Magnus McFarlane-Barrow cambió su trabajo en una piscifactoría por la creación de una de las organizaciones benéficas más grandes del mundo. Proporciona una comida diaria a 2,4 millones de niños
El nombre de Mary’s Meals empezó a ser conocido en España en octubre del año pasado, cuando recibió el premio Princesa de Asturias de la Concordia. Un galardón, que como reconoce a ECCLESIA meses después su director ejecutivo y fundador, Magnus McFarlane-Barrow, fue «un regalo muy especial porque nos ayuda a ser reconocidos como organización y nos permite darnos a conocer a más gente».
A día de hoy es una de las grandes ONG a nivel mundial, con presencia en 18 países de tres continentes, da de comer diariamente a casi dos millones y medio de niños en todo el mundo. Pero pocos conocen el secreto de su éxito, que tiene mucho que ver con su nombre: las comidas de María. La Virgen María, en el origen de la historia de la organización, sigue siendo su razón de ser: hace cuarenta años cambió el corazón —y la vida— de un joven escocés llamado Magnus, y cambia la vida de millones de niños con fidelidad y el trabajo.
McFarlane-Barrow creció en un pequeño pueblo de Escocia, Dalmally, donde su familia regenta un hotel rural. En 1983, viajaron a Medjugorje, donde estuvieron acogidos durante una semana por una familia local. Ese viaje y esa familia les cambió la vida. Cuenta Magnus a ECCLESIA que «es difícil describir y poner palabras a cómo Dios nos bendijo; en esa semana renovamos nuestra fe y nuestro deseo de vivirla en plenitud, de poner a Dios en el centro de nuestra vida». El impacto debió ser tal, que movidos por la envidia, vecinos y familiares decidieron peregrinar también. Así es como el pequeño hotel de la familia McFarlane-Barrow se convirtió en una casa de oración.
Una tarde lluviosa de noviembre, nueve años después, con una afluencia muy creciente en la casa de oración, Magnus y su hermano vieron en la televisión del pub donde solían pasar la tarde con una pinta en la mano, un reportaje sobre los refugiados de la guerra de los Balcanes. El paisaje les resultaba familiar, estos refugiados estaban a pocos kilómetros de Medjugorje. Los dos hermanos se miraron, habían experimentado la acogida por parte de las gentes de ese lugar, que ahora estaba sufriendo tanto. Pidieron una semana de permiso en el trabajo —en una piscifactoría—, llenaron un camión de donaciones que recaudaron y marcharon para allá. Durante toda la semana, y ante la noticia de su partida, la casa de oración empezó a llenarse de comida y ropa para mandar a los Balcanes. Ante ese espectáculo, Magnus tomó una decisión: «Dejé mi trabajo, vendí mi casa. No fue un gran sacrificio, quería dedicarme a hacer esto. Y desde entonces no he parado».
Comer e ir al colegio
Desde entonces no ha parado de trabajar ni de crecer, siempre fiel a las necesidades que se iba encontrando, siempre fiel a María. De los Balcanes pasaron a atender otras guerras y otras catástrofes naturales. En 2002, hacían frente a la hambruna en Malawi, acogidos en una parroquia. En una visita junto con el párroco a los enfermos de la zona, Magnus se encontró con una escena que no ha podido olvidar. «Me llevó a una casa en la que una madre viuda, con seis hijos, se estaba muriendo. El hijo mayor era Edward, tenía catorce años. Yo le pregunté: “Edward, ¿qué quieres hacer en la vida, cuál es tu ambición?”. Y él respondió que le gustaría tener comida suficiente para poder ir al colegio algún día. Esa era su máxima ambición».
Esas palabras son el origen de lo que hoy en día es Mary’s Meals: «Me hicieron pensar en el hecho de que millones de niños como Edward no pueden ir al colegio porque pasan hambre y tienen que dedicarse a trabajar». Ahí estaba la clave, proporcionar una comida al día para un niño, que, en realidad, «no es solo proporcionar el alimento en sí, sino que es la posibilidad de que vayan al colegio». En esa misma época, un amigo que también había sido testigo del sufrimiento en Malawi le comentó que si alguien asumía la misión de preparar comidas escolares para los niños que pasan hambre, y se lo encomendaba a la Virgen, sería posible.
En nuestra sociedad occidental es difícil entender por qué esa ambición de los niños por ir a la escuela, pero ellos entienden perfectamente que ir al colegio es la única posibilidad que tienen de escapar de la pobreza. «Tienen un deseo muy profundo de recibir esa educación. A mí, a veces, me da vergüenza, cuando pienso en que yo no me tomaba en serio el colegio, ni era consciente del regalo que es la educación, porque muchos niños harían cualquier cosa para ir al colegio». Años después, la experiencia de Mary’s Meals ha demostrado que esa primera intuición era cierta. Una comida al día cambia la vida de un niño, porque «deja de estar ansioso todo el rato pensando que tiene hambre y no va a comer nada ese día. Pasar hambre genera ansiedad, la diferencia cuando no tienen esta preocupación es enorme». Han comprobado que en las escuelas donde dan este servicio los niños son más felices, juegan más y estudian mejor.
Trabajo contrarreloj en Etiopía
En estos 30 años, Magnus ha viajado por todo el mundo y ha visto muchas cosas horribles, pero las imágenes de su último viaje a Etiopía se quedarán en su retina para siempre. «Lo describiría como lo peor que he visto en todos estos años. Es una situación realmente terrible, la gente se está muriendo de hambre. He visitado hospitales, he hablado con mucha gente profesional, que lleva sus propios negocios y que ahora están suplicando por algo que comer». En la región de Tigray, donde estuvo Magnus, el 91 % de la población está expuesta al riesgo de inanición y muerte si no recibe inmediatamente ayuda humanitaria. Allí, menos de la mitad de los niños van al colegio; en los últimos meses, cientos de miles lo han tenido que dejar por hambre. La situación, confiesa el director de Mary’s Meals, va a tener consecuencias peores que las de las hambrunas de los años ochenta.
En este caso, la hambruna es consecuencia de una guerra civil en el norte del país, que ha durado dos años. Un conflicto que ha producido dos millones de desplazamientos y ha dejado inservibles las infraestructuras esenciales y los servicios sanitarios. 600.000 personas han muerto durante el enfrentamiento. Además, la falta de lluvias, en una región que ya es árida de por sí, no ha hecho sino agravar la sequía, donde el 83 % de la población se dedica a la agricultura de subsistencia. Desde la organización, han lanzado una alerta: «Hemos escuchado a niños que nos cuentan que ya no sienten el dolor del hambre, no porque hayan comido, sino porque ya no tienen energía para sentir dolor».
Sobre el terreno, Mary’s Meals está intentando llegar cada vez a más colegios en un trabajo conjunto con las Hijas de la Caridad. Están presentes en 36 escuelas, donde alimentan diariamente a todos los alumnos. Algunas, tras la guerra y la pandemia, no son lugar de educación, sino de refugio. La presencia de la organización hace aumentar exponencialmente el número de matriculados. Es la manera de que, al menos, los niños no pasen tanta hambre, piensan los padres hambrientos.
Cocinar millones de platos al día
El trabajo de Mary’s Meals es posible gracias a una red de voluntarios con una logística muy estudiada. Con ingredientes locales, siempre que sea posible, y atendiendo a la cultura del lugar. A menudo, son las propias comunidades locales las que gestionan los menús. Las madres y abuelas de los niños se forman como cocineras voluntarias. La organización proporciona los ingredientes gracias a los acuerdos con los proveedores, pero es la comunidad —con la ayuda de los voluntarios— quien organiza el reparto. Son los vecinos quienes salen temprano cada día de sus casas para preparar, cocinar y servir las comidas a los niños. El hecho de comprar los alimentos a proveedores de proximidad estimula también la agricultura de la zona. En Kenia, una pequeña cooperativa que empezó a suministrar comida a cuatro colegios cuenta ahora con 60 empleados.
Pero no es imprescindible estar sobre el terreno para ayudar. El coste de proporcionar a un niño una comida al día durante todo un curso escolar es de 22 euros. Dinero que sale íntegramente de donaciones anónimas, particulares y de empresas o entidades que organizan eventos benéficos. Y, sorprendentemente, igual que Magnus ha sido fiel a las necesidades que se ha ido encontrando en todos estos años, los donantes también lo son. Panji Chipson Kajani, director de la organización en Zambia, es testigo de este compromiso. En octubre, viajó a Oviedo a recoger el premio Princesa de Asturias. Entonces, afirmó que «se trata de un viaje que empieza con un paso, pero puede acabar con miles de kilómetros». «Así que lo que deseamos es compartir esta historia. Es la historia de la alegría, la historia de la alegría que llega con la alimentación escolar. Alimentación más educación es igual a esperanza, y cuando compartimos esa historia, creamos discípulos como usted. Luego, usted, va y crea discípulos como nosotros, y al hacer eso continuamente, nos estamos revigorizando unos a otros para hacer frente al problema del cansancio».
Cuando Magnus vuelve a casa de cada viaje, lo hace al mismo cobertizo que en su día se llenó de donaciones para Bosnia. Ahora acoge el despacho de McFarlane-Barrow y las oficinas centrales de toda la organización. «Se lo pedí a mi padre en 1992 para almacenar las donaciones y nunca se lo devolví. Es un lugar muy sencillo y pequeño, y eso me gusta mucho, porque en este trabajo es muy importante que permanezcamos sencillos». Además, tiene otra ventaja, está al lado de la casa de oración que fundaron sus padres hace 40 años en la que hay una comunidad rezando todos los días. Algo fundamental porque, para él, «este trabajo es el fruto de la oración».