El documento guiará los trabajos de los participantes en la asamblea del octubre para dar respuesta a la pregunta de cómo ser una Iglesia sinodal y misionera
El Instrumentum laboris para la Segunda Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos ya es una realidad. Son 31 páginas divididas en «Introducción», «Fundamentos», «Parte I-Relaciones», «Parte 2-Itinerarios», «Parte 3-Lugares» y «Conclusión».
Un texto que servirá para responder a la pregunta de cómo ser una Iglesia sinodal misionera, cómo empeñarse en una escucha y en un diálogo profundos, cómo ser corresponsables a la luz de la vocación bautismal, cómo transformar las estructuras y los procesos o cómo ejercitar el poder y la autoridad como servicio. «Cada una de estas preguntas es un servicio a la Iglesia y, a través de su acción, a la posibilidad de curar las heridas más profundas de nuestro tiempo», concluye el documento.
Con las aportaciones de conferencias episcopales, Iglesias orientales, dicasterios, vida consagrada, etc., el documento de trabajo recoge los fundamentos de la sinodalidad y subraya algunos acentos. De hecho, lo primero que hace es reconocer que el proceso ha servido para desarrollar la conciencia de lo que significa ser Pueblo de Dios, así como para comprender mejor los términos sinodalidad y sinodal.
«La sinodalidad no comporta la devaluación de la autoridad particular y de la tarea específica que Cristo mismo confía a los pastores: los obispos con los presbíteros, sus colaboradores, y el Romano Pontífice como principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad tanto de los obispos como de la Iglesia. Por el contrario, ofrece el marco interpretativo para comprender el propio ministerio jerárquico», recoge
El documento no profundiza en las diez cuestiones que se abordarán en grupos de estudio hasta 2025 bajo la tutela de la Secretaría del Sínodo, por deseo expreso del papa Francisco. Se trata, entre otros temas, de la escucha del grito de los pobres, la misión en el entorno digital, la formación delos futuros sacerdotes o criterios teológicos para abordar cuestiones controvertidas.
El papel de la mujer
Sí dedica un importante espacio este texto, dentro de los «Fundamentos», al papel de la mujer y recoge «la necesidad de dar un reconocimiento más pleno a los carismas, la vocación y el papel de las mujeres en todos los ámbitos de la vida de la Iglesia».
Una participación que tiene su anclaje en el Bautismo y sus implicaciones: «Dios eligió a algunas mujeres como primeros testigos de la resurrección. En virtud del Bautismo, están en plena igualdad, reciben la misma efusión de dones del Espíritu y son llamadas al servicio de la misión de Cristo».
En este sentido, señala que el primer cambio que tiene que producirse es de mentalidad: una conversión hacia «una visión de relación, interdependencia y reciprocidad entre hombres y mujeres, que son hermanos y hermanas en Cristo».
Así, pone negro sobre blanco algunas peticiones: la promoción de espacios de diálogo en la Iglesia, una mayor participación de las mujeres en los procesos de discernimiento y toma de decisiones y el acceso a los cargos de responsabilidad. También un mayor reconocimiento a la vida y carismas de las consagradas, participación de las mujeres en los puestos de responsabilidad en los seminarios, institutos y facultades, y el aumento del número de mujeres jueces en los procesos canónicos.
«Muchas de estas demandas son válidas también para hombres laicos, cuya escasa participación en la vida de la Iglesia también se lamenta. En general, la reflexión sobre el papel de la mujer evidencia el deseo de un refuerzo de los ministerios ejercidos por los laicos», añade.
Ministerios laicales
Precisamente, esta es una de las cuestiones que aborda en la «Parte I» del documento: «Es útil seguir reflexionando sobre cómo confiar estos ministerios a los laicos de forma más estable. Esta reflexión va a acompañada de otra sobre la promoción de otra formas de ministerios laicales, incluso fuera del ámbito litúrgico».
En concreto, considera oportuno que se establezca «un ministerio de la escucha y del acompañamiento», que cumpla así una característica fundamental de la Iglesia sinodal: «Que escucha, acoge y acompaña, que es percibida como casa y familia».
Formación y discernimiento
El instumentum laboris recoge asimismo la importancia de la formación para convertirse en una Iglesia sinodal y misionera, formación que pasa, en primer lugar, por saber escuchar y por la convivencia con la pluralidad.
También se considera importante el discernimiento, en el que deben participar cada vez más personas, también aquellas que se encuentran en los márgenes de la comunidad cristiana y de la sociedad. Una tarea comunitaria y que tiene que pasar por la escucha de la Palabra de Dios. «El discernimiento comunitario no es una técnica organizativa, sino una práctica exigente que califica la vida y la misión de la Iglesia», agrega.
Estos procesos deben siempre incluir una vida de oración personal y comunitaria, con la participación en la Eucaristía, una preparación personal y comunitaria, una escucha respetuosa de cada uno, la búsqueda el consenso más amplio posible y la formulación del consenso por parte de quien dirige el proceso.
Toma de decisiones
Otro de los aspectos relevantes del texto tiene que ver con la articulación de la toma de decisiones, que debe tener una fase de instrucción y otra de decisión. Decisiones que en muchos casos deben llevarse a cabo tras hacer consultas. De hecho, recuerda que en la Iglesia el ejercicio de la autoridad «no consiste en la imposición de una voluntad arbitraria».
Aunque afirma que en una Iglesia sinodal la competencia del obispo, del colegio episcopal y del Romano Pontífice «es inalienable», esta no es incondicional. «El objetivo del discernimiento eclesial no es hacer que los obispos obedezcan al pueblo, subordinando los primeros al segundo, ni ofrecer a los obispos una vía para hacer aceptables decisiones ya tomadas, sino para conducir a una decisión compartida en obediencia al Espíritu Santo», subraya.
Y agrega: «Corresponde a las Iglesias locales implementar cada vez más todas las posibilidades de dar lugar a procesos de decisión auténticamente sinodales, apropiados a los diversos contextos. Es una tarea de gran importancia y urgencia y de ella depende el éxito de la fase de implementación del Sínodo».
Transparencia y rendición de cuentas
El documento también recoge que una Iglesia sinodal necesita practicar la transparencia y la rendición de cuentas, «indispensables para promover una confianza recíproca para caminar juntos y ejercitar la corresponsabilidad».
Aunque reconoce que tanto una como otra se han impuesto por la pérdida de credibilidad tras escándalos económicos o de abusos, destaca que si la Iglesia quiere ser acogedora, la transparencia y la rendición de cuentas «deben estar en el centro de su acción a todos los niveles y no solo a nivel de la autoridad». Pero afirma que la transparencia debe ser una característica del ejercicio de la autoridad en la Iglesia.
Sobre esta cuestión, hace propuestas concretas: el funcionamiento efectivo de los consejos de asuntos económicos, la implicación del Pueblo de Dios, sobre todo los miembros más competentes, en la planificación pastoral y económica y la rendición de cuentas económicas de forma anual. Del mismo modo, propone una rendición de cuentas sobre la misión, en concreto sobre protección de menores y participación de la mujer en la toma de decisiones y la evaluación periódica del desarrollo de los ministerios y encargos en el interior de la Iglesia.
Iglesias locales y conferencias episcopales
El documento de trabajo pone en valor los diversos tipos de consejos y entidades locales, fundamentales para la planificación, la organización, la ejecución y la evaluación de las actividades pastorales. Por eso, considera importante que se reflexione sobre ellos y el modo en que sus miembros son designados.
También ve significativo el rol de las conferencias episcopales y las Iglesias orientales. De hecho, sugiere que se reconozcan como sujetos eclesiales dotados de autoridad doctrinal, que se evalúe su funcionamiento, sus relaciones con los obispos y con la Santa Sedes y que se asegura que todas las diócesis estén dentro de una provincia eclesiástica y a una conferencia episcopal o estructura jerárquica oriental.
Finalmente, recuerda que el Obispo de Roma es el «garante de la sinodalidad» y compete a él llamar a toda la Iglesia a la acción sinodal, convocando, presidiendo y confirmando los resultados del Sínodo de los Obispos.