El padre Hanna Jallouf es desde este mes el vicario apostólico de Alepo para los católicos de rito latino, un obispo sirio para los sirios. Deja a las comunidades de Knayeh, Yacoubieh y Jdayde, los pueblos sirios donde ha sido más que un párroco. Junto a otro hermano franciscano, Luai Bsharat, han sido los únicos religiosos que han permanecido junto a los cristianos de Idlib pese a la guerra, la ocupación del Estado Islámico y ahora de Al-Nusra, una facción islamista nacida de Al-Qaeda. En estos años, además de ver marcharse a mucha gente y de enterrar a muchos muertos, el padre Jallouf ha negociado personalmente con terroristas ataviados con cinturones explosivos, ha tenido que retirar los símbolos religiosos de su convento y ha sufrido un secuestro en carne propia. Echa de menos la Siria que fue, pero confía en que la guerra acabará «porque no hay nada que empiece que no tenga que terminar algún día».
El 17 de septiembre, fecha de su ordenación, es la fiesta de los estigmas de San Francisco de Asís y el párroco de Idlib, franciscano, la ha querido porque «nuestra Siria está bañada de sangre y pediré al Señor ese día que cure a nuestra tierra con sus heridas».
La peripecia de este sacerdote para llegar hasta Roma no ha sido fácil ni tampoco barata. Vive en una zona de Siria que escapa al control gubernamental y que está gobernada por las que se dieron en llamar «facciones rebeldes», en la práctica, Al-Nusra, una escisión de Al-Qaeda. En recorrer los 180 kilómetros que separan su convento de Damasco ha tardado tres días y ha pagado mucho dinero, porque en esa parte de Siria cualquier movimiento en falso puede costarte la vida. «Volveré a Roma tras la ordenación para dar las gracias al Santo Padre», asegura a ECCLESIA. Aunque será un viaje más sencillo y seguro ya desde Alepo, ciudad mártir hoy bajo el control de Bashar Al Assad, y que padeció una de las batallas más duras de la guerra civil siria.
Han pasado doce años desde el comienzo del conflicto. El sacerdote habla de olvido, de que pareciera que Siria «está en otro mundo» y recuerda la última de sus tragedias, el terremoto del 6 de febrero. Toda la ayuda humanitaria destinada a Siria llegó a las zonas del Gobierno, pero a Idlib, región limítrofe con Turquía, no llegó nada por encontrarse bajo el control de Al-Nusra. «Con las migajas que llegaron hemos podido hacer algo, pero…», lamenta. El 80 % de las construcciones de esa zona se vinieron abajo. Dolor tras dolor, desgracia tras desgracia, el padre Jallouf no ha perdido la esperanza, aunque ha perdido a buena parte de su rebaño. Antes de la guerra, en 2011, los cristianos de la provincia de Idlib eran unos 10.000. Ahora solo quedan 600. «La decisión fue muy difícil. El custodio nos mandó una carta diciéndonos que iba a cerrar el convento y que teníamos que abandonar Idlib. Pero mi hermano y yo decidimos que, aunque solo hubiera un cristiano, no nos íbamos a marchar, porque los franciscanos nunca hemos huido ni de los peligros ni de la muerte», comenta, explicando que ha permanecido en Idlib junto a su gente pese a tratarse de un lugar totalmente hostil para los cristianos. Por los pueblos de Knayeh, Yacoubieh y Jdayd han pasado todas las facciones en liza por el poder en Siria.
En los primeros compases de la guerra civil, vivieron los combates del ejército nacional contra el ejército libre de Siria. Después llegó el Estado Islámico. Tras ellos, Al-Nusra y, mientras, han llovido bombas del cielo. «En nuestro convento he contado 47», dice el padre Jallouf, que se quejó a través de la nunciatura al Estado Mayor del Ejército de Al-Asad. «Y entonces me mandaron otras cuatro bombas más», comenta. Explica que habló con un general al mando y este le gritó que les bombardeaban porque estaban allí los rebeldes: «Le dije: “Vosotros os habéis ido de aquí y han venido ellos, ¿qué podemos hacer? No podemos echarlos. Si hay algún muerto o herido, yo acuso al Gobierno”. Y no ha habido más bombardeos en los pueblos cristianos».
Improvisado diplomático
El párroco, además de en muchas otras cosas, tuvo que transformarse en improvisado diplomático para emprender todo tipo de negociaciones. Y esta con el ejército sirio no sería la más dura. Las más peligrosas e inverosímiles fueron las que tuvo que entablar con los miembros del ISIS primero y de Al-Nusra después. «Antes de la guerra jamás había visto una brutalidad así en Siria. Vivíamos en paz, en concordia. No distinguíamos si uno era musulmán o cristiano», asegura recordando otros tiempos que son ya otra vida. Un día de 2014, un miliciano del Estado Islámico llamó a la puerta de su convento de San José. Llevaba un cinturón explosivo y el franciscano le pidió que no entrara con armas en ese lugar sagrado. «Inmediatamente, uno que lo acompañaba dijo: “A este hay que matarlo ahora mismo”. Al final les dejé entrar con las armas. “Si creéis que aquí dentro os hacen falta y os sentís más seguros, adelante”, les espeté».
El sacerdote recuerda que estaba aterrorizado porque no tenía ni la más mínima idea de cómo podían reaccionar. Los terroristas estuvieron unos minutos explicándole que él y todos los cristianos tenían que convertirse al islam, la religión del amor y de la paz. Con mucho tacto, les dijo que no y desató su furia. Entonces, el yihadista le impuso una serie de normas como retirar los símbolos religiosos, no tocar las campanas, que las mujeres se cubrieran y pagar la yizia, un antiguo impuesto para los no musulmanes.
El franciscano aceptó que las cosas tendrían que ser así, pero conociendo como conocía el islam, retó a su interlocutor: «Le dije: “Ese acuerdo comporta que, si pagamos, vosotros nos protegéis. ¿Sois capaces de protegernos de los bombardeos de Damasco?” El tipo bajó la cabeza y me reconoció que no. Fuimos los únicos en todo el territorio controlado por el ISIS que no tuvimos que pagar ese impuesto». Tras este primer encuentro, el padre Jallouf asegura que se estableció una especie de relación de respeto entre los yihadistas y los cristianos porque ambas partes cumplieron en todo momento con lo estipulado: «Estuvieron 105 días en nuestros pueblos, pero, paradójicamente, fueron los 105 más tranquilos que hemos pasado desde que empezó la guerra. Porque incluso comenzaron a reaparecer los bienes que nos habían robado a los cristianos. Los ladrones tenían miedo de que los yihadistas los descubrieran y les cortaran las manos y así nos los fueron restituyendo. Y el ISIS un día, tal y como había aparecido, se fue. Llegó entonces Al-Nusra».
Secuestrado en 2014
Este grupo nació en 2012 en el contexto de la guerra civil siria como una sucursal de Al-Qaeda de la que finalmente se separó en 2016. Cuando sus miembros llegaron a los pueblos cristianos de Idlib, también fueron a visitar al padre Jallouf. Le preguntaron en qué términos los cristianos habían acordado la convivencia con el ISIS. El franciscano les detalló cómo fueron aquellos días y estos otros yihadistas accedieron a mantener el estado de las cosas. Pero no fue verdad. Pronto empezaron los robos, las confiscaciones y la violencia. Y un día de 2014, el sacerdote fue secuestrado con una veintena de cristianos. Querían adoctrinarlos, convencerlos de que se convirtieran al islam y lo hicieron por la fuerza.
El padre Jallouf no sufrió ningún maltrato físico, pero otros cristianos sí. Tras diez días de secuestro y amenazas, fueron liberados. «Cuando volví al convento lo habían saqueado. Pero, entonces, los feligreses fueron apareciendo. Unos con una camiseta, otros con unos zapatos… Para mí son gestos inolvidables», rememora. La relación con Al-Nusra evidentemente no ha sido fácil, aunque el padre Jallouf dice que ha mejorado notablemente, sobre todo, desde 2018: «Después de todos estos años de guerra, los miembros de Al-Nusra han entendido cómo somos los cristianos, que no hacemos el mal, que no mentimos, que amamos incluso a nuestros enemigos. Una vez uno de ellos me dijo: “Padre, la palabra de los cristianos es como un sello”, queriéndome decir que somos honestos».
Las cosas han cambiado tanto que incluso el Gobierno de Al-Nusra ha celebrado el nombramiento del padre Jallouf como vicario apostólico de los católicos latinos de Siria. «Hicieron una recepción en mi honor, me felicitaron todos e incluso distribuyeron unos recuerdos del evento, como si fuera un matrimonio. Ha sido increíble», cuenta el sacerdote. Y no es para menos. En 2014 Al-Nusra fue artífice de su secuestro y en 2023 le homenajean por su nombramiento. Además, ha prometido al franciscano que antes de Navidad habrán devuelto todas las propiedades confiscadas a sus legítimos dueños cristianos.
Parece que los años más duros hubieran pasado, pero en la memoria del padre Jallouf no se desvanecen los recuerdos dolorosos, como la escena del crimen de un matrimonio de la comunidad asesinado brutalmente en su casa o el descubrimiento del cuerpo de una maestra violada y torturada de manera sádica. La guerra en Siria ha ido casa por casa. El sacerdote afirma que antes del conflicto jamás había visto una muerte violenta en esa tierra que está a tan solo 500 metros del camino que recorrió san Pablo. «Siria tiene que volver a ser un lugar de paz y concordia. Aquí, a solo 43 kilómetros de nuestros pueblos, está Antioquía, donde los cristianos fueron por primera vez llamados cristianos. No se puede dejar toda esta herencia abandonada a su destino», clama.
El papa Francisco conoce de todos estos dolores y preocupaciones. En 2018, Jallouf y el padre Luai Bsharat se los relataron por carta. El Pontífice respondió asegurándoles «el recuerdo constante en la comunión eucarística para que el dolor indecible se transfigure en la esperanza divina». El año pasado, recibió en el Vaticano el premio Madre Teresa de manos del Papa: «Él ya conoce nuestra situación. Cuando le he visto siempre me ha animado y me ha dicho que está orgulloso de nuestra labor».
Antes de terminar nuestra conversación, el franciscano hace un llamamiento: que el mundo no se olvide de Siria. Y una buena forma de demostrarlo, dice, sería levantar las sanciones y embargos «que no van contra el Gobierno ni contra quien gobierna, van contra la gente, contra los que tienen que hacer cuatro horas de fila por un trozo de pan, un kilo de arroz o una bombona de gas». Una reclamación que desde hace años secunda Francisco cuando se perjudica a civiles inocentes.
—Padre Jallouf, ¿la guerra terminará algún día?
—La guerra terminará, porque no hay nada que empiece que no tenga que acabar. Solo el Señor no tiene fin.