Homilías papales para el domingo 17, C, del tiempo ordinario (28-7-2013)
Textos recopilados por fray Gregorio Cortázar Vinuesa OCD
NVulgata 1 Ps 2 E – BibJer2ed (en) – Concordia y ©atena Aurea (en)
(1/2) Benedicto XVI, Ángelus 25-7-2010 (ge hr sp fr en it po)
(2/2) Juan Pablo II, Homilía en Castelgandolfo 27-7-1980 (sp it po):
«¡Alabado sea Jesucristo! “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11, 1). Estas palabras dirigidas directamente a Cristo, y que hoy nos recuerda la lectura del Evangelio, no pertenecen solo al pasado. Son palabras repetidas constantemente por los hombres. Se trata de un problema siempre actual: el problema de la oración. ¿Qué quiere decir orar? ¿Cómo hay que orar?
Por eso, la respuesta que Cristo dio es siempre actual. ¿Y qué respuesta dio Cristo? En cierto sentido, él enseñó a los que le preguntaban las palabras que debían pronunciar para orar, para dirigirse al Padre. Esas palabras se encuentran en las dos versiones evangélicas: el texto del Evangelio de hoy se diferencia ligeramente de aquel a que estamos acostumbrados en nuestra oración cotidiana. En efecto, nosotros recordamos el “Padrenuestro” según la versión de san Mateo.
Cristo enseñó, pues, las palabras de la oración, las palabras más perfectas, las palabras más completas. En ellas se encierra todo. Sin embargo, la respuesta de Cristo no se limita exclusivamente al texto, a las palabras que debemos pronunciar cuando rezamos; se trata de un problema mucho más urgente y podría decirse que mucho más complejo.
¿Qué quiere decir orar? Orar significa sentir la propia insuficiencia, sentirla a través de las diversas necesidades que se presentan al hombre, las necesidades que constantemente forman parte de su vida, como, por ejemplo, la necesidad del pan a que se refiere Cristo, poniendo como ejemplo al hombre que despierta a su amigo a medianoche para pedirle pan. Tales necesidades son numerosas. La necesidad de pan es, en cierto sentido, el símbolo de todas las necesidades materiales, de las necesidades del cuerpo humano, de las necesidades de esta existencia que nace del hecho de que el hombre es cuerpo. Pero la escala de estas necesidades es más amplia.
A la respuesta de Cristo, en la liturgia de hoy, pertenece también ese maravilloso pasaje del Génesis, cuyo personaje principal es Abraham. Y el principal problema es el de Sodoma y Gomorra; o también, en otras palabras, el del bien y del mal, del pecado y de la culpa. Es decir, el problema de la justicia y de la misericordia. Espléndido es ese coloquio entre Abraham y Dios, en que se demuestra que orar quiere decir moverse continuamente en la órbita de la justicia y de la misericordia, es un introducirse entre una y otra en Dios mismo.
Orar, por tanto, quiere decir ser conscientes, ser conscientes hasta el fondo de todas las necesidades del hombre, de toda la verdad sobre el hombre. Y en nombre de esa verdad –cuyo sujeto soy yo mismo, pero también mi prójimo, todos los hombres, la humanidad entera–, en nombre de esa verdad, dirigirse a Dios como Padre.
Ahora bien, según la respuesta de Cristo a la pregunta “enséñanos a orar”, todo se reduce a este singular concepto: aprender a orar quiere decir “aprender quién es el Padre”. Si nosotros aprendemos, en el sentido pleno de la palabra, en su plena dimensión, la realidad “Padre”, hemos aprendido todo.
Aprender quién es el Padre quiere decir aprender la respuesta a la pregunta sobre cómo se debe orar, porque orar quiere decir también encontrar la respuesta a una serie de preguntas ligadas, por ejemplo, al hecho de que yo oro y, en algunos casos, no soy escuchado. Cristo aporta respuestas indirectas a estas preguntas también en el Evangelio de hoy. Las da en todo el Evangelio y en toda la experiencia cristiana.
Aprender quién es el Padre quiere decir aprender lo que es la confianza absoluta. Aprender quién es el Padre quiere decir adquirir la certeza de que él no podrá absolutamente rechazar nada. Todo esto se dice en el Evangelio de hoy. Él no te rechaza ni siquiera cuando todo, material y sicológicamente, parece indicar el rechazo. Él no te rechaza jamás.
Por tanto, aprender a orar quiere decir “conocer al Padre” de ese modo; aprender a estar seguros de que el Padre no te rechaza jamás nada, sino que, por el contrario, da el Espíritu Santo a quienes lo piden.
Los dones que pedimos son diversos como lo son nuestras necesidades. Pedimos según nuestras exigencias, y no puede ser de otro modo. Cristo confirma esa nuestra actitud. Sí, así es, debéis pedir según vuestras exigencias tal como las sentís. Como estas necesidades os sacuden, a veces dolorosamente, así debéis orar.
Cuando, en cambio, se trata de la respuesta a cada pregunta vuestra, tal respuesta se da siempre a través de un don sustancial: el Padre nos da el Espíritu Santo. Y lo da en consideración de su Hijo. Por esto ha dado a su Hijo, ha dado a su Hijo por los pecados del mundo, ha dado a su Hijo saliendo al encuentro de todas las necesidades del mundo, de todas las necesidades del hombre, para poder siempre, en este Hijo crucificado y resucitado, dar el Espíritu Santo. Este es su Don.
Aprender a orar quiere decir aprender quién es el Padre y adquirir una confianza absoluta en aquel que nos ofrece este don cada vez más grande y, ofreciéndonoslo, jamás nos engaña. Y si a veces, o incluso frecuentemente, no recibimos directamente lo que pedimos, en este don tan grande –cuando se nos ofrece– se hallan encerrados todos los otros dones, aunque no siempre nos demos cuenta de ello.
El ejemplo que más me ha impresionado es el de un hombre que encontré en un hospital. Estaba gravemente enfermo a causa de las lesiones sufridas durante la insurrección de Varsovia. En aquel hospital me habló de su extraordinaria felicidad (…). Juzgando su estado físico desde el punto de vista médico, no había motivos para ser tan feliz, sentirse tan bien y considerarse escuchado por Dios. Y sin embargo, había sido escuchado en otra dimensión de su humanidad. Recordó el don en el que halló su felicidad (…).
Creo que la oración de Abraham y su contenido es muy actual en los tiempos en que vivimos. Es necesaria una oración así (…), para rescatar al mundo de la injusticia. Es indispensable una oración que se introduzca, diríamos, en el Corazón de Dios entre lo que en él es la justicia y lo que en él es la misericordia. Es necesaria una oración así: una grande súplica por los hombres, por las comunidades, por los pueblos, por toda la humanidad. La oración de Abraham.
Así la respuesta de Cristo a la pregunta “enséñanos a orar” es siempre actual; debemos descifrarla en su contenido original tal como está registrada en el Evangelio; y debemos descifrarla también según los signos de los tiempos en que vivimos.
El fruto de tal escucha a la respuesta de Cristo, de una lectura así, será precisamente la oración, cada oración que rezamos, cada oración que celebramos, incluso esta que rezamos y celebramos ahora: la oración más grande de todas las oraciones, en la que Cristo mismo ruega con nosotros y a través de nosotros; en la cual “su Espíritu ruega con gemidos inenarrables” (Rm 8, 26), con nosotros y a través de nosotros que estamos celebrando la Eucaristía. Amén».
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LA PALABRA DEL PAPA.– «Jesús, al dar a Simón (…) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968 fr it). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964 it). «Junto a la infalibilidad de las definiciones “ex cáthedra”, existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que así iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993 sp it). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la “piedra” en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005 ge sp fr en it lt po).
LOS ENLACES A LA NEO-VULGATA.– «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (…) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus 25-4-1979 ge sp fr en lt po). «La palabra sagrada debe presentarse lo más posible tal como es, incluso en lo que tiene de extraño y con los interrogantes que comporta» (Benedicto XVI, Carta al presidente de la C.E. Alemana sobre un cambio en las palabras de la Consagración 14-4-2012 ge sp fr en it pl po).