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La fiesta de la reversión de los santos niños Justo y Pastor

* Juan Miguel Prim Goicoechea es delegado episcopal de Evangelización de la cultura

La ciudad de Alcalá de Henares es rica en historia y en patrimonio. Heredera de la antigua Complutum hispano-romana, ha sido llamada con razón «la ciudad viajera». Comenzó su andadura en el Cerro de San Juan del Viso, bajó después al valle, asentándose entre los ríos Camarmilla y Henares, y después del martirio de los Santos Niños fue despoblándose para reubicarse junto al lugar donde actualmente se encuentra la catedral magistral.

El primer desplazamiento es comprensible. Las poblaciones íberas, una vez romanizadas, pudieron vivir tiempos de paz en el valle del Henares. Allí nació una ciudad nada desdeñable, cuyos restos siguen excavándose. Pero, ¿qué sucedió para que una ciudad floreciente, establecida en la vía que unía Caesaraugusta con Emérita Augusta, fuera desplazándose rápidamente hacia lo que entonces eran las afueras de Complutum? Sin duda, como han señalado arqueólogos e historiadores, que allí, en el llamado Campo Laudable, lugar del martirio de Justo y Pastor, los cristianos reconocieron una tierra bendita, regada por la sangre de estos hermanos de siete y nueve años. Nacía así la Alcalá cristiana, que primero se llamaría Burgo de Santiuste y luego, ya bajo la dominación árabe, Alcalá de Henares.

La fiesta de los santos niños Justo y Pastor, martirizados a comienzos del siglo IV bajo la persecución de Diocleciano, se celebra cada año el 6 de agosto. Pero la ciudad de Cervantes tiene otra fiesta relacionada con sus santos patronos: el 7 de marzo. ¿Por qué? Porque un 7 de marzo de 1568, a primeras horas de la mañana, entraban en la ciudad, por la Puerta de Mártires, los restos de Justo y Pastor —bueno, una parte de ellos— procedentes de la Iglesia de San Pedro el Viejo de Huesca.

Recordemos brevemente las peripecias de las reliquias de los Santos Niños. Enterrados en el Campo Laudable, tenemos dos preciosos testimonios casi coetáneos de su culto ya en el siglo IV. Por una parte, Paulino de Nola, senador galo casado con Therasia, noble hispana, cuyo hijo Celso murió con tan solo ocho días en Alcalá y fue sepultado junto a los pequeños mártires, como el padre relata en una carta consolatoria. Por otra, el poeta Prudencio, quien en su célebre himno sobre las coronas de los mártires menciona a los hermanos complutenses. Hay evidencias arqueológicas, además, en el subsuelo de la actual catedral, de un muro circular que formaría parte de una primitiva cella martyrum, es decir, una capilla martirial.

Poco después, a comienzos del siglo V, el obispo toledano Asturio dio nuevo impulso al culto de Justo y Pastor —se habla de una visión milagrosa por la que pudo recuperar sus cuerpos— y decidió permanecer en Complutum como primer obispo de una nueva sede, la actual diócesis de Alcalá de Henares. Pero en el siglo VIII un peregrino francés, Urbicio o Úrbez, recién liberado por sus amos musulmanes, visita el sepulcro de Justo y Pastor y decide trasladar las preciadas reliquias al norte, a su ciudad natal de Burdeos. ¿Fue un robo devocional o quiso salvar los restos de los Santos Niños de posibles profanaciones? No lo sabemos con exactitud. Lo que sí sabemos es que san Urbicio volvió a tierras de Aragón, vivió vida eremítica en el valle de Nocito y finalmente los cuerpos quedaron custodiados en la iglesia de San Pedro el Viejo de Huesca. Desde entonces, los alcalaínos quisieron recuperar los valiosos restos de sus patronos e hicieron de todo para lograrlo. Incluso enviaron unos bandidos para robarlos, sin éxito. 

El arzobispo Carrillo de Acuña, el cardenal Mendoza y el propio cardenal Cisneros lo intentaron. Finalmente, en época de Felipe II —gran amante de las reliquias— y con el apoyo del papa san Pío V, Alcalá de Henares pudo ver el regreso de parte de los sagrados cuerpos. El cronista del rey, el humanista Ambrosio de Morales, contó con todo lujo de detalles la reversión de las reliquias y las fiestas que en Alcalá se hicieron, hasta entonces nunca vistas. Es esto lo que cada año, el 7 de marzo, celebramos en Alcalá. La memoria agradecida no se ha olvidado, los colegios de la ciudad envían al Palacio Arzobispal a sus niños para revivir el martirio de Justo y Pastor, y la Catedral se llena de sus voces y de su alegría. ¡Justo y Pastor, rogad por nosotros!

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