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Homilías papales para el domingo 27 del tiempo ordinario, C (6-10-2013)

Homilías papales para el domingo 27 del tiempo ordinario, C (6-10-2013)

Textos recopilados en varios idiomas por fray Gregorio Cortázar Vinuesa

 NVulgata 1 Ps 2 EBibJer2ed (en) – Concordia y ©atena Aurea (en)

(1/2) Juan Pablo II, Homilía en Baltimore 8-10-1995 (en it):

«»Ojalá escuchéis hoy su voz: No endurezcáis vuestro corazón» (Sal 95, 7-8).

Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Todos los días la Iglesia comienza la liturgia de las Horas con el salmo que acabamos de recitar juntos: «Venid, aclamemos al Señor» (Sal 95, 1). En esta llamada, que resuena a lo largo de los siglos y cuyo eco se oye en toda la tierra, el salmista convoca al pueblo de Dios para alabar al Señor y dar un gran testimonio de las maravillas que Dios ha hecho por nosotros.

Los sacerdotes, las religiosas y los religiosos, así como un número cada vez mayor de fieles laicos, rezan diariamente la liturgia de las Horas, dando origen a una gran movilización de alabanza a Dios –officium laudis–, a Dios que, a través de su Palabra, creó el mundo y todo lo que hay en él: «Tiene en su mano las simas de la tierra; son suyas las cumbres de los montes; suyo es el mar, porque él lo hizo, la tierra firme que modelaron sus manos» (Sal 95, 4-5).

No somos solo criaturas de Dios. En su infinita misericordia nos ha elegido como su pueblo amado: «Él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía» (Sal 95, 7). Nos ha elegido en Cristo, el buen pastor, que dio la vida por sus ovejas y nos llama al banquete de su cuerpo y de su sangre, la santa Eucaristía que estamos celebrando juntos (…).

En la lectura del Evangelio de hoy, los apóstoles piden a Jesús: «Auméntanos la fe» (Lc 17, 5). Esta ha de ser nuestra oración constante. La fe es siempre exigente, porque nos conduce más allá de nosotros mismos. Nos lleva directamente a Dios. La fe nos da también una visión de la finalidad de la vida y nos impulsa a la acción.

El Evangelio de Jesucristo no es una opinión privada, un ideal espiritual lejano o un mero programa de crecimiento personal. ¡El Evangelio es la fuerza que puede transformar al mundo! El Evangelio no es una abstracción; es la persona viva de Jesucristo, la Palabra de Dios, el reflejo de la gloria del Padre (cf Hb 1, 2), el Hijo encarnado, que nos revela el significado más profundo de nuestra humanidad y el noble destino al que está llamada toda la familia humana (cf Gaudium et spes, 22).

Cristo nos mandó hacer que la luz del Evangelio resplandezca en nuestro servicio a la sociedad. ¿Cómo profesar la fe en la palabra de Dios, y luego no aceptar que inspire y dirija nuestros pensamientos, nuestras actividades, nuestra decisiones y nuestras responsabilidades para con los demás? (…).

Hoy algunos católicos se sienten tentados por el desaliento o la desilusión, como el profeta Habacuc en la primera lectura. Sienten la tentación de gritar al Señor (…). ¿Por qué Dios no interviene cuando la violencia amenaza a su pueblo? ¿Por qué nos hace ver la ruina y la miseria? ¿Por qué permite el mal? Como el profeta Habacuc, y como los israelitas sedientos en el desierto de Meribá y Massá, nuestra confianza puede vacilar, podemos perder la paciencia con Dios. En el drama de la historia, podemos creer que nuestra dependencia de Dios es más un peso que una liberación. También nosotros podemos endurecer nuestro corazón.

Y, sin embargo, el profeta da una respuesta a nuestra impaciencia: «Si Dios tarda, espéralo, pues vendrá ciertamente sin retraso» (cf Ha 2, 3). Un proverbio polaco expresa esta misma convicción, pero de otro modo: «Dios se toma su tiempo, pero es justo». Nuestra espera de Dios nunca es vana. Cada momento representa una oportunidad para conformarnos a Jesucristo, y permitir que la fuerza del Evangelio transforme nuestra vida personal y nuestro servicio a los demás, según el espíritu de las bienaventuranzas.

«Soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio», escribe san Pablo a Timoteo en la segunda lectura de hoy (2Tm 1, 8). No se trata de una vana exhortación a soportar los sufrimientos. No. Es una invitación a entrar más profundamente en la vocación cristiana, que nos pertenece a todos por el bautismo. No hay ningún mal por afrontar que Cristo no afronte con nosotros; no hay ningún enemigo al que Cristo no haya ya vencido; no hay ninguna cruz que llevar que Cristo no haya llevado ya por nosotros y que no lleve ahora con nosotros. En la extremidad de toda cruz encontramos la vida nueva en el Espíritu Santo, la vida nueva que alcanzará su plenitud en la resurrección. Esta es nuestra fe. Este es nuestro testimonio ante el mundo.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo, la apertura al Señor, que es la disponibilidad para permitir que el Señor transforme nuestra vida, debería producir una renovada vitalidad espiritual y misionera (…). Jesucristo es la respuesta al interrogante planteado por toda vida humana, y el amor de Cristo nos impulsa a compartir esta gran buena nueva con todos.

Creemos que la muerte y la resurrección de Cristo nos revelan el verdadero significado de la existencia humana. Por tanto, nada que sea auténticamente humano puede dejar de hallar eco en nuestro corazón. Cristo murió por todos; por eso tenemos que estar al servicio de todos.

«Porque no nos dio el Señor un espíritu de timidez… No te avergüences, pues, del testimonio que has de dar de nuestro Señor» (2Tm 1, 7-8). Así escribió san Pablo a Timoteo hace casi dos mil años, y así habla la Iglesia a los católicos hoy (…). Cada generación necesita saber que la libertad no consiste en hacer lo que nos gusta, sino en tener el derecho de hacer lo que debemos.

«Conserva el buen depósito mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros» (2Tm 1, 14). Cuán oportuna es esta tarea que san Pablo encarga a Timoteo (…). Cristo nos pide que conservemos la verdad, porque, como nos prometió: «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8, 32). Depositum custodi! Debemos conservar la verdad, que es la condición de la auténtica libertad, y permite que esta alcance su plenitud en la bondad. Tenemos que conservar el depósito de la verdad divina, que nos han transmitido en la Iglesia, especialmente con vistas a los desafíos que plantea la cultura materialista y la mentalidad permisiva, que reducen la libertad a libertinaje (…).

Que siempre os guíe la verdad, la verdad sobre Dios, que nos ha creado y redimido, y la verdad sobre la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios y destinada a la plenitud gloriosa en el Reino que vendrá. Sed siempre testigos convencidos de la verdad. Transformad en una llama el don de Dios que se os ha otorgado en el bautismo. Iluminad (…) todo el mundo con el poder de esa llama. Amén».

(2/2) Benedicto XVI, Homilía en Palermo 3-10-2010 (ge sp fr it po):

«Queridos hermanos y hermanas (…): Toda asamblea litúrgica es espacio de la presencia de Dios. Reunidos para la sagrada Eucaristía, los discípulos del Señor se sumergen en el sacrificio redentor de Cristo, proclaman que él ha resucitado, está vivo y es dador de la vida, y testimonian que su presencia es gracia, fuerza y alegría.

Abramos el corazón a su palabra y acojamos el don de su presencia. Todos los textos de la liturgia de este domingo nos hablan de la fe, que es el fundamento de toda la vida cristiana. Jesús educó a sus discípulos a crecer en la fe, a creer y a confiar cada vez más en él, para construir su propia vida sobre roca. Por esto le piden: «Auméntanos la fe» (Lc 17, 6). Es una bella petición que dirigen al Señor, es la petición fundamental: los discípulos no piden bienes materiales, no piden privilegios; piden la gracia de la fe, que oriente e ilumine toda la vida; piden la gracia de reconocer a Dios y poder estar en relación íntima con él, recibiendo de él todos sus dones, incluso los de la valentía, el amor y la esperanza.

Sin responder directamente a su petición, Jesús recurre a una imagen paradójica para expresar la increíble vitalidad de la fe. Como una palanca mueve mucho más que su propio peso, así la fe, incluso una pizca de fe, es capaz de realizar cosas impensables, extraordinarias, como arrancar de raíz un árbol grande y transplantarlo en el mar (ib.). La fe –fiarse de Cristo, acogerlo, dejar que nos transforme, seguirlo sin reservas– hace posibles las cosas humanamente imposibles, en cualquier realidad.

Nos da testimonio de esto el profeta Habacuc en la primera lectura. Implora al Señor a partir de una situación tremenda de violencia, de iniquidad y de opresión; y precisamente en esta situación difícil y de inseguridad, el profeta introduce una visión que ofrece una parte del proyecto que Dios está trazando y realizando en la historia: «El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe» (Ha 2, 4). El impío, el que no actúa según la voluntad de Dios, confía en su propio poder, pero se apoya en una realidad frágil e inconsistente; por ello se doblará, está destinado a caer; el justo, en cambio, confía en una realidad oculta pero sólida; confía en Dios y por ello tendrá la vida (…).

La segunda parte del Evangelio de hoy presenta otra enseñanza, una enseñanza de humildad, pero que está estrechamente ligada a la fe. Jesús nos invita a ser humildes y pone el ejemplo de un siervo que ha trabajado en el campo. Cuando regresa a casa, el patrón le pide que trabaje más. Según la mentalidad del tiempo de Jesús, el patrón tenía pleno derecho a hacerlo. El siervo debía al patrón una disponibilidad completa, y el patrón no se sentía obligado hacia él por haber cumplido las órdenes recibidas.

Jesús nos hace tomar conciencia de que, frente a Dios, nos encontramos en una situación semejante: somos siervos de Dios; no somos acreedores frente a él, sino que somos siempre deudores, porque a él le debemos todo, porque todo es un don suyo. Aceptar y hacer su voluntad es la actitud que debemos tener cada día, en cada momento de nuestra vida. Ante Dios no debemos presentarnos nunca como quien cree haber prestado un servicio y por ello merece una gran recompensa. Esta es una falsa concepción que puede nacer en todos, incluso en las personas que trabajan mucho al servicio del Señor, en la Iglesia.

En cambio, debemos ser conscientes de que, en realidad, no hacemos nunca bastante por Dios. Debemos decir, como nos sugiere Jesús: «Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17, 10). Esta es una actitud de humildad que nos pone verdaderamente en nuestro sitio y permite al Señor ser muy generoso con nosotros. En efecto, en otra parte del Evangelio nos promete que «se ceñirá, nos pondrá a su mesa y nos servirá» (cf Lc 12, 37).

Queridos amigos, si hacemos cada día la voluntad de Dios, con humildad, sin pretender nada de él, será Jesús mismo quien nos sirva, quien nos ayude, quien nos anime, quien nos dé fuerza y serenidad. También el apóstol san Pablo, en la segunda lectura de hoy, habla de la fe. Invita a Timoteo a tener fe y, por medio de ella, a practicar la caridad. Exhorta al discípulo a reavivar en la fe el don de Dios que está en él por la imposición de las manos de Pablo, es decir, el don de la ordenación, recibido para desempeñar el ministerio apostólico como colaborador de Pablo (cf 2 Tm 1, 6). No debe dejar apagar este don; debe hacerlo cada vez más vivo por medio de la fe. Y el Apóstol añade: «Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de amor y de templanza» (v. 7) (…). Que la Madre de Cristo (…) os asista y os lleve al conocimiento profundo de su Hijo».

LA PALABRA DEL PAPA.– «Jesús, al dar a Simón (…) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968 fr it). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964 it). «Junto a la infalibilidad de las definiciones «ex cáthedra», existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que así iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993 sp it). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la «piedra» en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005 ge sp fr en it lt po).

LOS ENLACES A LA NUEVA VULGATA.– «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (…) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus 25-4-1979 ge sp fr en lt po). «La palabra sagrada debe presentarse lo más posible tal como es, incluso en lo que tiene de extraño y con los interrogantes que comporta» (Benedicto XVI, Carta al presidente de la C.E. Alemana sobre un cambio en las palabras de la Consagración 14-4-2012 ge sp fr en it pl po).

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