Es auxiliar del Exarcado Arzobispal de Donetsk, cuyo territorio está ocupado, en gran parte, por los rusos. «Hay niños que pierden la capacidad de leer y escribir por los bombardeos», afirma
El salesiano Maksym Ryabukha, obispo auxiliar del Exarcado Arzobispal de Donetsk, circunscripción de la Iglesia católica de rito bizantino en Ucrania, es obispo de la guerra. Ordenado el 22 de diciembre de 2022, su ministerio episcopal no conoce otro contexto que el bélico. Pero es que, además, es obispo del frente. En su territorio diocesano se producen los choques más fuertes, los bombardeos de la fuerza aérea rusa más intensos y, por consiguiente, el mayor número de pérdidas humanas, además de las territoriales. De las cuatro regiones que integran la diócesis, solo Dnipro se mantiene completamente libre de la invasión rusa. Donetsk y Zaporiyia están ocupadas a la mitad, mientras que Luhansk se encuentra controlada por los rusos en su totalidad, salvo una decena de localidades.
En su camino en coche desde Fátima, donde ha participado en un encuentro internacional salesiano, hasta Ucrania —antes de llegar hará una parada en el Vaticano—, pasó por Madrid para compartir su testimonio con un pequeño grupo de periodistas. También guardó un tiempo para conversar con ECCLESIA. Habla con decisión, con una entereza impropia de alguien que vive frente a frente con la guerra y sus calamidades. Dramas humanitarios por la falta de recursos, de servicios y educación, pero también por la soledad y los traumas de los más jóvenes.
Impresiona escucharlo en un perfecto italiano —se formó en Pinerolo, Turín-Valdocco y Nave (Italia)— afirmar que ante la guerra no puede hacer nada, que no puede detener el fuego ni cambiar la mentalidad de los que la hacen. Pero esta aparente impotencia no es tal, pues reconoce que sí hay algo que aportar: «Testimoniar el amor de Dios y su cercanía». «Ser obispo es ser padre de la realidad del pueblo», añade. Él lo hace viajando con frecuencia a las parroquias para encontrarse con la gente. «Es muy importante estar presente, porque la presencia es un signo, no solo de humanidad, sino también un signo espiritual de la cercanía de Dios en las dificultades. En esta situación, la gente se hace preguntas sobre el sentido de la vida. Y la Iglesia lo tiene, porque Cristo nos lo ha dado. Nos sentimos impotentes ante el drama de la guerra, pero estamos convencidos de ofrecer humanidad a cada nuevo día», explica.
La vida en juego
Esta presencia en medio del pueblo incluye, en ocasiones, poner la vida en juego, o en manos de Dios, mejor dicho. Literalmente. Aunque obispo, Maksym no deja de ser ese salesiano de periferias que viajaba con jóvenes de Kiev a zonas ocupadas en el este del país para repartir ropa o alimentos a otros jóvenes que se habían quedado sin nada. A bordo de una furgoneta convertida en oratorio móvil, al estilo de don Bosco, reccorría las calles preguntando: «Necesito vuestra ayuda. Tengo un montón de dulces que no puedo comer solo». Para él, la guerra no es nueva. Comenzó en 2014 en el Dombás, con el conflicto armado entre las fuerzas separatistas apoyadas por Moscú y el ejército ucraniano. Entonces, también viajaba para visitar a los militares por Navidad y Pascua.
Ahora, se traslada casi por sorpresa a las parroquias. Llama el día anterior y dice que va para allá: «Estar en medio y no tener miedo de ir a visitarlos es lo que da fuerza a la gente».
Recuerda, ya en plena guerra, la travesía para llegar a una pequeña localidad llamada Zvanivka, cerca de Bajmut, en la región de Donetsk. La conoció gracias a una familia oriunda de allí que iba al Oratorio Salesiano de Kiev. Es una población pequeña, pero de gran espiritualidad. De hecho, alberga un santuario mariano que atendían los padres basilianos. Con el frente a escasos kilómetros, el obispo sorteó todas las dificultades, incluida la insistencia de algunos sacerdotes para evitar que viajase y se pusiese en peligro, para llegar a esta población. Se llevó una fotografía de la casa de la familia que conoció en Kiev, donde seguía refugiada, y se la envió.
Han pasado casi dos años y todavía recuerda cuando se convirtió en obispo y esa sensación de sentirse como un san Nicolás: «Todo el mundo estaba de fiesta, a pesar del drama de la guerra. Y pensé que Dios es bueno, pues permite poder festejar, incluso en ambientes en el que no se atisba la alegría». E insiste, a modo de balance de este tiempo: «Siempre intenté llevar la palabra de consuelo de Dios, el sentido de la presencia de Dios en la realidad que vive la gente. El testimonio habla sin palabras».
Milagros en guerra
En medio de la guerra también hay milagros. Es testigo y transmisor, pues, durante la conversación, comparte la historia de un sacerdote. Este, tras ser detenido por los rusos durante la Misa y presionado para que se pasase a la Iglesia ortodoxa rusa —a lo que se negó—, fue abandonado en un campo de minas. Debía cruzarlo para alcanzar una zona controlada por Ucrania. Se encomendó a la Virgen, diciéndole que, si creía que aún podía ser útil a su pueblo, lo ayudara a sobrevivir. Prometió que propagaría el rezo del rosario. Así, caminaba y rezaba, sabiendo que en cualquier momento podría saltar por los aires. Pero no solo no pasó, sino que un hombre lo llamó y le indicó el camino seguro. «Esto fue en diciembre de 2022 y el sacerdote olvidó un poco la promesa que había hecho. En septiembre del 2023, lo llama el obispo y le dice: “En octubre, que es mes mariano, ve con la imagen de la Virgen de Fátima por todas las parroquias de la diócesis para rezar por la paz”. Y el sacerdote recordó que la Virgen lo había escuchado entre las minas y ahora lo ayudaba a mantener la promesa, porque, en realidad, hizo rezar el rosario a mucha gente».
Hay más milagros, pero también dramas. Por su vocación salesiana, tiene una especial preocupación por los jóvenes y los niños. El conflicto de 2014, la COVID-19 y ahora otra vez la guerra son un lastre. Por eso, la Iglesia intenta estar cerca de ellos y hace de las parroquias lugares de encuentro para paliar la soledad. También en escuelas, pues muchos no pueden estudiar, porque sus centros educativos son destruidos sistemáticamente, igual que las infraestructuras de comunicación que permitirían el estudio a distancia. El impacto es grande para los niños: «Casi todos tienen problemas con el habla y el lenguaje. Conozco a un niño de Mariúpol que, al escuchar las explosiones, perdió la capacidad para leer y escribir».
Ryabukha no rehúye los temas de actualidad. Denuncia las torturas que sufrieron los sacerdotes redentoristas detenidos por las tropas rusas en noviembre de 2022 y defiende la decisión del Gobierno ucraniano de no permitir la actividad de la Iglesia ortodoxa rusa en el país: «Está claro que el centro de la Iglesia ortodoxa rusa no está en Kiev, sino en Moscú. La ley no destierra a la Iglesia ortodoxa. Al contrario, defiende la Iglesia de la manipulación y de la militarización del exterior».
—¿Cómo respondería Don Bosco a esta situación?
—Creyendo en el plan de vida de Dios. Estamos donde debemos estar, donde Dios nos quiere y ninguno de nosotros somos inútiles. Debemos vivir nuestra vida. Cualquier drama puede cambiar a través del corazón humano. Nos volvemos más amables cuando conocemos a personas agradables. Cambiamos de pensamiento cuando escuchamos pensamientos diferentes, aprendemos a soñar cuando vemos a alguien soñando. Y para hacer esto, necesitamos personas cerca.
—¿Tiene miedo de que se convierta en una guerra olvidada?
—Temo que pueda convertirse en una guerra mundial. Si hoy el mundo deja de ayudar a Ucrania, los rusos tendrás más fuerza. Llegarán a las fronteras de Ucrania con Europa. Rusia no piensa solo en Ucrania, sino en los países del ciclo soviético. Esta guerra no es de un país contra otro, sino del mundo civilizado frente al mundo no civilizado. ¿Cómo terminará la guerra? ¿Solo con pactos de paz? Hasta que el mundo de pensamiento ruso cambie, la guerra siempre seguirá siendo un signo de interrogación.
—¿Y la esperanza?
—Por un lado, la diplomacia. Por otro, creo en un milagro de Dios, porque humanamente es muy difícil. Hay demasiadas personas que ganan dinero con la guerra, pero que no están en guerra. Para ellos, la vida humana es solo un número. Ese es el problema.
Antes de despedirse, insiste en trasladar un mensaje de agradecimiento a la sociedad española por estar cerca del pueblo ucraniano desde el inicio de la guerra, bien con ayuda humanitaria, bien con la acogida de refugiados. Y lanza un deseo a este periodista: «Espero que puedas devolverme la visita. La catedral de Donestk es única».