Se trata de un compendio de estudios, algunos ya publicados aquí y allá, otros inéditos, pero todos con «un origen independiente»
César Izquierdo Urbina (La Rioja, 1953) abre el presente año con la publicación de La risa de Sara. Ensayos cristianos (BAC, 2024), compendio de estudios, algunos ya publicados aquí y allá, otros inéditos, pero todos con «un origen independiente», en palabras del propio autor. Encuentran, eso sí, un magnífico hilo conductor en el motivo de la risa de Sara (Gen 18), en el episodio en que Sara, a sus noventa años, recibe el anuncio de que va a concebir un hijo propio y al que responde con una explosiva y sonora carcajada.
Ello no solo vertebra el primero —y más extenso— de los capítulos del libro, sino que sirve de inspiración al resto de ensayos aquí incluidos, pues tal y como explica en la introducción, nos muestra que «la alegría y el buen humor son características que no pueden faltar a la fe en su plenitud: confesada, vivida, y fuente de esperanza» (pág. XIV). Hay, pues, una originalísima y muy estrecha relación entre la alegría, el buen humor, y la misma fe; y este es el espíritu que se ha querido llevar, con muy buen tino, al resto de situaciones abordadas en el libro.
Así, nos encontramos con nueve textos distribuidos en tres bloques que el autor da en titular como «Conocer», «Actuar» y «Esperar». En estos tres infinitivos está recogida toda la experiencia de fe humana: empieza por indagar en su carácter inapelable, definitivo, cuando esta misma fe es vivida en plenitud, en el ensayo «Creer es algo perfectamente serio. Fe y martirio» (págs. 47-68).
También se arrima el comentario a la doble dimensión que tiene la fe —como acto y como contenido— en el capítulo «Con el corazón se cree» (pág. 69). Los siguientes cuatro ensayos, encaminados a comentar la forma en que la experiencia de fe incide no ya en el conocimiento humano, sino en su misma acción cotidiana, tocan asuntos tan trascendentales como la libertad humana —¿es la voluntad de Dios una amenaza para mí? (pág. 95)—; la noción de pecado, íntimamente ligada a la de la propia dignidad humana, pues ocultando las culpas solo se consigue una apariencia de dignidad, mientras que reconociéndolas y recibiendo la penitencia se abre una rendija para acceder no ya a una dignidad aparente, sino real, muy superior a cualquier otra: la del hijo redimido de Dios (pág. 124).
Dedica también deslumbrantes páginas a cómo la experiencia de fe debe dejarse notar también en esfera pública a través de la política, bien porque de ella derive una defensa innegociable de toda la dignidad humana (págs. 125-142), bien porque el cristiano, cuando es auténtico, «no ve coartada su libertad en el ámbito social y político —ni en ninguna otra área de su vida— por la fe que confiesa y profesa» (pág. 143). En fin, y todo quedaría en un comentario más o menos analítico sobre la fe y las distintas formas de vivirla si no incluyera, a modo de cierre, un bloque dedicado a la esperanza. Porque no se comprende la fe en su totalidad si no se mira la forma en que se aterriza en la existencia humana.
Así, nos ofrece unos «Pensamientos en torno al COVID» y un texto sobre el enigma de la muerte en los que indaga no solo en el plan de Dios que sobrevuela cualquier situación de crisis, sino, mucho más importante, en su presencia consoladora y constante, cercana a todo inocente que sufre, lo que puede volver el sinsentido más doloroso y oscuro en una experiencia de la que brote, suave y lentamente, la esperanza. ¿Cómo, entonces, no reír ante este misterio; cómo no estallar como Sara en risas y alegría ante el anuncio de que, allí donde solo había muerte, soledad y decrepitud puede brotar vida, y además vida en abundancia?