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Instrumento de su misericordia

Queridos hermanos:

Las primeras palabras de Jesús en el evangelio de San Marcos son “Convertíos y creed en el evangelio”, las mismas que nos dijeron cuando nos impusieron la ceniza al iniciar la cuaresma. Así de sencilla y directa era la predicación de Jesús, pero quien la escuchaba no quedaba indiferente, sentía la fuerza que desprendían sus palabras, porque hablaba con autoridad y no como los escribas. Cuando Jesús decía a sus discípulos: “Sígueme”, ellos al instante lo dejaban todo y se iban detrás de él. Cuando a un leproso o a un enfermo, le tocaba diciendo: «Quiero, queda limpio», enseguida sanaba. Cuando a un demonio le conminaba: “Sal de él”, dejaba al endemoniado. Y si a un pecador le decía: “Tus pecados quedan perdonados”, quedaba limpio. De la misma manera cuando dice: “Conviértete” a cada uno de nosotros, sus palabras se realizan y se produce el milagro de nuestra conversión. El miércoles de ceniza también a nosotros nos convirtió el Señor, nos hizo el don de la conversión.

El evangelio de la conversión es el “primer anuncio”. Los apóstoles también predicaban así a los judíos después de Pentecostés: “Arrepentíos y convertíos”. Y san Pablo se lo decía a los primeros cristianos: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios: al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él” (2 Cor 5,20s). El mensaje central del evangelio es el amor misericordioso de Dios que nos invita permanentemente a la alegría de la salvación. En el cielo experimentaremos la felicidad plena del amor divino cumplido; aquí en la tierra sentimos ese mismo amor de Dios anticipadamente en su perdón infinito a pesar de nuestro pecado, en su fidelidad inquebrantable a pesar de nuestras rebeldías. Quien experimenta el amor misericordioso de Dios conoce ya en este mundo esa otra alegría que salta para la vida eterna. Y nosotros podemos contagiar la alegría que hay en el cielo por un solo pecador que se convierte si perdonamos de corazón al que nos ofende, si ponemos paz donde haya guerra, justicia donde haya abuso.

Con estas palabras quisiera recordar el lema de mi servicio como Obispo, “Ministerium reconciliationis”, en esta semana en que cumplo ya dos años en la diócesis de Coria-Cáceres. En él resuena la primera predicación de Jesús y de los apóstoles. Y quiero aprovechar la ocasión para dar las gracias al Señor por su confianza, inmerecida por mi parte, y porque me hace sentir su llamada amorosa cada día. Este aniversario es una ocasión privilegiada para renovar la gracia recibida el día de mi ordenación y del “sí” hasta el final por mi parte. Así mismo, para agradecer a todos los que he encontrado en estos dos años por su inmejorable acogida, y pedir perdón por mis errores y limitaciones. En mi trato con los sacerdotes, religiosos y laicos voy descubriendo cuál es mi lugar y aprendiendo a servir. Somos una Iglesia sinodal: tenemos un presbiterio maduro y responsable; los religiosos enriquecen nuestra diócesis generosamente con sus carismas; y no he visto ninguna parroquia en la que falten personas comprometidas con la misión evangelizadora de la Iglesia.

No me cansaré de dar gracias a Dios por todo y por todos: “Me ha tocado un lote hermoso; me encanta mi heredad. Bendeciré al Señor” que me aconseja (Sal 15). Pido al Señor cada día que pueda pasar haciendo el bien y curando heridas, como su Hijo nuestro Señor Jesucristo; y que me dé un corazón humilde y sencillo, limpio y generoso para que en todo se haga su voluntad. Por favor, recen por mí para que el Señor me haga un instrumento de su misericordia.

Con mi bendición

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