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Las dos paredes y los 25 metros que cambiaron la vida de Enhamed


Enhamed está considerado como el mejor nadador paralímpico de la historia. Ha participado en tres Juegos con un palmarés de cuatro oros, dos platas y tres bronces, además de once campeonatos del mundo

La vida está llena de paradojas. Enhamed Enhamed, de niño, a pesar de haber nacido en una isla, tenía miedo al agua. Ir a la playa, como para cualquier familia canaria, es un plan bastante habitual. Pero Enhamed, en vez de zambullirse en las olas con sus hermanos, prefería quedarse en la arena jugando. A los ocho años, de forma inesperada, tuvo que zambullirse solo en un mar desconocido y muy negro. Un desprendimiento de retina le dejó ciego, dando brazadas por la vida sin ver. Una grandísima pérdida que durante los años de la adolescencia le pareció «injusta». ¿Qué chica se iba a enamorar de él? Pero, entonces, con 19 años, aprendió a mirar. Cuenta a ECCLESIA que tuvo un proceso de cambio bastante intenso a nivel de su identidad: «Entendí que tal y como veas las cosas tú, el resultado va a ser uno u otro».

Gracias a haberse quedado ciego —«gracias» es una palabra que él utiliza—, Enhamed tuvo la oportunidad de nadar, de aprender, de viajar. Si no hubiera sido así, insiste, «habría tenido la misma vida que la gente que estaba en mi entorno. No habría hecho deporte, no habría salido de Canarias». Enhamed dejó de hablar de pérdida para hablar de ganancia. Y es verdad que perdió la vista y ganó la mirada. Perdió el miedo al agua y ganó varias medallas.

Al quedarse ciego, Enhamed ingresó en un internado de la ONCE, donde cursó la Primaria y aprendió a nadar. De pronto, se encontró en su elemento: «En el agua no hay obstáculos, tienes dos paredes, 25 metros y búscate la vida. Me parecía fascinante eso de poder moverte sin obstáculos, de sentirte libre». A los trece años, la natación se convirtió en su refugio, porque ya había abandonado la protección del internado y en el instituto no le dejaban hacer gimnasia. Empezó a entrenar dos horas cada tarde, luego cuatro, luego siete diarias.

Nueve medallas

El agua se convirtió en su elemento. Le dio cuatro medallas de oro, dos de plata y tres de bronce en Juegos Paralímpicos y once oros, ocho platas y nueve bronces en Campeonatos del Mundo. Esas son las cifras que conoce el público, pero él insiste en que en cada competición ha ganado algo más. «Atenas fue la posibilidad de descubrir que podía crecer en este mundo y que tenía que atenerme a mi propio camino personal». Cuatro años más tarde, en los Juegos de Pekín, se dio cuenta de que la natación era algo más que un deporte. 

Con 36 años, Enhamed es un deportista retirado. Como todos, ha pasado su duelo, «porque tu identidad está asociada a que eres deportista»: «Si te identificas con lo que haces, el día que no lo tengas pierdes parte de tu identidad». Ese duelo le ha dejado otra enseñanza: su vocación por la psicología. Dejó la natación siete meses antes de Tokio por el confinamiento. De la noche a la mañana no podía hacer formaciones en empresas —que es de lo que vivía—  y tuvo que buscarse de nuevo la vida. «¿Es un fracaso? No lo sé. Pero estoy agradecido de que haya pasado». Como él dice, ha ganado mucho más que medallas. 

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