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Luis Marín, subsecretario del Sínodo: «No puede ni va a cambiarse el depósito de la fe»

Han pasado casi dos años desde que el papa Francisco abriese el Sínodo sobre la sinodalidad, un proceso que ya ha pasado por dos etapas —diocesana y continental— y que ahora afronta la primera de las dos asambleas. Hablamos con el obispo Luis Marín de San Martín, agustino, subsecretario de la Secretaría General del Sínodo, uno de los motores del camino sinodal.

¿En qué consiste esta nueva fase del Sínodo?
Es una asamblea que expresa la colegialidad episcopal y que se inserta en el proceso sinodal de toda la Iglesia. No es un momento de llegada, sino una realidad más que se integra en este camino orientado a vivir y testimoniar la Iglesia de Cristo: coherente, que evangeliza, en comunión, en la que participamos todos.

¿Cuáles son las novedades con respecto a otras asambleas?
En primer lugar, la visión amplia de la sinodalidad. Lo importante es el proceso general, que apunta a la identidad de la Iglesia y a revitalizarla. Es un camino en el que ha participado todo el pueblo de Dios. Otra novedad es la participación de un 25 % de no obispos —sacerdotes, laicos, religiosos, diáconos…— con derecho a voto, de los cuales 54 son mujeres. La metodología es nueva: se trata de la conversación en el Espíritu, que no busca la confrontación o el debate, sino la escucha al Espíritu Santo, que habla en el pueblo de Dios. Es una novedad significativa que, antes de empezar los trabajos, hayamos tenido un retiro de tres días. Y, por último, es novedoso el lugar de celebración, el Aula Pablo VI.

¿Cómo se puede sumar el pueblo de Dios a este momento?
Está implicado en el proceso desde la etapa diocesana.  Ahora, durante los trabajos de la asamblea, lo puede hacer, sobre todo, con la oración. Es el mejor modo. El Papa ha insistido mucho en que se trata de un proceso es espiritual, no de un parlamento donde se confrontan ideologías. Es un ejercicio de escucha y discernimiento. Pero para poder escuchar, son necesarios el silencio y la oración. También pueden sumarse estando atentos a las informaciones serias y contrastadas, y siguiendo los trabajos.

¿Qué balance hace del camino recorrido hasta ahora?
Muy positivo. Destacan cuatro rasgos. El primero es la vitalidad: se ha podido constatar que la Iglesia está viva y tiene un enorme dinamismo; en el proceso están participando muchas personas de todos los continentes. Otro rasgo es la pluralidad: la imprescindible unidad no significa uniformismo. Hemos visto una Iglesia variada y plural y no hay que tener miedo a esto. Expresa una enorme riqueza, si se vive desde la unidad. El tercer rasgo es la renovación: la Iglesia está en continua reforma, porque no es una pieza de museo; es un organismo vivo (cuerpo de Cristo) que se desarrolla permaneciendo idéntico a sí mismo en su esencia. Por eso no debemos entender la reforma como una reestructuración administrativa, sino como identificación con la forma de la Iglesia que es Cristo. Y de ahí vendrán las consecuencias. Finalmente, la evangelización: se ha puesto de manifiesto la necesidad de un lograr un decidido impulso evangelizador, que deje atrás una Iglesia autorreferencial, cerrada en sí misma, y se abra al mundo para dar testimonio de Cristo.

¿Qué es lo más difícil de explicar sobre el Sínodo?
Que se trata de un proceso espiritual. No vamos a una reunión solo para encontrarnos e intercambiar opiniones, ni, prioritariamente, para modificar estructuras o ser más eficaces. Eso vendrá como consecuencia. Se trata de escuchar al Espíritu Santo y vivir una fuerte experiencia de Iglesia. También resulta difícil explicar y asumir que la fe exige valentía, abandonar seguridades, aceptar que no somos nosotros quienes controlamos o dirigimos, que debemos fiarnos y ponernos en camino, como Abraham, como los apóstoles.

¿Cuáles son las principales preocupaciones planteadas?
Hay una preocupación seria por la necesidad de abrirnos a la dimensión espiritual de la fe y a la experiencia de Cristo en un mundo muy materialista, ideologizado, con grandes problemas, sacudido por las guerras y las injusticias. Preocupan las dificultades que existen para vivir la comunión en la Iglesia y recuperar el amor como eje vertebrador. Un tercer aspecto se refiere a todo lo relacionado con la misión en el mundo de hoy: reto digital, nuevos lenguajes, formación, diálogo cultural. Y también interpelan fuertemente las cuestiones relacionadas con la corresponsabilidad y la participación en la Iglesia, sobre todo, el papel de la mujer y de los jóvenes.

Ha habido críticas y resistencias. ¿Cómo las ha afrontado?
Me ayuda la imagen de la Iglesia como familia de Dios. Para que exista como tal, la familia debe estar unida en el amor. Pero en ella también hay variedad, pues hay roles diferentes y personalidades y sensibilidades distintas. Las críticas, en la familia, buscan el bien común y procuran ayudar, no destruir. En la Iglesia las críticas deben entenderse como corrección fraterna. Me entristece mucho la agresividad, el insulto, la falta de amor. Esto es un contrasentido para un cristiano. Se corrige desde la fraternidad, porque el otro es mi hermano, no mi enemigo. En cuanto a las resistencias, creo que todos, yo el primero, debemos considerar si estamos siendo canal para la gracia de Dios o un muro.

¿Hay peligro de que la ideología entre en el Sínodo?
El peligro está ahí. El Evangelio no es una ideología y no debemos reducirlo a ella. Sería trivializar y enfangar algo inmensamente bello, extraordinariamente grande. Estamos viviendo un momento importante, un tiempo de Dios. Él llama a nuestro corazón y nos ofrece una oportunidad preciosa; pero somos nosotros quienes tenemos que responder y abrirnos a la gracia. Si nos bloqueamos en ideologías y egoísmos, podemos frustrar esta oportunidad de renovación y esperanza. Vivir el Evangelio significa encarnarlo y testimoniarlo en el tiempo actual, con todos sus retos. Como he dicho en otras ocasiones, el proceso sinodal se resume en «más Cristo y más Iglesia». No es otra cosa.

¿Qué podemos esperar de esta asamblea?
Una fuerte experiencia de Dios, un testimonio de fraternidad cristiana, en unidad y pluralidad, y un claro impulso evangelizador. Si somos humildes, disponibles y generosos, esta asamblea abrirá procesos de reflexión y renovación profunda. Será un paso más hacia una Iglesia más viva, más valiente, más fraterna, más implicada, más misericordiosa, más creativa, más de Cristo. Una Iglesia que, enraizada en el Evangelio, dé respuesta a las necesidades, preguntas e inquietudes de los hombres y mujeres de hoy. No se hace un Sínodo para quedarnos igual.

—¿Y después?
La sinodalidad no se acaba. Es una dimensión que hace referencia al ser de la Iglesia, al hacer y al estilo: la Iglesia es sinodal en su esencia. Por eso hablamos de Iglesia sinodal como también hablamos de Iglesia evangelizadora, samaritana, ecuménica, etc. Toda la Iglesia y todo lo que es Iglesia debe ser sinodal y manifestarse en el estilo, en la vida, en el apostolado, en las estructuras. Se trata de un proceso que se va desarrollando, creciendo, concretando.

Hay quien cree que se va a cambiar la doctrina.
Ni puede ni va a cambiarse el depósito de la fe. Esto debe quedar claro. No sembremos confusión al respecto. No se pueden cambiar las verdades de fe, que nos identifican como cristianos. Tenemos que diferenciar entre lo esencial y lo accesorio. Lo esencial no cambia, la manera de expresar estas verdades de fe, los desarrollos y el modo de vivirlas, pueden y deben cambiar, como ha ocurrido a lo largo de la historia. Decía Juan XXIII que no es el Evangelio el que cambia, sino que somos nosotros los que lo entendemos mejor.

¿Qué les diría a los que lo miran con temor?
Les digo que confíen y no tengan miedo. Es verdad que el Espíritu Santo nos sacude y saca de nuestras seguridades, pero la paz que deseamos no es la de una Iglesia tranquila y muerta. La fe brota de la experiencia, de la identificación con Cristo vivo, no de las ideas. Si nuestro testimonio no entusiasma ni cuestiona, si transmitimos indiferencia y hastío, agobio y negatividad, es porque no vivimos en Cristo. Donde está él hay entusiasmo siempre. El proceso sinodal es una apuesta de autenticidad y coherencia. Con palabras fuertes podemos decir que se orienta a la santidad, que brota de la experiencia del resucitado. Es un momento de la gracia, que ahuyenta todo temor. Benedicto XVI dijo, en su momento, que Cristo no quita nada y lo da todo. Francisco nos anima a reconocer a Cristo en la Iglesia, porque nadie se salva solo.

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