Tras reunirse con la jerarquía de la Iglesia en el país, el Papa ha celebrado una Eucaristía en la que ha alertado sobre «los cocodrilos que quieren cambiarles su cultura e historia»
Después de reunirse con el obispo, sacerdotes, diáconos, personas consagradas, seminarista y catequistas de la Iglesia en Timor Oriental, Francisco ha seguido con la agenda prevista para su viaje a lo largo de Asia y Oceanía, celebrando una Eucaristía en la explanada de Tasitolu.
Durante la homilía, el Santo Padre ha partido de las palabras que el profeta Isaías dirige a los habitantes de Jerusalén —«Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado»— en la Primera Lectura para recordar que «una época de prosperidad» puede estar «lamentablemente caracterizada por una gran decadencia moral». En su interpretación de la Palabra, Francisco ha recalcado que «el bienestar ciega a los poderosos, los engaña haciéndoles creer que se pueden bastar a sí mismos, que no necesitan al Señor; y su presunción los lleva a ser egoístas injustos. Por eso, a pesar de que hay abundancia de bienes, los pobres están abandonados y sufren de hambre, la infidelidad a Dios se extiende y la práctica religiosa se reduce cada vez más a una mera formalidad».
En este contexto, ha proseguido, «Dios hace brillar su luz salvadora a través del don de un hijo». «En todas partes el nacimiento de un hijo es un momento luminoso, un momento de alegría y de fiesta, y a veces nos provoca también buenos deseos: de renovarnos en el bien, volver a la pureza y a la sencillez. Ante un recién nacido, incluso el corazón más duro se conmueve (…) Dios se hace niño y no es solo para asombrarnos y conmovernos, sino también para abrirnos al amor del Padre y dejarnos modelar por Él. Para que Él pueda sanar nuestras heridas, arreglar nuestras divergencias, poner en orden la existencia».
De este modo, el Papa ha querido destacar que, a nivel local, «esta realidad se revela hermosa en Timor Oriental, porque hay muchos niños, (…) un país joven en el que en cada rincón la vida se siente palpitar y bullir. Y la presencia de tanta juventud y de tantos niños es un regalo, es un don inmenso, renueva constantemente nuestra energía y nuestra vida. Pero todavía es un signo más fuerte, porque hacer espacio a los niños, a los pequeños, acogerlos, cuidarlos; y hacernos también nosotros pequeños ante Dios y ante los hermanos, son precisamente las actitudes que nos abren a la acción del Señor. Al hacernos niños, permitimos la acción de Dios en nosotros».
Recordando a María, quien «eligió permanecer pequeña durante toda su vida, se hizo cada vez más pequeña, sirviendo, rezando, desapareciendo para hacer lugar a Jesús, incluso cuando esto le costó mucho», ha advertido a los católicos de Timor Leste que «estén atentos, porque me dijeron que, en algunas playas, vienen los cocodrilos. Los cocodrilos que vienen nadando (…) Estén atentos a esos cocodrilos que quieren cambiarles la cultura, que quieren cambiarles la historia. Manténgase fieles. Y no se acerquen a esos cocodrilos porque muerden, y muerden mucho».
Así, ha finalizado la homilía deseando paz a «un pueblo que enseña a sonreír a esos niños», porque «es un pueblo con futuro» y deseando que «sigan teniendo muchos hijos». «Cuiden a sus niños —ha finalizado—, pero también cuiden a sus ancianos, que son la memoria de esta tierra».