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Francisco: «La espera de Dios también es importante para nosotros, para nuestro camino de fe»

El Santo Padre ha presidido la Santa Misa con motivo de la Fiesta de la Presentación del Señor y de la XXVIII Jornada Mundial de la Vida Consagrada

El Papa Francisco ha presidido este viernes la Santa Misa con motivo de la Fiesta de la Presentación del Señor y de la XXVIII Jornada Mundial de la Vida Consagrada, en un acto  que se ha desarrollado en la Basílica de San Pedro. Durante la homilía, el Santo Padre ha hecho referencia a Simeón y Ana, a quienes ha definido como «imagen y figura de la espera de la salvación del Señor». Ha añadido además que «sus corazones permanecen velando, como una antorcha siempre encendida. Son de edad avanzada, pero tienen la juventud del corazón; no se dejan consumir por los días que pasan porque sus ojos permanecen fijos en Dios, en la espera». Más tarde, cuando contemplaron al Niño «reconocieron que se había cumplido el tiempo, la profecía se había hecho realidad, había llegado Aquel a quien buscaban y por quien suspiraban, el Mesías de las naciones»

Tras poner este ejemplo, Francisco ha explicado que «la espera de Dios también es importante para nosotros, para nuestro camino de fe. Cada día el Señor nos visita, nos habla, se revela de maneras inesperadas y, al final de la vida y de los tiempos, vendrá. Por eso Él mismo nos exhorta a permanecer despiertos, a estar vigilantes, a perseverar en la espera. Lo peor que nos puede ocurrir es dejar adormecer el corazón, anestesiar el alma, almacenar la esperanza en los rincones oscuros de la decepción y la resignación».

Mensaje a los consagrados

Refiriéndose a los consagrados, el Santo Padre les ha realizado una serie de cuestiones: «¿somos todavía capaces de vivir la espera? ¿No estamos a veces demasiado atrapados en nosotros mismos, en las cosas y en los ritmos intensos de cada día, hasta el punto de olvidarnos de Dios que siempre viene? ¿No estamos demasiado embelesados por nuestras buenas obras, corriendo incluso el riesgo de convertir la vida religiosa y cristiana en las “muchas cosas que hacer” y de descuidar la búsqueda cotidiana del Señor? ¿No corremos a veces el peligro de programar nuestra vida personal y comunitaria sobre el cálculo de las posibilidades de éxito, en lugar de cultivar con alegría y humildad la pequeña semilla que se nos confía, con la paciencia de quien siembra sin esperar nada, y de quien sabe esperar los tiempos y las sorpresas de Dios? A veces hemos perdido esta capacidad de esperar», afirma.

Obstáculos

Para el Papa, el motivo de perder esa capacidad de espera se debe «a diversos obstáculos», de los que ha querido destacar dos. El primero de ellos es el descuido de la vida interior. «Es lo que ocurre cuando el cansancio prevalece sobre el asombro, cuando la costumbre sustituye al entusiasmo, cuando perdemos la perseverancia en el camino espiritual, cuando las experiencias negativas, los conflictos o los frutos, que parecen retrasarse, nos convierten en personas amargadas y resentidas. Es necesario entonces recuperar la gracia perdida, es decir, volver, mediante una intensa vida interior, al espíritu de humildad gozosa y de gratitud silenciosa. Y esto se alimenta con la adoración, con el empeño de las rodillas y del corazón, con la oración concreta que combate e intercede, que es capaz de avivar el deseo de Dios, el amor de antaño, el asombro del primer día, el sabor de la espera».

El segundo de los obstáculos que ha querido reseñar Francisco es la adaptación al estilo del mundo, sobre lo que ha indicado que «acaba ocupando el lugar del Evangelio. Y el nuestro es un mundo que a menudo corre a gran velocidad, que exalta el ‘todo y ahora’, que se consume en el activismo y en el buscar exorcizar los miedos y las ansiedades de la vida en los templos paganos del consumismo o en la búsqueda de diversión a toda costa. La vida cristiana y la misión apostólica necesitan de la espera, madurada en la oración y en la fidelidad cotidiana, para liberarnos del mito de la eficiencia, de la obsesión por la productividad y, sobre todo, de la pretensión de encerrar a Dios en nuestras categorías, porque Él viene siempre de manera imprevisible, en tiempos que no son los nuestros y de formas que no son las que esperamos», apuntilla.

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