ECCLESIA entrevista a José Antonio García Quintana, nuevo director de Pastoral Penitenciaria de la CEE, en la semana de la XXIV Jornada del Área Social del departamento, que girará en torno a los nuevos perfiles de presos y a posibles intervenciones
La Conferencia Episcopal Española decidió poner al frente del Departamento de Pastoral Penitenciaria a José Antonio García Quintana —nacido en Venezuela en 1962 y criado en el concejo asturiano de Llanes— durante su reciente Asamblea Plenaria, toda vez que el mercedario Florencio Roselló ha sido nombrado arzobispo de Pamplona y obispo Tudela. Sacerdote jesuita con una fuerte inclinación hacia las necesidades sociales de los desfavorecidos, ejercía desde 2015 como delegado episcopal de Pastoral Penitenciaria en la archidiócesis de Oviedo. En el año 2020, García Quintana fue reconocido con la Medalla de Bronce al Mérito Social Penitenciario, que concede la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias. La propuesta de condecoración fue emitida desde la prisión asturiana donde se desempeñaba como capellán, y, entre los méritos argüidos por quienes han trabajado con él a diario, destacan su «labor asistencial y compromiso personal con los fines de la institución, su excelente disposición y eficaz gestión de coordinación de los voluntarios del Centro Penitenciario de Asturias». Este fin de semana se celebra en Madrid la XXIV Jornada del Área Social de Pastoral Penitenciaria, con un programa que girará en torno a la propuesta «Nuevos perfiles penitenciarios, posibles intervenciones».
¿Cuál ha sido la vocación que le ha traído hasta aquí?
Desde mi entrada en la Compañía de Jesús, en el noviciado y a lo largo de mi formación, siempre he tenido la inclinación hacia lo que podríamos denominar «el mundo social». Influyó en mi vida el ejemplo de muchos sacerdotes y hermanos jesuitas que vi trabajar y dedicarse a las personas más desfavorecidas en muchos ámbitos y realidades: menores, ancianos, enfermos de lepra, misioneros en favelas, encarcelados, inmigrantes, etc. En el año 2007 llegué a Asturias, compatibilizando el cuidado de mi padre enfermo y mi destino como párroco, profesor, tutor. Y fue en el año 2015 cuando mi arzobispo, don Jesús Sanz, y el que, por aquel entonces, era obispo auxiliar, don Juan Antonio Menéndez, me propusieron que me hiciera cargo de la delegación de Pastoral Penitenciaria y de la capellanía del Centro Penitenciario de Asturias.
¿Qué retos destacaría en esta nueva etapa que se abre para la Pastoral Penitenciaria?
He recibido una gran herencia y solo me queda cuidarla. Ese cuidado pasa por estar atentos a las nuevas necesidades que puedan surgir en torno a nuestra presencia entre las personas privadas de libertad. El Departamento de Pastoral Penitenciaria representa la gran labor que voluntarios y capellanes realizan en las 88 prisiones que hay en España. En este trabajo, el foco central son los internos e internas y sus familias. Además, contamos con unos 2.600 voluntarios y capellanes y hay un tercer elemento de acción, que son las relaciones con el ministerio del Interior, con Instituciones Penitenciarias.
¿Qué destacaría del trabajo de su predecesor, Florencio Roselló?
A la vista está. Tanto la labor, en su origen, de don Evaristo Martín Nieto, sacerdote, que con su inmensa labor creó los fundamentos de la Pastoral Penitenciaria en España, como del padre Sesma, primero, con su labor de sistematización y organización, como la de don Florencio, que nos ha acompañado estos últimos nueve años, ha sido impresionante. Resaltaría la forma de poner en práctica los principios generales de la Pastoral Penitenciaria, cómo aplicarlos a una labor concreta de potenciar los encuentros de capellanes y voluntarios, intentando cuidar nuestra formación y coordinación. También su presencia y buenas relaciones con otras delegaciones de la CEE y con Instituciones Penitenciarias. En definitiva, entre todos ellos han llevado adelante los que, entendemos, son los objetivos del Departamento de Pastoral Penitenciaria dentro de la Comisión de Pastoral Social y Promoción humana: promover, animar, orientar y coordinar.
¿En qué aspectos diría que su sensibilidad es diferente?
Creo que tenemos que hacer presente y dar a conocer toda la espiritualidad que está presente en la vida de los mercedarios y trinitarios. Es una enorme riqueza para la Iglesia y para todos nosotros. Ellos son los que tienen siglos de experiencia y han sido maestros en la atención a las personas privadas de libertad, adaptándose a las circunstancias históricas y sociales y buscando siempre responder a la realidad de esas personas encarceladas. Esa sensibilidad es algo que me llama la atención y es muy propio de nuestra espiritualidad ignaciana. Es un modo de ser Iglesia y de llevar el Evangelio y la Buena Noticia a todos los lugares y circunstancias, «En todo amar y servir», decimos los jesuitas. A eso nos invita también el proceso sinodal, una Iglesia siempre en búsqueda, abierta al mundo y cimentada en Jesús de Nazaret y la tradición de la Iglesia. La historia de la Iglesia así nos lo muestra a través de toda su historia, y especialmente de la Doctrina Social de la Iglesia.
¿Cómo podemos seguir mejorando como Iglesia en la acogida y acompañamiento a las personas privadas de libertad?
Ese es el auténtico reto. Tenemos que crear canales de comunicación entre las personas que están, podríamos decir, en primera línea: voluntarios y voluntarias, capellanes, los mismos internos e internas y sus familias, que son los que, a través de sus necesidades y demandas, nos llevan a movernos y estar continuamente mejorando en la atención a las personas.
¿Cuál es la aceptación de la Iglesia católica dentro de las cárceles?
Es una de las cosas que más me sorprendieron cuando comencé mi labor en el Centro Penitenciario de Asturias. La aceptación es muy buena. La Iglesia católica ha estado siempre presente y en la actualidad somos la única entidad con presencia en todos los centros penitenciarios de , movilizando a unos 2.600 voluntarios. Muchos de los capellanes, sobre todo en las prisiones que tienen en torno a 1.000 personas o más, tienen dedicación exclusiva. Eso es un enorme consuelo para los internos e internas que pueden verlos todos los días, hablar con ellos, atenderlos en sus necesidades y contactar con sus familias.
¿En qué se diferencia la labor penitenciaria de la Iglesia en comparación con otras confesiones?
Lo que yo observo en mi experiencia personal es que la presencia de otras confesiones se limita exclusivamente al ámbito religioso. Nuestra presencia como Iglesia, ya casi desde los años 80, cuando se llevó a cabo esa mayor organización y sistematización, se articula en tres ámbitos: pastoral, social y jurídico. La concepción cristiana de la evangelización intenta dar una respuesta global e integral a la persona humana en ese ámbito concreto de las cárceles.
¿De qué manera diría que España puede mejorar su sistema penitenciario y de posterior reinserción social de las personas?
Creo que España ha hecho un gran esfuerzo en los años 80 por que el sistema penitenciario pusiese su foco en la reinserción social. Así reza en el artículo 25.2: «Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social…». Por lo tanto, se tendrían que poner todos los medios para tratar a las personas como ciudadanos que deben volver a la sociedad y vivir en ella. Creo que el modo en que tratamos a nuestros ciudadanos penados y su reinserción social son un buen reflejo de cómo somos.
¿Es la pastoral penitenciaria una de las tareas más difíciles que nos encomendó Cristo?
No creo que haya unas tareas más fáciles o difíciles. Anunciar el Evangelio es una tarea apasionante allí donde la Iglesia te lo pida y, si hay entusiasmo, todo lo demás es secundario. Yo admiro a los sacerdotes del ámbito rural, a las catequistas que inician a los niños en la fe, a los profesores de instituto, colegios y universidades que están presentes en ambientes muy descristianizados, a los misioneros… Todos ellos tienen también una gran tarea.
¿Se puede ser voluntario de la Pastoral Penitenciaria por puro sentido del deber o cree que es muy difícil sin una vocación, una llamada interior?
Cualquier persona puede acceder a un voluntariado desde un compromiso ético, pero si, además, hay una vocación, una llamada y un compromiso cristiano, eso te da un plus. Es distinto: hay una visión transcendente que lo cambia todo y que ayuda mucho a los internos e internas a ponerse en contacto con Dios, a buscar en la fe un impulso para cambiar sus vidas, a levantarse y seguir andando. La visión de fe cristiana les da mucha paz, silencio y deseos de reconciliarse con Dios, con ellos mismos y con la sociedad.