Historiador de formación y cisterciense por devoción, ha sido abad de Poblet
Justo cuando empezaba a asentarse en su nueva responsabilidad como abad de Poblet, fray Octavi Vilà Mayo (1961) fue nombrado obispo de Gerona por el papa Francisco el pasado mes de febrero. Pareciera que el Espíritu Santo no da tregua a una vocación de las que no hace tanto se consideraban tardías —se decidió por la vida monástica a los 43 años— y que no tienen tiempo que perder ni acomodo que tolerar. Como su nueva diócesis, que acumulaba ya dos años sin pastor. Es licenciado en Geografía e Historia, diplomado en Biblioteconomía y Documentación y posgrado en Nuevas Tecnologías de la Información y en Gestión Cultural.
¿Se hace a la idea de verse como obispo?
Teniendo en cuenta que entré en Poblet con 43 años, cuesta un poco. Es cierto que procedía de una larga relación familiar con el monasterio, y que había sido secretario de la Hermandad de laicos, organizando retiros de Adviento, Pentecostés, acercando la Lectio Divina… Para mi sorpresa, al poco de ser ordenado sacerdote, me eligieron abad. Y, cuando estaba más tranquilo o podía decirse que le había cogido el tranquillo a ser abad, el papa Francisco me nombra para el cargo. He aceptado con la voluntad de seguir la llamada del Señor.
¿Qué tal le acoge Gerona?
Francamente bien. Desde el principio, me recibieron con mucha ilusión, algo que, sin duda, ayuda. Si tuviera que definirlo con una palabra, diría que ha sido un encuentro esperanzado, tras dos años sin obispo, lo cual ha generado y estaba generando problemas lógicos de funcionamiento. Había, por decirlo de una manera coloquial, ganas de obispo, tanto en sacerdotes como en asociaciones, movimientos y parroquias, etc.
Y a usted, ¿qué es lo que más le ha sorprendido encontrarse?
Como decía antes, ilusión: proyectos de laicos, nuevos movimientos, unos jóvenes muy dispuestos… Me encanta ver que, a pesar de las dificultades, de que Gerona sea una diócesis con fama de complicada, los fieles tienen muchas ganas de participar. Y luego, permítame que le cuente que me ha sorprendido sobremanera y muy gratamente la aportación de nuestra diócesis al Sínodo. Se trata, como he podido comprobar, de un trabajo enorme, riguroso y que profundiza en lo sustancial, por encima de temas recurrentes.
¿Cuál es su proyecto para la diócesis y qué puede aportar personalmente?
Desde mi carisma originario de monje cisterciense, intento profundizar en el clima de oración, buscando canales para acercar a la gente a la Lectio Divina. Después hay cuestiones de funcionamiento que pasan por reemprender los trabajos del consejo presbiteral y del consejo pastoral, paralizados tras dos años sin obispo, y conseguir que todos nos pongamos a trabajar juntos. Tenemos realidades distintas que hay que acompañar y acompasar. La clave es trabajar en comunión. Sin olvidarnos de elaborar y poner en marcha un plan de acción pastoral realista con los medios de que disponemos, en el que los sacerdotes se dediquen principalmente a aquellas tareas que solo ellos pueden desempeñar.
¿Qué papel juegan las personas migrantes en este territorio que sufre tanta despoblación?
Aportan una savia nueva. Aunque puede haber diferencias culturales, cuando hablamos de católicos, nos referimos a las personas que llegan de Hispanoamérica, y que tienen una fe vigorosa e intensa.