ECCLESIA visita el centro pediátrico del Vaticano y conversa con su presidente, Tiziano Onesti. «Aquí no dejamos a nadie atrás», afirma
Una de las instituciones vaticanas más reconocidas en todo el mundo es el hospital pediátrico Bambino Gesù. Lo es por muchas razones que abarcan desde lo científico hasta aquello que nos hace humanos: la capacidad de sostenernos y acompañarnos en los momentos más delicados.
«Aquí no dejamos a nadie atrás. Estamos abiertos los 365 días al año. Nadie paga nada y no hacemos nada con ánimo de lucro», asegura su presidente, Tiziano Onesti. ECCLESIA conversa con él en su despacho situado en la sede histórica del hospital, la de la colina del Janículo. Aquella que hace 100 años los nobles Salviati donaron a Pío XI.
En ese despacho donde nos recibe, Onesti conserva fotografías personales, como la de su pueblo natal o la que inmortaliza su encuentro con el papa Francisco. Hay un elemento particular entre esos recuerdos: una figurita de Superman que le regaló uno de los pequeños que estuvo en el hospital. Ese Superman bien podría simbolizar «los superpoderes» de aquellos que conforman el equipo del centro, pues hay que ser muy valiente para mirar de frente a la enfermedad en los ojos de los niños.
Por ellos se desviven y para ellos están preparando un año más una Navidad que les haga sentir como en casa. «Intentamos ante todo crear un ambiente lo más familiar y normal que podemos, cuidando aspectos como los espacios para jugar, la decoración y todo lo relacionado con la Navidad», explica el presidente. A este clima hogareño contribuyen muchas asociaciones e instituciones que visitan a los niños ingresados, portando regalos y dulces. Lo hacen desde la máxima autoridad del Estado italiano, pasando por la Policía, los Carabinieri y las Fuerzas Armadas, hasta voluntarios y personal religioso. Evidentemente, la decoración propia de las fechas contribuye y no falta en ninguno de los rincones del hospital donde vaya a haber un niño.
El hospital infantil del Papa se compone de seis sedes con 630 camas: la mencionada del Janículo, San Paolo, donde unos 1.300 profesionales se dedican a la investigación; Baldelli; Palidoro; Santa Marinella; y Passoscuro, el centro de cuidados paliativos. En todas, los profesionales desean que los niños y sus familias sientan que no están solos, es más, que forman parte de una auténtica comunidad.
Se cuida de las familias
Porque, aunque no estén enfermos, en el hospital pediátrico del Papa también se cuida de los padres y de las familias. «El Bambino Gesù no es solo lo que vemos aquí. Es todo un sistema de acogida para las familias. El hijo o la hija necesitarán un tratamiento, pero las familias también reciben unos cuidados en forma de cercanía, de acogida y de acompañamiento en todos los sentidos. En Navidad, intentamos que, sean de la religión que sean —porque acogemos pacientes de todas las religiones—, puedan pasar un tiempo lo más agradable posible», indica Onesti.
Ese sistema de acogida también se compone de hogares en comunidad, donde las familias pueden vivir mientras dura la hospitalización. Porque algunas vienen de fuera y una estancia en Roma puede resultar imposible de afrontar económicamente. Muchas instituciones aportan en esta red, porque ya es bastante duro para un niño estar hospitalizado y romper con la vida que conocía como para, además, estar separado de sus seres queridos. El año pasado unas 2.800 familias pudieron disponer de estas casas. Algunas necesitan estos segundos hogares durante mucho tiempo, porque los tratamientos pueden ser prolongados o las cirugías requerir de largos pre y posoperatorios. Por ejemplo, desde hace unos dos años, en uno de estos hogares vive una familia cuyas hijas siamesas están en preparación para someterse a una complicada operación.
«Esta es una actividad humanitaria, filantrópica, que ofrecemos en el espíritu católico de la misión del Papa y de la Iglesia. En este espíritu, no se pide absolutamente ninguna aportación económica a las familias», abunda el presidente de la institución. Quizá todo se pueda resumir en una frase que aquel pequeño que le regaló el Superman dice cada vez que ve a Onesti: «Cuando vengo al Bambino Gesù me siento como en casa».
«Estas son el tipo de cosas que te dan energía. Hay muchas cosas difíciles de nuestro día a día. Muchas. Pero estar en contacto con las familias, compartir su sufrimiento, su dolor y su día a día te hace reaccionar con más fuerza. Es resiliencia», confiesa Onesti.
Los paliativos
Esa resiliencia de los facultativos se pone a prueba, sobre todo, en un lugar: la unidad de cuidados paliativos infantiles, que se encuentra en la sede de Passoscuro. Cuenta con 20 camas que el año que viene se convertirán en 30. En realidad, son una suerte de apartamentos individuales donde los pequeños pacientes pueden vivir con sus padres y alguno de los hermanos.
«Allí es donde se comprende el alcance de esta», afirma Onesti. Insiste en que, aunque los niños ingresados son pacientes que ya no se pueden curar, sí se pueden cuidar. El personal se vuelca en ofrecer el mejor de los tratamientos médicos, pero también la mejor compañía. «He podido ver una sonrisa en el rostro de madres que saben que a sus hijos no les queda mucho tiempo», cuenta.
En la audiencia que mantuvieron los profesionales del hospital con el Papa en marzo, Francisco les dijo que «es un gran consuelo» saber que tantas familias están «acompañadas por vuestra amabilidad y cercanía». También elogió la ternura con la que trabajan cada día «en condiciones difíciles». Estas palabras se materializan especialmente en Passoscuro, donde los profesionales del hospital demuestran una predisposición única en un contexto que lo requiere, porque es el del máximo sufrimiento. «Intentamos curar el alma estando junto a los padres y ayudándoles a afrontar cuestiones difíciles, como si continuar o no con un determinado tratamiento, porque puede suponer un encarnizamiento terapéutico», cuenta Onesti. «Lo importante es no dejarlos solos, porque sufrir en soledad es más duro», remarca.
El hospital cuenta con un comité de expertos en bioética para este tipo de casos. Está conformado por un equipo de médicos y especialistas cuya experiencia ha trasladado recientemente el presidente del Bambino Gesù a facultativos en una gira por Corea del Sur y Japón. Además de técnica, investigación y conocimientos, el hospital infantil del Papa «exporta» saber hacer en ámbitos como el final de la vida.
El Bambino Gesù se hace llamar «el hospital de los hijos del mundo» porque a lo largo de estos años pequeños de todo el mundo han sido tratados en sus instalaciones. ¿Cómo llega un caso difícil desde otro continente? Gracias a los miembros de la Iglesia repartida por todo el mundo. La petición puede partir de una misionera que sabe de un pequeño con una patología de muy difícil tratamiento; o puede ser incluso un nuncio el que traslada el caso hasta Roma. «Muchas veces me escribe el Santo Padre para que nos fijemos en un determinado caso y aquí nos ocupamos enseguida de él. Se pone en marcha un mecanismo muy rápido y eficiente», dice Onesti. El presidente recuerda el caso de un adolescente francés que fue tratado en el Bambino Gesù por petición de Brigitte Macron. Los médicos franceses aseguraron a la esposa del presidente francés que la última esperanza para ese niño era llevarlo a Roma.
Niños de Ucrania y Gaza
En muchas ocasiones, las visitas oficiales y de Estado al Pontífice de los distintos mandatarios y personalidades del mundo terminan en este hospital. Pocos días después de esta entrevista, el Bambino Gesù recibió a la primera dama ucraniana, Olena Zelenska, acompañada por las consortes de los presidentes de Lituania, Armenia y Serbia.
El hospital ha tratado a unos 2.500 niños ucranianos heridos de guerra o necesitados de un tratamiento que no podían recibir en Ucrania. Francisco acudió a conocerlos. Algunos de ellos eran grandes amputados. En los últimos tiempos, el Bambino Gesù también ha recibido a pequeños de Gaza. El Gobierno italiano solicitó a varios hospitales del país que acogieran y curasen a estos inocentes. Tiziano Onesti se acuerda de uno de estos niños, de unos doce o trece años, que ni siquiera era capaz de hablar por el trauma psicológico de lo vivido. Algunos de los facultativos más preparados del centro del Papa se desplazaron incluso hasta Oriente Medio para participar en una misión médica en favor de los niños palestinos.
«Vidas que salvan vidas», como aseguró Francisco, es la mejor descripción del Bambino Gesù.