Francisco ha dedicado la Audiencia General de este miércoles a la avaricia, dentro del ciclo de catequesis sobre vicios y virtudes
La avaricia es esa forma de apego al dinero que impide la generosidad ha advertido el Santo Padre. Y no afecta solo a los ricos y poderosos, puesto que es una «enfermedad del corazón, no del bolsillo». En este sentido, el Pontífice ha advertido que es un vicio que afecta también a los monjes, que habiendo renunciado a grandes herencias, se apegan a pequeños objetos en la soledad de su celda, «un apego a las pequeñas cosas que quita la libertad».
Para escapar de la avaricia, propone el método radical que aplicaban los monjes: la meditación de la muerte. «Por mucho que una persona acumule en este mundo, de una cosa estamos absolutamente ciertos: que en el ataúd no entran». Lo que revela la insensatez del vicio y pone en evidencia que «no somos patrones del mundo, que esta tierra que amamos en realidad no es nuestra, que estamos en ella como forasteros y peregrinos».
No obstante, la razón más recóndita de la avaricia, dice Francisco, es «el intento de exorcizar el miedo a la muerte, buscar seguridades que en realidad se desmoronan». Como la parábola del hombre tonto, que había calculado todo su futuro menos una variable: la muerte.
Podemos ser señores de los bienes que poseemos. Pero normalmente sucede lo contrario, que al final son ellos los que nos poseen. En este punto, el Papa remite al Evangelio, que «no sostiene que las riquezas en sí mismas sean un pecado, pero sí una responsabilidad. Dios no es pobre, es el Señor de todo», como escribe san Pablo «se ha hecho pobre por vosotros, para que seáis ricos por medio de su pobreza».