Descubrió que Cristo es el liberador de la verdadera esclavitud, la del pecado. «Me voy dulcemente hacia la eternidad. Jesús es mi capitán y yo soy su ordenanza», reconocía en sus últimos años, marcados por la enfermedad
Bakhita sabe muy poco de sus primeros años, ha olvidado su primer nombre, la fecha de su cumpleaños (nació en 1869), el lugar de su nacimiento, cerca de Olgossa, en Sudán. Sí, tiene recuerdos, en cambio, de que vivió una infancia feliz junto a su numerosa y acomodada familia.
Esa realidad cambia abruptamente a los nueve años. Mientras una mañana juega en el campo, es capturada por dos negreros. Los años siguientes los pasa de mano en mano, siendo vendida y comprada, sufriendo palizas que la dejan meses en cama. Son años de infierno en los que Bakhita, sin haber conocido todavía a Dios, intuye su existencia. No deja de maravillarse cada día por la inmensidad de la creación.
Décadas después, cuando cuenta su historia en Italia, narra siempre: «Si no me he muerto, es por un milagro del Señor que me destinaba a cosas mejores». Nunca guarda rencor. Escribe Hervé Roullet en el libro La esclava indomable que «en su infancia, solo conoció amos que la despreciaban o la maltrataban; más tarde, supo que era conocida y amada, que era esperada». Y entonces los perdonó.
En una de las transacciones de las que es objeto, pasa a manos de un agente consular italiano, que la lleva a su país y la deja a cargo de un matrimonio amigo como niñera. Con 14 años, Bakhita se da cuenta de que se han acabado los azotes, castigos e insultos para siempre. Y no solo descansa al fin del infierno, sino que conoce el Amor. El gerente de la señora a la que sirve le regala su primera posesión, un crucifijo de plata, e intercede para que entre interna en el Instituto de los Catecúmenos de Venecia. De una de las monjas que conoce allí, sor Fabretti, hablaría después así: «No la puedo recordar sin echarme a llorar. Su ternura, el cuidado que tuvo de mí y el cariño del que me rodeó me conmueven aún hoy». Con ella, conoce más a Jesús, se reconoce en él, que también sufrió. «Las hermanas me hicieron conocer a este Dios que desde niña yo sentía en mi corazón sin saber quién era. Viendo el sol, la luna, las estrellas, me decía: ¿Quién es el dueño de estas hermosas cosas? Tenía un deseo grande de conocerle y agradecérselo».
A los 20 años, Bakhita cambia de nombre al recibir el Bautismo: Josefina. Ya sabe que quiere entregar su vida a Dios como religiosa de las Hijas de la Caridad. Esta congregación se caracteriza por la misión, pero Josefina no volvió a salir de Italia, su salud no se lo permitió. Entendió que su vida, que dedicó en gran parte a ser portera, la podía ofrecer por la conversión de los africanos, especialmente su familia.
Josefina había descubierto que Cristo es el liberador de la verdadera esclavitud, la del pecado. Como ha hecho toda su vida, sus últimos años, de gran sufrimiento por la enfermedad, son también de una entrega alegre a Dios: «Me voy dulcemente hacia la eternidad. Jesús es mi capitán y yo soy su ordenanza».