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«No soy un cura frustrado, soy un diácono permanente con vocación al servicio»

La figura del diácono permanente es una realidad cada vez mayor en la Iglesia de España. Esta semana, estos ministros celebran su Encuentro Nacional en Ávila, organizado por la Conferencia Episcopal. Charlamos con dos diáconos con más de una década de experiencia que nos arrojan luz sobre esta figura todavía poco conocida

La figura del diácono permanente es una realidad cada vez más habitual en las parroquias de España, si bien tanto su naturaleza como atribuciones permanecen aún en el desconocimiento para una importante mayoría de fieles. Según las estadísticas de la Conferencia Episcopal, en 2020 nuestro país contaba con un total de 506 diáconos permanentes, de los que 489 eran diocesanos y 17 de carácter religioso. Las cifras se actualizarán próximamente junto con la Memoria de la Iglesia en España, y se espera que continúen la tendencia alcista de los últimos años, pues entre 2017 y 2020 aumentaron un 8,6 %. «En la archidiócesis de Madrid, que es a la que yo pertenezco, está creciendo bastante: ya hay dos o tres ordenaciones al año y eso es significativo», explica a ECCLESIA Pedro Jara, diácono permanente en la parroquia de la Resurrección del Señor de la capital y autor de El diácono, pobre y fiel en lo poco, donde desgrana el carisma propio de este ministerio. «Es el servicio a Dios y a todos los hombres, estar al servicio del Señor para lo que Él pida, por lo que en el diaconado juega un papel fundamental el discernimiento. Es una naturaleza servicial y de siervo configurada por el sacramento. Se trata de testificar en medio del mundo el carácter de Cristo siervo», detalla.

Para Andrés Borrego, diácono permanente en una parroquia de Jaén, la expansión es una realidad de futuro, pues «esta figura se encuentra implantada ya en un 70 % de las diócesis, que se benefician enormemente de una diversidad de misiones en torno a la parroquia, las necesidades de los sacerdotes y de las propias diócesis. Y, a partir de ahí, la ramificación de cada uno de los servicios es tremenda».

Pedro Jara es ingeniero de Telecomunicaciones y licenciado en Psicología; lleva ordenado 12 años. Su obispo le ha hecho dos encargos: servir en la parroquia de la Resurrección del Señor y en CEDIA, el servicio de Cáritas para personas sin hogar. Nacido en una familia cristiana de cuatro hermanos, Pedro se unió en su adolescencia al Camino Neocatecumenal. Al sufrir, como tantísimos otros, una crisis de fe en su juventud, empezó a colaborar con las Misioneras de la Caridad, en Madrid y en Calcuta. Pero fue en la India donde tuvo «una experiencia muy fuerte, al ver a Cristo en los pobres. Concretamente, al tener en mis brazos a una persona agonizante, me di cuenta de que quien era un moribundo era yo, que todo aquello en lo que había puesto mi vida me estaba matando», recuerda.

Posteriormente, ante la tumba de la madre Teresa, le pidió «que me revelara aquello que me estaba reservado, y me vino a la mente un mensaje: “No te reserves nada para ti”. Pronto empecé a escuchar y a interesarme por el diaconado, que hasta entonces no había tenido ningún papel en mi vida. Tras un año de discernimiento con mi esposa, decidimos dar el paso», agrega. «Para mí, es una forma de agradecer a Dios todo lo que me ha dado y que me sacara de aquella vida muerta», sentencia.

Andrés Borrego, también ingeniero de formación, lleva casi los mismos años ordenado que Pedro, once en su caso. Su historia comenzó en el seminario, cuando pensaba que su vocación era una llamada al sacerdocio. «Concretamente, yo quería ser misionero, quería estar entregado a la misión de Jesucristo en el lugar donde me mandaran, quería irme cuanto más lejos, mejor, y ser punta de lanza de la evangelización. Quería ser un poco, por así decirlo, el guerrillero de la Palabra. Pero con el tiempo me di cuenta de que había otra parte de mí que estaba tremendamente vinculada al afecto de una familia. Veía que el celibato, la entrega total y absoluta, iba a ser muy difícil de mantener. Fue un conflicto. Dejé el seminario, seguí con la carrera de Teología y Filosofía, y tiré adelante en las parroquias, con jóvenes, en los campamentos, donde conocí a mi mujer. Nuestros hijos nacieron en el seno de esta misma comunidad que es a la que estoy sirviendo ahora mismo, una parroquia pequeñita de barrio. Así, hasta que decidimos meternos por completo, dejamos todo y decidimos entregarnos a la misión pastoral. Mi mujer estaba totalmente de acuerdo, porque ella se sentía igual que yo. Hubo quien me dijo: “Oye, tú que siempre has sido un defensor de la figura del diácono permanente, propónselo a tu obispo, que en Jaén no hay ninguno”. Pronto llegó un obispo, Ramón del Hoyo, que inmediatamente entendió que los diáconos tenían que ser una posibilidad en la Iglesia de Jaén, porque tenemos muchas zonas rurales y además es sierra, y necesitaba gente que ayudara a los sacerdotes para poder seguir allí. Cuando dieron mi nombre, no tuve más remedio que decir sí, porque no era una llamada del obispo, sino una llamada del Señor. Y, bueno, como yo digo, un poco con el nerviosismo del primer amor, pero se me declaró y tuve que decir que sí», rememora.

El diaconado es uno de los grados del Orden Sacerdotal, que reciben tanto obispos, como sacerdotes y los propios diáconos. La formación se concreta en tres etapas: discernimiento, una etapa puramente formativa de tres años y pastoral. Las estadísticas diferencian entre diáconos permanentes diocesanos y de carácter religioso, pues los hombres que se preparan para el sacerdocio tienen que pasar obligatoriamente por esta etapa antes de su ordenación. Entre los diocesanos, el perfil mayoritario es el de hombres mayores de 35 años, con más de cinco años de matrimonio estable y que se han significado en su testimonio cristiano, tanto en la educación de sus hijos, como en su vida familiar y social. En opinión de Jara, «la figura del diácono es poco conocida debido a que suele haber una referencia mayoritaria de ella como paso de transición al sacerdocio, y no a su realidad de grado separado desde el inicio». 

Debido a la necesidad y amplitud del servicio a Dios y a los hombres, «todo puede caber en nuestras competencias, desde enfermos, pobres, dar testimonio a los alejados, rezar simplemente por los hermanos…», enumera Jara. En lo concreto, la acción pastoral de un diácono permanente responde a tres principios fundamentales: la caridad —importantísima su labor para Cáritas, delegados, pastoral de enfermos, marginados…—, la Palabra y la liturgia —exequias, Bautismo, bendición del Matrimonio—. Sin olvidar las responsabilidades de la administración, como el despacho parroquial, los centros de orientación familiar o las relaciones públicas. 

La realidad en provincias es diferente a la que se vive en Madrid, como asegura Andrés desde su parroquia de Jaén: «Damos catequesis y formamos catequistas, explicamos el Evangelio y hacemos celebraciones de la Palabra en ausencia de sacerdotes en las pedanías y aldeas, que es donde más trabajamos». En cuanto a la liturgia, «ayudamos en el altar, para que todo funcione alrededor de los temas de culto, para que todo esté preparado para las celebraciones, y también coordinamos a los lectores, acólitos, cantores, etcétera». Y, por último, el gran baluarte de la Iglesia con el diaconado, la caridad: «Somos las personas que tenemos que estar al servicio de Dios y de los hombres. Servidores de Dios y de los hombres, como dice el lema del encuentro nacional de diáconos permanentes», agrega Borrego.

Este año, el encuentro de diáconos permanentes que organiza la Comisión Episcopal para el Clero y Seminarios se celebrará en Ávila del 6 al 9 de diciembre. Está confirmada la intervención de monseñor Joan-Enric Vives, presidente de la citada comisión, y de monseñor Jesús Rico García, obispo de Ávila. En la primera ponencia, la coordinadora de la fase diocesana del sínodo y delegada para la catequesis, María Isabel López, detallará sobre su experiencia en el sínodo como laica y de su servicio en la diócesis de Ávila.

La jornada del jueves, por su parte, se basará en la vida de san Juan de la Cruz y santa Teresa del Niño Jesús. Además, se realizará una visita guiada al Museo de Santa Teresa y la jornada concluirá con una Eucaristía presidida por monseñor Francisco Cerro,  responsable del Departamento para el Diaconado Permanente. El viernes, se desarrollará un encuentro con MM. Carmelitas de la Encarnación, se expondrán diversos testimonios y se realizará una visita guiada al Museo de la Encarnación.

De vuelta a las responsabilidades de los diáconos, Borrego aclara que «no hay nada nuevo, es la labor propia del diácono desde su nacimiento, desde casi sus orígenes apostólicos. Lo que sí es nuevo es la reactivación que hace el Concilio Vaticano II de los diáconos casados, algo que en la Iglesia de Oriente nunca desapareció, pero que aquí, desde Trento, prácticamente se había eliminado». 

Vida familiar y servicio eclesial

¿Y cómo se afronta la conciliación entre la vida familiar y el servicio a la Iglesia? Ambos coinciden y lo tienen claro. Andrés Borrego recuerda al obispo que le ordenó y le dijo: «Mira, este sacramento no puede venir a suplantar al que ya tienes que servir en primera línea de fuego, que es el de tu matrimonio y tu familia. Si esto pone en riesgo la convivencia familiar, entonces tu vocación no está bien orientada». Pedro Jara también recuerda al presbítero que le ordenó, al que él mismo le dijo: «Espero que el Señor me ayude». Él le respondió: «Eso no te va a faltar». «Y lo veo cada día, ayudándome y dándome discernimiento para que la familia no salga perjudicada. Recuerdo a san Francisco de Sales, cuando habla de que Dios no pide una vocación que vaya contra otra vocación, y lo hace poniendo el ejemplo de las abejas, que liban la flor sin hacerle daño». 

«Habitualmente, nuestras mujeres y nuestros hijos son personas que están incorporadas también a la dinámica de la Iglesia», prosigue Borrego. «Entonces, muchas veces nuestras esposas son más activas que nosotros en la Iglesia. Todos colaboramos en que la familia sea ese nexo de unión entre el diaconado y la vida pastoral. La conciliación tiene que funcionar, porque, si no funciona la conciliación, tampoco lo va a hacer el diaconado», agrega. «No puede ser que nadie ponga en riesgo su vida matrimonial y familiar porque esté muy volcado en su vida pastoral. Como decía un obispo, yo no soy un cura frustrado, soy diácono con vocación al servicio, porque dentro del seno familiar vivo esa doble vertiente de la vocación ministerial y de la vocación también familiar», concluye Borrego. «El primer sacramento al que has sido llamado es al matrimonio. Hay una gracia santificante en el diaconado que refuerza el matrimonio y la familia», confirma Jara.

¿Y cuál dirían que es la labor menos conocida de los diáconos permanentes? «Todo puede caber en lo que hacemos, en el servicio, pero no hay una labor desconocida, lo desconocido es la figura del diácono en sí», responde Pedro Jara. Para Andrés Borrego, «hay una labor importantísima, que es la de exequias. Los diáconos nacieron para acompañar a los más necesitados, a la administración de las parroquias, a la economía de las parroquias o de las comunidades —lo que hemos hablado—, pero sobre todo para atender a las viudas, que se quedaban sin ningún respaldo, no era como ahora. Y los diáconos se encargaban de atender aquellas circunstancias y de acompañar el duelo, es una gran labor la que se hace en este sentido. Y la atención en los tanatorios, sobre todo en las grandes ciudades, haciendo esa terapia del primer acercamiento en el momento de la defunción, y estando cerca del momento de la despedida en el acto litúrgico, sobre todo de los tanatorios». 

¿Notan algún rechazo por parte de los fieles, por no ser ustedes sacerdotes? «Ninguno —responde Pedro—. Mi experiencia es muy positiva, de acogida y con un punto también de sorpresa. Cada uno tiene su misión, el sacerdote y el diácono, cada uno tiene su sitio. Los diáconos no estamos llamados a presidir, no tenemos el carisma de Cristo cabeza, sino el de Cristo siervo, el de estar al servicio de su comunidad. Nos complementamos muy bien. Si no lo hiciéramos, no estaríamos siendo fieles a la forma en que ambos servicios fueron inspirados por el Espíritu Santo».

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