La Institución Teresiana celebra el centenario de su aprobación pontificia, que provocó su expansión por el mundo. Josefa Segovia tramitó la solicitud para una asociación que ha destacado por la promoción de la mujer
El pasado 11 de enero se cumplieron cien años de la aprobación papal de la Institución Teresiana, una efeméride redonda que la asociación celebra en todo el mundo «unida en torno a un acto de agradecimiento puro como es la Eucaristía», afirma Gregoria Ruiz, directora general de la Institución, en conversación con ECCLESIA.
Fundada en 1911 por san Pedro Poveda, la Institución Teresiana recibiría un enorme impulso trece años después con el documento firmado por Pío XI, pistoletazo de salida a su expansión por todo el mundo. A día de hoy, la asociación está presente en 30 países de cuatro continentes —Europa, América, África y Asia— y cuenta con más de 3.000 miembros, además de colaboradores y antiguos alumnos con vinculación.
«El carisma de Poveda es de laicos comprometidos en la Iglesia y la sociedad para transformar el mundo a través de la educación, la cultura y un testimonio de vida. Aparte de ello, la Institución Teresiana tiene sus propias obras sociales, como las ONG o los más de 30 centros educativos y residencias de estudiantes para la formación de las personas», explica Ruiz, que es licenciada en Biología y doctora en Sociología. Como todos los miembros de su asociación, ella también está llamada a dar testimonio de fe y valores cristianos, especialmente, desde su puesto de trabajo.
«Nuestro trabajo —prosigue— es la misión a la que Dios nos envía. Lograr la transformación de ese pequeño entorno aportando los valores que tenemos, eso es evangelización para un seglar, no tanto predicar. Quizás sea difícil, pero testimoniar una vida que tiene sentido por el seguimiento de Jesús dice mucho en medio de la secularización en que estamos sumergidos. El trabajo para un cristiano es parte de su contribución a la obra de la creación de Dios, es aportar al bien común. El capitalismo no lo ve así, solo mira la productividad, y esto provoca que muchas veces la gente esté quemada. El trabajador necesita su espacio para retomar las riendas de su persona y poder buscar, así, el sentido de lo que está haciendo, porque cada persona necesita encontrar en su trabajo la autorrealización y la trascendencia. Todo tiene sentido, también el trabajo, y ahí hay un reto grande de testimoniar».
Ruiz, séptima directora de las teresianas, es la primera no nacida en España en sus más de 120 años de historia. Su proyecto, decidido en asamblea, mantiene su fundacional pilar de la educación mientras persigue las nuevas oportunidades de construir el Reino de Dios en nuestros días, como son la ecología o la inclusión.
La Institución Teresiana ha estado siempre gobernada por directoras y todas sus academias han tenido al frente a mujeres, jugando un papel muy importante en la promoción de la mujer en la Iglesia y en el mundo, así como en su acceso a la educación superior y a puestos de responsabilidad. Por aquel 1924 en que Josefa Segovia fue la encargada de tramitar, en su condición de directora general, la solicitud ante la Santa Sede, todos los miembros de la asociación eran todavía mujeres, que encarnaban un modo de vivir y trabajar en el mundo, pero con compromisos y dedicación personal, formación cuidada y vida de fe profunda. El Concilio Vaticano II, décadas después, reconocería este camino abierto a los laicos, subrayando el papel evangelizador de los fieles como Iglesia en medio del mundo.