En vísperas del II Congreso Internacional de Hermandades de Sevilla, el arzobispo defiende «las riquezas y las potencialidades» de la piedad popular
El II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular —que se celebra en Sevilla del 4 al 8 de diciembre— ultima los preparativos, aunque sus responsables, con José Ángel Saiz Meneses a la cabeza, el arzobispo de Sevilla, llevan meses recorriendo el país para presentarlo. El evento, que contará con importantes personalidades de la vida eclesial, ha suscitado el interés del papa Francisco, que enviará a un delegado, Edgar Peña Parra, sustituto de la Secretaría de Estado de la Santa Sede. Y también el del rey Felipe VI, que aceptó presidir el Comité de Honor. Hablamos con el arzobispo de los objetivos del Congreso, del porqué de su celebración ahora, pero también de la importancia de la piedad popular en la evangelización, en el contexto de una sociedad secularizada.
¿Por qué un congreso sobre hermandades y piedad popular y por qué ahora?
Después de mi primer curso en Sevilla, constatando la relevancia de la piedad popular en la archidiócesis y en tantas diócesis de España, en diálogo con el presidente del Consejo General de Hermandades y Cofradías, y teniendo en cuenta que en 1999 tuvo lugar aquí la celebración del I Congreso Internacional de Hermandades y Religiosidad Popular, a las puertas del Gran Jubileo del 2000, consideramos que 25 años después, en vísperas de la celebración del Jubileo de 2025, era conveniente celebrar un nuevo congreso. Un congreso que nos ayude a participar de un modo fructífero en el nuevo Jubileo, que permita actualizar las enseñanzas y orientaciones sobre la piedad popular, y que nos sirva para responder a los desafíos pastorales del momento presente.
¿Qué se puede esperar de un evento de estas características?
Espero que sea eficaz para nuestra conversión personal y comunitaria, que nos ayude a preparar y vivir intensamente el Jubileo de 2025 en Roma. Que sea un momento de encuentro, de oración, de compartir vida y experiencias, de analizar, reflexionar y discernir sobre el presente y el futuro de las hermandades y la piedad popular como lo que es: una realidad eclesial muy importante en la vida de la Iglesia y en la trasmisión de la fe y los valores del humanismo cristiano; un momento para profundizar en los pilares de la vida de las hermandades: las celebraciones, la formación y la caridad; también para asumir cada vez más la dimensión evangelizadora y seguir creciendo en la eclesialidad, en comunión y sinodalidad.
¿Se ha implicado el resto de la archidiócesis y de la sociedad? ¿Cómo?
La familia diocesana ha tomado el congreso con gran interés. Todas las parroquias y hermandades están implicadas de diferentes modos. Llevamos muchos meses rezando por los frutos espirituales y pastorales. Se ha presentado en algunos dicasterios romanos, y se ha desarrollado una importante labor de difusión con presentaciones en casi todas las diócesis de España y a través de los medios de comunicación y las redes sociales en Europa y América.
Sevilla, como muchos otros lugares de nuestro país, tiene una vida cofrade muy arraigada. ¿Qué aporta a la Iglesia esta realidad tan concreta?
Las hermandades nacieron en el siglo XI, y hoy siguen manteniendo sus fines fundacionales, que son la formación, el culto y la acción caritativa. Han realizado una aportación importantísima a la vida de la Iglesia, tal como expresó el papa Francisco en la visita ad limina de los obispos españoles celebrada en enero de 2022. Francisco insiste en la necesidad de una nueva etapa evangelizadora impregnada de la alegría del Evangelio, con la participación de todos los miembros de la Iglesia. Las hermandades son cada vez más conscientes de su eclesialidad, de su pertenencia a la Iglesia, y también de la llamada a la santidad y a la evangelización que sus miembros han recibido por el Bautismo.
¿Qué pueden ofrecer las hermandades a una sociedad cada vez más alejada de Dios, que vive como si no existiera?
El cofrade del siglo XXI ha de tener una espiritualidad profunda y una formación sólida, y no vivir pasivamente su vida de fe, sino proyectarla a través de la acción evangelizadora, actuando como lo que es, un hijo de Dios llamado a la santidad y al apostolado. Cofrades en las parroquias y comunidades eclesiales, colaborando con los más diversos servicios: en la liturgia, en el anuncio de la Palabra de Dios y la catequesis, en la acción caritativa y social. Evangelizadores de sus contemporáneos, viviendo en medio de ellos, en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, implicados en sus diferentes ocupaciones: estudiando, trabajando, estableciendo relaciones de amistad, y también culturales, profesionales, sociales. Cristianos en medio de un mundo en cambio constante en el que es preciso dar respuesta a las nuevas situaciones de la economía y de la política, de la cultura, la ciencia y la investigación, en el que es fundamental su compromiso de vida cristiana coherente y audaz.
¿Cómo llevar a cabo esta tarea tan importante?
Las últimas orientaciones nos llegan del papa Francisco. Al recibir a la Confederación de Cofradías de las Diócesis de Italia, asociación que nació en el Jubileo del año 2000, las invitó a prepararse para el nuevo Jubileo de 2025. Les pidió que se dejen animar por el Espíritu Santo y que caminen abiertas a los signos de los tiempos y a las sorpresas de Dios. Y les propuso tres líneas fundamentales para recorrer ese camino: «evangelicidad», es decir, caminar tras las huellas de Cristo; «eclesialidad», entendida como caminar juntos; y «misionariedad», o sea, caminar anunciando el Evangelio.
Hay quien considera la piedad popular, incluso dentro de la Iglesia, como de segunda categoría. ¿Qué opina?
La única categoría válida es la de la conversión, la de la humildad, la de la caridad, la de la santidad personal, y solo Dios conoce el corazón de cada uno. El Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia llama «verdadero tesoro del pueblo de Dios» a la piedad popular. Hay que saber valorar las riquezas de la piedad popular, las potencialidades que encierra, la fuerza de vida cristiana que produce. En la piedad popular son fundamentales los contenidos bíblicos y litúrgicos. Las hermandades son una realidad transversal, como la Iglesia. De ellas forman parte profesores, abogados, economistas, médicos, profesionales liberales de todo tipo; también empresarios, obreros, autónomos y personas en paro; los de aquí de toda la vida y los migrantes recién llegados; niños, jóvenes, adultos y personas mayores, etc. Una característica de las hermandades es su heterogeneidad y su acogida a todas las personas.
Aunque la formación es uno de los tres pilares de las hermandades, en la piedad popular tiene una especial relevancia la via pulchritudinis. La piedad popular propicia el encuentro con Cristo verdad, bondad y belleza. El camino de la belleza es el camino de la contemplación, entretejido de silencios, de miradas, de gestos, de signos, de actitudes, de formas y de imágenes. La via pulchritudinis es un itinerario privilegiado para el encuentro con Dios y para evangelizar a muchas personas alejadas. Esta vía facilita la vivencia religiosa y despierta el deseo de gozar de Dios en la quietud de la contemplación, porque solo él contiene la perfección y porque solo él puede saciar no solo nuestra inteligencia, sino también nuestro corazón.
Como ya ha recordado, culto, formación y caridad son los pilares de las hermandades y cofradías. ¿Cuál de ellos hay que potenciar en estos momentos?
Las hermandades, según se recoge en sus reglas, tienen una triple finalidad: culto, formación y caridad. La llamada de los últimos Papas a impulsar una nueva evangelización nos ha hecho más conscientes de la necesidad de incorporar la participación activa en la misión evangelizadora de la Iglesia como una nueva dimensión. Si «la Iglesia existe para evangelizar», tal como señaló san Pablo VI, las hermandades existen también para evangelizar, están llamadas a ser escuelas de vida cristiana, mensajeras de alegría y esperanza, auténticos hospitales de campaña. La dimensión evangelizadora es un elemento transversal que atraviesa las celebraciones, la formación, la caridad, las peregrinaciones, las procesiones y los cultos externos. Todas son importantes y complementarias, y deben crecer armónicamente.