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«Los ojos en ti, mirando y esperando» (Salmo 144, 15)

La esperanza es algo que se gana, que se construye y, a la vez, algo que puede perderse. Es un bien, una gracia, de la que hay que tener cuidado, mimarla, porque es la fuente de la vida. A lo largo de nuestra existencia vivimos y pasamos por diversas etapas, y cada una tiene su realidad concreta, implica sus anhelos y presenta sus dificultades. En todo momento, esperar es vivir y vivir es tener esperanza.

Vivir muchos años ha sido siempre visto como una bendición, y realmente lo es, pero lo es si podemos vivir la vejez con calidad de vida, siendo objeto de respeto y amor, sintiéndonos siempre útiles y valorados. Nuestra sociedad ha sido a menudo definida por su tendencia a descartar lo que no le gusta, lo que no responde a unos cánones de belleza, de plenitud y de perfección. Pero estos cánones no siempre se alcanzan y, entonces, muchas veces son motivo de frustración y desencanto, porque ponemos de antemano criterios como la utilidad inmediata y la productividad personal. Y es a menudo debido a esta actitud que la gente mayor es o se siente infravalorada, y tiende a preguntarse si su existencia es todavía útil para alguien.

Escribía san Juan Pablo II en su Carta a los ancianos , del año 1999: “Así como la infancia y la juventud son el período en el que el ser humano está en formación, vive proyectado hacia el futuro y, tomando conciencia de sus capacidades, hilvana proyectos para la edad adulta, también la vejez tiene sus ventajas porque, atenuando el ímpetu de las pasiones, crece en la sabiduría, da consejos más maduros. En cierto sentido, es la época privilegiada de aquella sabiduría que generalmente es fruto de la experiencia, porque el tiempo es un gran maestro” ( Carta a los ancianos , 5).

Vivir la vida como una riqueza en cada instante, en cada paso, en cada etapa… no es fácil. En la infancia y la adolescencia, la inquietud por llegar a la edad adulta nos angustia; en la madurez, quizás estamos frustrados por no haber alcanzado todos los objetivos que nos habíamos marcado; y finalmente, en la vejez, si bien hacemos un balance positivo de lo que ha sido nuestro paso por la tierra, la proximidad de la muerte o bien la merma de las capacidades o bien la sensación de soledad o de falta de reconocimiento nos rodean y hieren.

La vida es un regalo, en todas y cada una de sus etapas. Debemos vivirla siempre como tal, como un don que Dios nos ha regalado para que la vivamos en plenitud a cada instante, con la certeza de que Dios nos la ha dado como prueba de su amor.

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