Fernando Bonete es autor de La guerra imaginaria. Desmontando el mito de la inteligencia artificial con Asimov (Siglo XXI)
El imaginario colectivo construido alrededor de la inteligencia artificial se ha nutrido durante décadas de las visiones catastrofistas del cine, el pesimismo acientífico de los humanistas, del apocalipsis tecnológico y el entusiasmo extremo de los poshumanistas por la superación de la especie humana por otra raza hecha de cables o redes virtuales —al estilo del Neuromante de William Gibson—.
En un momento de incidencia de la inteligencia artificial, es necesario cuestionar los discursos dominantes y efectuar una revisión del concepto desde una perspectiva realista, sostenida sobre el conocimiento científico-técnico que atesoramos desde hace más de setenta años, pero también sobre la reflexión humanística.
Una revisión que arroje luz sobre el alcance y potencialidades de esta tecnología emergente y rebaje el tono de las elucubraciones que solo alimentan conclusiones falaces, o lo que Erik J. Larson ha denominado con acierto «el mito de la inteligencia artificial». Por lo pronto, me gustaría recoger algunas de las más importantes.
La primera tiene que ver con la equivocidad del término. La inteligencia es la capacidad de resolver problemas aleatorios, es decir, la posesión de la habilidad y los recursos propios necesarios para solucionar un reto. Según esta definición de mínimos, en estos momentos no existe en el mundo ninguna inteligencia artificial que sea digna de recibir tal nombre, pues ninguna máquina es capaz de resolver problemas aleatorios.
Sí hay máquinas capaces de resolver problemas concretos, igual o incluso mejor que un ser humano —el ajedrez con Deep Blue—, pero resolver tales problemas específicos no es sinónimo de inteligencia. ¿Por qué llamamos entonces a herramientas como ChatGPT, Copilot, Firefly, Midjourney, ElevenLabs, etc. «inteligencias artificiales» si no son inteligentes? Bueno, ya se sabe que el lenguaje es la ingeniería social más elemental.
Sigamos. Partiendo de la idea anterior, se torna ridícula esta otra: que la inteligencia artificial ha superado a la humanidad o está a punto de hacerlo. No solo se lleva afirmando tal cosa desde los años cincuenta sin que dicha conquista llegue a producirse, sino que esta resulta de todo punto difícil, teniendo en cuenta no solo la escasa inteligencia de la máquina en comparación con la humana, sino que las máquinas carecen de deseos y ambiciones propios.
Esa «superinteligencia» de la que nos habló Nick Bostrom en un superventas del ensayo del mismo nombre que a nadie le molestaría encontrar en las estanterías de la ficción especulativa en lugar de en los anaqueles de la no ficción, esa superinteligencia dotada de autonomía propia, capaz de escapar al control humano y dominarnos, es una idea que vende tanto en taquilla como horroriza a cualquier científico que se precie de serlo y escriba sobre el tema guiado por la evidencia, no por la ideología o la imaginación. Tal superinteligencia es un imposible a medio y largo plazo, inviable con el actual sistema de computación en el que se basa la inteligencia artificial generativa.
Por último, el miedo cerval a la inteligencia artificial. El «complejo de Frankenstein», como lo denominó Isaac Asimov, el padre de la robótica, en una más de sus habituales ironías. ¿Por qué nos siguen dando miedo las inteligencias artificiales y los robots? Dependen de los humanos; carecen de la voluntad de elegir, pues se deben a la preconfiguración de sus creadores; funcionan, pero no viven; y su intelecto se ve mermado por la carencia de aspectos como la intuición, la creatividad, la capacidad crítica o las emociones. ¿Por qué nos sentimos amenazados?
Quizá sea porque la inteligencia artificial y la robótica actúan como espejo para la humanidad y nos ponen ante preguntas que hace tiempo nos cuesta formularnos. Preguntas que formulaba el papa Francisco en su último mensaje para Jornada de las Comunicaciones Sociales relativo a la inteligencia artificial: «¿Qué es, pues, el hombre? ¿Cuál es su especificidad y cuál será el futuro de esta especie nuestra llamada Homo sapiens, en la era de las inteligencias artificiales? ¿Cómo podemos seguir siendo plenamente humanos y orientar hacia el bien el cambio cultural en curso?».
Nos da miedo responder a estas preguntas porque nos asusta la respuesta que nuestro tiempo pueda dar. Nos aterra haber llegado a un punto de no tener siquiera una respuesta. La inteligencia artificial es una nueva oportunidad, de entre muchas otras, que la providencia nos pone por delante, para formularnos las preguntas adecuadas e intentar darles respuesta.