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Homilía de Juan Pablo II en varios idiomas para el Domingo 9, C, de tiempo ordinario

Homilía de Juan Pablo II en varios idiomas para el Domingo 9, C, de tiempo ordinario

 Texto recopilado por fray Gregorio Vinuesa Cortázar

NVulgata 1 Ps 2 E – BibJer2ed (en) – Concordia y ©atena Aurea (en)

Juan Pablo II, Homilía en Reikiavik 4-6-1989 (en it)

         «”Señor, no soy digno de que entres en mi casa” (Lc 7, 6).

Queridos hermanos y hermanas:

1. Estas palabras nos resultan familiares. Las pronunciamos antes de la sagrada comunión cada vez que participamos en la Misa (…). Queridos niños: Hoy repetiréis estas palabras los que vais a recibir la comunión por primera vez. (…). ¡Ojalá consideréis siempre el amor de Jesús tan importante como lo consideráis hoy! (…).

3. Las palabras: “Señor, no soy digno” fueron pronunciadas por primera vez por un centurión romano, un hombre que militaba como soldado en la tierra de Israel. Aunque era extranjero y pagano, amaba al pueblo de Israel, y –como el Evangelio nos dice– incluso les había construido una sinagoga, una casa de oración (cf Lc 7, 5). Por esta razón, los judíos apoyaron con gusto la petición que él quería hacer a Jesús de curar a su siervo.

En respuesta a la petición del centurión, Jesús parte hacia su casa. Pero en ese momento el centurión, queriendo ahorrar a Jesús el esfuerzo, le dijo: “Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres en mi casa; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra y mi criado quedará sano” (Lc 7, 6-7). Cristo accedió al deseo del centurión, pero al mismo tiempo “se admiró” de las palabras de él; y dijo a la muchedumbre que lo seguía: “Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe” (v. 9).

4. Si repetimos las palabras del centurión cuando nos acercamos a la sagrada comunión, lo hacemos precisamente porque estas palabras expresan una fe fuerte y profunda. Las palabras son sencillas, pero en cierto sentido contienen la verdad fundamental que expresa quién es Dios y quién es el hombre: Dios es el totalmente Santo, el Creador que nos da la vida y que hizo todo lo que existe en el universo. Nosotros somos creaturas y somos sus hijos, necesitados de curación a causa de nuestros pecados.

En una sociedad muy desarrollada como la vuestra (…), es fácil vivir como si Dios no existiera. En efecto, existe una poderosa atracción hacia esa actitud, pues puede dar la impresión de que reconocer a Dios como origen y fin de todo recorta la independencia humana y pone límites inaceptables a la acción humana. Pero cuando olvidamos a Dios, inmediatamente perdemos de vista el significado más profundo de nuestra existencia y ya no sabemos quiénes somos (cf Gaudium et spes, 36). ¿No constituye esto una causa importante de la insatisfacción que suele hallarse en las sociedades muy desarrolladas?

¿No es fundamental para nuestro bienestar sicológico y social escuchar la voz de Dios en la maravillosa armonía del universo? ¿No es de hecho liberador reconocer que la estabilidad, la verdad, la bondad y el orden que la mente humana progresivamente descubre en el cosmos son un reflejo de la unidad, verdad, bondad y belleza del Creador mismo? (…). Ninguna persona aislada puede resolver todos los problemas del mundo. Pero todo acto de bondad es una contribución importante a los cambios que deseamos contemplar (…). Todas nuestras buenas obras constituyen una victoria de la justicia, la paz y la dignidad humana (…).

5. Las palabras del centurión son la voz de la creatura que alaba al Creador por su generosidad y bondad. Efectivamente, estas palabras contienen el Evangelio entero: la entera Buena Nueva de nuestra salvación, y dan testimonio del maravilloso don de Dios mismo, expresado en la Palabra de vida. Dios regala a la humanidad un don totalmente libre: una participación en su naturaleza divina. Él dota a sus criaturas con la vida eterna en Cristo. El hombre ha sido adornado de gracia por Dios.

La fe del centurión romano era grande. Él era consciente de lo mucho que había sido “agraciado” por Cristo. Sabía que no era digno de tal don, y que este don iba más allá de todo lo que él, un mero hombre, podía alcanzar o incluso desear, pues el don es en verdad sobrenatural. Lo maravilloso de este don es que nos permite alcanzar el objeto de nuestros más profundos anhelos: vuvir para siempre en íntima unión con Dios que es la fuente de todo bien.

En la Eucaristía participamos sacramentalmente en este mismo don. La Eucaristía es un memorial del sufrimiento y de la muerte de Jesús: nos llena de gracia y es una prenda de nuestra futura gloria. Mediante la fe debemos renovar constantemente nuestra gratitud por el don divino.

En Cristo –que es el don divino, el don del Evangelio–, la Eucaristía se nos ofrece a todos. Todos estamos invitados a hacernos “hermanos en la fe” (cf Ga 6, 10). En la Iglesia no hay “extranjeros”. Incluso quien viene de “un país lejano”, desde muy lejos, está “en su casa” en la Iglesia. Esto es lo que la primera lectura de hoy, tomada del Libro de los Reyes, nos dice: cuando Salomón dedica el gran templo de Jerusalén, ora para que “te conozcan todos los pueblos de la tierra” (1R 8, 43). A pesar de las diferencias de raza, nacionalidad, lengua y cultura, todos están llamados a participar de igual modo en la unidad y hermandad del Pueblo de Dios (…).

6. “¡Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos! Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre” (Sal 117, 1-2). Hoy la Iglesia en todas partes canta estas palabras: dondequiera que se reúnan cristianos para celebrar la Eucaristía dominical, como estamos haciendo aquí (…), se están repitiendo en tantas lenguas diferentes las palabras del centurión: “Señor, no soy digno”. Estas palabras –como las del salmo– nos hablan a todos de los dones de Dios: nuestra vida, nuestra familia, el progreso de nuestra sociedad, nuestra fe, y el más grande de todos los dones de Dios: su unigénito Hijo Jesucristo.

“Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme” (cf Lc 7, 6)».

LA PALABRA DEL PAPA.– «Jesús, al dar a Simón (…) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968 fr it). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964 it). «Junto a la infalibilidad de las definiciones “ex cáthedra”, existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que así iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993 sp it). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la “piedra” en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005 ge sp fr en it lt po).

LOS ENLACES A LA NEO-VULGATA.– «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (…) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus 25-4-1979 ge sp fr en lt po). «La palabra sagrada debe presentarse lo más posible tal como es, incluso en lo que tiene de extraño y con los interrogantes que comporta» (Benedicto XVI, Carta al presidente de la C.E. Alemana sobre un cambio en las palabras de la Consagración 14-4-2012 ge sp fr en it pl po).

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