Durante el vía crucis en el Coliseo, al que no pudo asistir, Francisco invoca a Jesús para que cure de la amargura y el resentimiento y dé sentido al dolor, custodie a la Iglesia y llegue a los que sufren
El papa Francisco estuvo sin estar en el tradicional vía crucis de Viernes Santo en el Coliseo de Roma. Poco antes de iniciarse la oración, el Vaticano anunciaba que se quedaría en Santa Marta para proteger su salud —por segundo año consecutivo—, aunque su voz se escuchó más que nunca a través de las meditaciones, escritas por él.
Le pusieron voz varios lectores, mientras que, en la procesión, se turnaron para portar la cruz en las catorce estaciones, monjas contemplativas y un ermitaño, beneficiarios de la acción caritativa de la Iglesia, personas con discapacidad, sacerdotes, migrantes, jóvenes, entre otros.
En sus reflexiones, Francisco optó por un tono más intimista y espiritual, sin apenas referencias a la actualidad, aunque sí alguna que otra tendencia más que de moda, como las redes sociales. También una invocación a que se detenga «la locura de la guerra, los rostros de los niños que no sonríen, las madres que los ven desnutridos y hambrientos y no tienen más lágrimas que derramar».
El vaticanista Salvatore Cernuzio destaca en su crónica en Vatican News el final de este camino junto a la cruz de Jesús, una invocación en la que se menciona catorce veces el nombre de Jesús.
«Se le pide que cure de la amargura y el resentimiento y que dé sentido al dolor o que libre de la sospecha y la desconfianza, así como de los juicios temerarios, los chismes y las palabras violentas y ofensivas. Se ruega a Jesús que custodie a la Iglesia y a la humanidad; se le confían los ancianos, especialmente los solitarios, los enfermos, joyas de la Iglesia que unen sus sufrimientos a los tuyos. Se invoca su intercesión para que llegue a aquellos que en tantas partes del mundo sufren persecución a causa de tu nombre; a los que padecen la tragedia de la guerra y a los que, sacando fuerzas de ti, soportan pesadas cruces», recoge el periodista.
El cardenal De Donatis, vicario de la diócesis de Roma, fue el encargado de impartir la bendición final, que acompañó de un recuerdo al papa Francisco. «¡Viva el Papa!», exclamó.