El Santo Padre ha presidido este miércoles la audiencia general donde ha querido examinar y poner en cuestión «la envidia y la vanagloria»
El Papa Francisco ha presidido este miércoles en el Aula Pablo VI su novena catequesis sobre los vicios y las virtudes de la audiencia general. El Santo Padre ha querido examinar la envidia y la vanagloria, «dos vicios propios de quien aspira ser el centro del mundo, quiere aprovechar todo y todos y ser objeto de toda alabanza y de todo amor».
Francisco ha explicado que «la envidia aparece ya desde las primeras páginas de la Biblia. Cuando leemos el relato de Caín y Abel vemos que, movido por la envidia, Caín llegó incluso a matar a su hermano menor. El envidioso busca el mal del otro, no solo por odio, sino que en realidad desearía ser como él. En la base de este vicio está la idea falsa de que Dios debe actuar según la lógica mundana, sin embargo, la lógica divina es el amor y la gratuidad».
Ha añadido que los que fueron contratados primero «creen tener derecho a un salario más alto que los que llegaron los últimos, pero el amo da a todos la misma paga y a los que protestan les responde: ¿No puedo hacer con mis cosas lo que quiero? ¿O tienen envidia porque soy bueno? Nos gustaría imponer a Dios nuestra lógica egoísta, pero la lógica de Dios es el amor. Los bienes que nos da son para compartirlos. Por eso San Pablo exhorta a los cristianos: ‘Ámense fraternalmente los unos a los otros, compitan en estimarse recíprocamente’. ¡Este es el remedio contra la envidia!».
El yo enorme de los que se vanaglorian
En referencia a la vanagloria, ha expuesto que «se manifiesta como una autoestima desmesurada y sin fundamentos. El que se vanagloria es egocéntrico y reclama atención constantemente. En sus relaciones con los demás no tiene empatía ni los considera como iguales. Tiende a instrumentalizar todo y a todos para conseguir lo que ambiciona».
El Pontífice ha añadido que «la instrucción más hermosa para superar la vanagloria se encuentra en el testimonio de San Pablo. El Apóstol se enfrentó siempre a un defecto que nunca pudo superar. Tres veces pidió al Señor que lo librara de aquel tormento, pero finalmente Jesús le respondió: “Te basta con mi gracia; porque la fuerza se manifiesta plenamente en la debilidad”».