Homilías y ángelus para el 2º domingo de Cuaresma, A, (16-3-2014)
Textos recopilados por fray Gregorio Cortázar Vinuesa, OCD
NVulgata 1 Ps 2 E – BibJer2ed (en) – Concordia y ©atena Aurea (en)
(1/3) Benedicto XVI, Ángelus 20-3-2011 (ge sp fr en it po)
(2/3) Benedicto XVI, Homilía en la nueva parroquia de San Corbiniano, en el Infernetto 20-3-2011 (ge sp fr en it po):
«Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra mucho (…) que este encuentro tenga lugar el segundo domingo de Cuaresma, que se caracteriza por el Evangelio de la Transfiguración de Jesús (…). El evangelista Mateo nos ha narrado lo que aconteció cuando Jesús subió a un monte alto llevando consigo a tres de sus discípulos: Pedro, Santiago y Juan. Mientras estaban en lo alto del monte ellos solos, el rostro de Jesús se volvió resplandeciente, al igual que sus vestidos. Es lo que llamamos «La Transfiguración»: un misterio luminoso, confortante. ¿Cuál es su significado?
La Transfiguración es una revelación de la persona de Jesús, de su realidad profunda. De hecho, los testigos oculares de ese acontecimiento, es decir, los tres Apóstoles, quedaron cubiertos por una nube, también ella luminosa –que en la Biblia anuncia siempre la presencia de Dios– y oyeron una voz que decía: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadle» (Mt 17, 5). Con este acontecimiento los discípulos se preparan para el misterio pascual de Jesús: para superar la terrible prueba de la pasión y también para comprender bien el hecho luminoso de la resurrección.
El relato habla también de Moisés y Elías, que se aparecieron y conversaban con Jesús. Efectivamente, este episodio guarda relación con otras dos revelaciones divinas. Moisés había subido al monte Sinaí, y allí había tenido la revelación de Dios. Había pedido ver su gloria, pero Dios le había respondido que no lo vería cara a cara, sino solo de espaldas (cf Ex 33, 18-23). De modo análogo, también Elías tuvo una revelación de Dios en el monte: una manifestación más íntima, no con una tempestad, ni con un terremoto o con el fuego, sino con una brisa ligera (cf 1R 19, 11-13).
A diferencia de estos dos episodios, en la Transfiguración no es Jesús quien tiene la revelación de Dios, sino que es precisamente en él en quien Dios se revela y quien revela su rostro a los Apóstoles. Así pues, quien quiera conocer a Dios, debe contemplar el rostro de Jesús, su rostro transfigurado: Jesús es la perfecta revelación de la santidad y de la misericordia del Padre. Además, recordemos que en el monte Sinaí Moisés tuvo también la revelación de la voluntad de Dios: los diez Mandamientos. E igualmente en el monte Elías recibió de Dios la revelación divina de una misión por realizar. Jesús, en cambio, no recibe la revelación de lo que deberá realizar: ya lo conoce. Más bien son los Apóstoles quienes oyen, en la nube, la voz de Dios que ordena: «Escuchadle».
La voluntad de Dios se revela plenamente en la persona de Jesús. Quien quiera vivir según la voluntad de Dios, debe seguir a Jesús, escucharle, acoger sus palabras y, con la ayuda del Espíritu Santo, profundizarlas. Esta es la primera invitación que deseo haceros, queridos amigos, con gran afecto: creced en el conocimiento y en el amor a Cristo, como individuos y como comunidad parroquial; encontradle en la Eucaristía, en la escucha de su Palabra, en la oración, en la caridad (…).
Queridos amigos de san Corbiniano, el Señor Jesús, que llevó a los Apóstoles al monte a orar y les manifestó su gloria, hoy nos ha invitado a nosotros a esta nueva iglesia: aquí podemos escucharlo, aquí podemos reconocer su presencia al partir el Pan eucarístico, y de este modo llegar a ser Iglesia viva, templo del Espíritu Santo, signo del amor de Dios en el mundo. Volved a vuestras casas con el corazón lleno de gratitud y de alegría, porque formáis parte de este gran edificio espiritual que es la Iglesia.
A la Virgen María encomendamos nuestro camino cuaresmal, así como el de toda la Iglesia. Que la Virgen, que siguió a su Hijo Jesús hasta la cruz, nos ayude a ser discípulos fieles de Cristo, para poder participar juntamente con ella en la alegría de la Pascua. Amén».
(3/3) Juan Pablo II, Homilía en la parroquia de san Policarpo 11-3-1990 (it):
«»Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (Mt 17, 5).
Amadísimos hermanos y hermanas: nos encontramos en la segunda etapa del itinerario cuaresmal que nos llevará, renovados en el espíritu, a celebrar la Pascua de Cristo y nuestra.
El domingo pasado la liturgia nos presentó a Jesús tentado, pero que salía victorioso de la tentación. A la luz de ese acontecimiento tomamos renovada conciencia de la situación de pecado en la que está inmerso el hombre, pero también recibimos el anuncio de la victoria sobre el mal ofrecida a los que emprenden el camino de conversión y, como Jesús, se vuelven disponibles a la voluntad del Padre y se hacen obedientes a su palabra.
En esta segunda etapa la Iglesia nos señala la meta del itinerario: la participación en la gloria de Cristo, como resplandece en el rostro del Siervo obediente, doliente y glorificado. En efecto, la Transfiguración es preludio del misterio pascual que, realizado en Cristo, debe tener lugar también en todos aquellos que lo siguen a él como sus discípulos por el camino de la cruz hacia la plenitud de vida y la inmortalidad.
Con Pedro, Santiago y Juan subimos también nosotros al monte de la Transfiguración y nos dedicamos a contemplar ese acontecimiento, con el fin de recoger su mensaje y traducirlo a nuestra vida.
La Transfiguración se coloca en el culmen del ministerio público de Jesús. Él va de viaje hacia Jerusalén, donde se cumplirán las profecías del «Siervo de Dios» y se consumará su sacrificio redentor. Las multitudes, frente a la perspectiva de un Mesías que contradice sus expectativas terrenas y nacionalistas, lo han abandonado. Los Apóstoles tampoco comprenden el sentido de las palabras con las que él anuncia el fin de su misión en la Pasión gloriosa.
Jesús revela entonces algo de su «misterio», para confirmar a los suyos en la fe y animarlos a seguirle en el camino hacia Jerusalén. Se transfigura ante ellos: el Padre confirma la declaración de amor que le había hecho al inicio de su misión en el bautismo en el Jordán, proclamándolo Hijo-Siervo enviado al mundo para realizar a través de la cruz el proyecto de la salvación; el Espíritu, bajo el signo de la nube, lo cubre con su sombra y lo envuelve para que pueda decir el último y definitivo «sí» de su obediencia sacrificial.
Jesús aparece así como el icono perfecto del Padre, la irradiación de su gloria, centro y eje de toda la historia salvífica y cumplimiento último de la Revelación, iniciada con Moisés y continuada a través de los profetas, de los que Elías es el modelo.
En el monte de la Transfiguración los testigos del acontecimiento no reciben solo la revelación de la verdadera identidad del Mesías; son también destinatarios de una apremiante invitación divina: «Escuchadle». Palabra densa de contenido que no solo impulsa al «reconocimiento» de Cristo como Salvador y Señor, sino que también compromete en su seguimiento.
En efecto, escuchar a Cristo implica la aceptación de la lógica de su misterio pascual. Es decir, hace falta ponerse en camino con él para hacer de la propia existencia un «don» de amor a los demás, en dócil obediencia a la palabra y a la voluntad de Dios, con una actitud de desprendimiento de todo y de todos y de libertad interior. Hace falta, en otras palabras, estar dispuestos a «perder la propia vida» para que se realice el plan divino de la comunión universal.
Este es el camino de la fe de la que Abraham es iniciador y ejemplo. Un camino al que está ligada la «bendición» –don del Espíritu– y por tanto la fecundidad. Quien camina en la fe no solo se hace agradable a Dios, sino también simiente de una nueva humanidad.
A este camino de fe y de vida nueva los creyentes son impulsados de manera especial en los cuarenta días de la Cuaresma para asemejarse cada vez más a Cristo, Siervo obediente y doliente, y llegar así, transfigurados en él y con él, a renovar la alianza con Dios en el misterio de la Pascua.
El itinerario cuaresmal se convierte así en paradigma de toda la vida cristiana, y no solo del cristiano como individuo sino también de todo el pueblo de Dios, peregrino en el tiempo hacia la pascua eterna.
La comunidad de los bautizados, salvados por el amor de Dios y «llamados con una vocación santa» (2Tm 1, 9), debe sentirse fuertemente interpelada por la invitación divina a escuchar a Cristo y a seguirlo por el camino de conversión que, a través de la pasión, conduce a la gloria de la resurrección (…).
Amadísimos hermanos y hermanas (…), la antífona de entrada de la celebración eucarística de hoy pone en nuestros labios la súplica del salmo 26: «Busco tu rostro, Señor; no me ocultes tu rostro».
Esta oración ha sido escuchada: en el rostro transfigurado de Cristo, el Padre nos ha manifestado su amor, indicándonos la meta no solo del camino cuaresmal sino también de toda la vida cristiana: «Este es mi Hijo amado… Escuchadle» (Mt 17, 5).
Escuchemos, por tanto, la voz divina que nos llama a seguir a Cristo, a convertirnos cada vez más en sus discípulos, a hacer de toda nuestra existencia un camino de fe, de conversión y de vida nueva. Escuchémosle, para ser definitivamente transfigurados en él cuando él venga en la gloria y nos sea dado contemplar sin velos el rostro de Dios. Amén».
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LA PALABRA DEL PAPA.– «Jesús, al dar a Simón (…) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968 fr it). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964 it). «Junto a la infalibilidad de las definiciones «ex cáthedra», existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que así iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993 sp it). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la «piedra» en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005 ge sp fr en it lt po).
LOS ENLACES A LA NUEVA VULGATA.– «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (…) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus 25-4-1979 ge sp fr en lt po). «La palabra sagrada debe presentarse lo más posible tal como es, incluso en lo que tiene de extraño y con los interrogantes que comporta» (Benedicto XVI, Carta al presidente de la C.E. Alemana sobre un cambio en las palabras de la Consagración 14-4-2012 ge sp fr en it pl po).