, sea para ensalzarlo como vía de liberación…
Hoy, sin duda, el cuerpo humano merece a nuestros ojos ser centro de atención, tanto para valorarlo dignificándolo, como para evitar rebajarlo a la condición de mero instrumento. Así ocurre en la manipulación corporal al servicio de la ciencia (con fines legítimos o no, el deporte de competición, la eugenesia, determinados casos de fecundación) o al servicio de una idea (por ejemplo, el cambio de sexo o la cirugía meramente estética) o al servicio de un placer efímero y superficial.
Los ejemplos se podrían multiplicar sin fin. Así mismo la casuística de dignificación o minusvaloración del cuerpo. En todo caso, al cristiano le interesa mucho poder afirmar hoy que “el cuerpo humano es sacramento de la presencia de Dios, del Dios de Jesucristo resucitado corporalmente”.
– Ya desde el comienzo de nuestra fórmula de fe, cuando decimos, “creemos en Dios Padre creador”, estamos proclamando que Dios no quiso hacer de nosotros seres meramente celestes, como los ángeles, sino seres con cuerpo físico vinculado a la tierra.
– A pesar de las filosofías “dualistas” que contagiaron, y también siguen contagiando, formas de entender la fe cristiana, desde esta fe afirmamos, con la tradición más auténtica, que para un cristiano los seres humanos “somos realmente cuerpo, como somos espíritu” en unidad personal.
– En consecuencia, lo que hacemos, sufrimos o gozamos en el cuerpo no ocurre solo en el cuerpo, sino en la misma persona. La dignidad le viene al cuerpo por ser cuerpo personal, es decir, cuerpo habitado por el espíritu.
– Este espíritu fue el aliento de Dios que dio vida a un cuerpo creado por las mismas manos del creador. El cuerpo humano es presencia, comunicación del espíritu humano: en el ser humano todo es corporal y espiritual.
Todo lo que afirmamos sobre la vida del espíritu (algunos dirán “valores”) se ha de aplicar a la vida corporal. Así, la afirmación de la presencia del Espíritu Santo, la presencia del Espíritu de amor de Dios, en nosotros. “Nuestros cuerpos son templos del Espíritu santo”, dirá San Pablo: “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que Dios os ha dado, y que el Espíritu Santo vive en vosotros? No sois vosotros vuestros propios dueños” (1Co 6,19).
¿Qué significará entonces la liturgia, el deporte, el baile, la relación sexual, la enfermedad física, etc.? Sin duda también sacramento de la presencia de Dios.